Thomas Mann nos presenta con La muerte en Venecia una novela imposible de olvidar, porque su historia establece una de las tantas fabulas del mundo contemporáneo, que releídas una y otra vez nos sigue causando la misma fascinación. Todo gira entorno a Gustavo von Aschenbach, un escritor que ha logrado alcanzar el éxito y la fortuna con su arte, pero que con el paso del tiempo ha perdido la fuerza y la creatividad para producir obras geniales. Para superar esta crisis cree conveniente viajar, recuperar las energías que un trabajo tan arduo como el de la escritura le exige a sus escogidos. Su situación no es ajena a la ningún hombre, pues quien no ha sufrido la necesidad de renovarse, de buscar la inspiración necesaria para vivir y volver a la batalla con las mismas convicciones.
Sin embargo, todo se complica cuando nuestro escritor llega a Venecia, ciudad que lo acoge después de haber pasado por Trieste y reconocer que su destino estaba fuera del bullicio de una playa concurrida. Estando allí quedó prendado de admiración por un adolescente polaco, Tadrio, y nos damos cuenta de la decadencia en la que se hunde su alma. Entiende que el clima de Venecia le hace mucho daño, pero desiste de irse porque el amor platónico que siente se lo impide, aun cuando la peste se hace palpable y las autoridades venecianas hacen todo lo posible por ocultarla. Esto es un ejemplo de aquellas vidas que manifiestan pasiones desbordadas, sentimientos que no pueden controlar y que las llevan a derrumbarse en su propia nada.
Cualquiera que haya leído esta novela se hace una idea pedófila de lo que sucede con Aschenbach, puesto que es evidente que el protagónico se siente atraído por un niño, el cual, según él, le ha devuelto la inspiración perdida. Más allá de lo que se pueda interpretar, lo cierto es que en el mundo occidental cada tanto los hombres y las mujeres no saben quiénes son, y caen en el barranco de su existencia sin que tengan tiempo de volver a ser lo que eran antes. Cosas que nunca habían salido, con el tiempo terminan materializándose, siendo esta la prueba del caos en el que se mueve una vida que poco a poco se derrumba.
Solamente queda destacar la grandeza de Thomas Mann, un maestro que en pocas páginas no enseña un secreto que una y otra vez leemos, ya que sentimos que no terminamos de descifrarlo en su totalidad. Ojala que los escritores de este siglo se acercarán más a él, para que de verdad produzcan historias que se conviertan en la piedra angular de la época en la que viven, en lugar de presentar esputos literarios que no terminan diciendo nada. Pasan las décadas y La muerte en Venecia, como también La montaña mágica, sigue tan vigente como cuando fue publicada.