Cuando la escritora Virginia Wolff decidió sumergirse para siempre en el Río Ouse, dejó una carta a su esposo en la que le decía: “Querido, siento que voy a enloquecer de nuevo, todo ya se ha marchado, excepto la certeza de tu bondad”.
Naturalmente, alguien tan brillante no podía estar en sus cabales. En el Brasil un día, Stefan Zweig, decidió acomodarse en una cama y tomar una sobredosis de barbitúricos, porque estaba convencido de que el nazismo también lo perseguiría hasta América.
Lo que pasó por la cabeza de Kurt Cobain o de nuestro José Asunción Silva lo entenderemos solo a partir de sus letras y obras.
Después de lo sucedido, muchos en las redes sociales salieron con su látigo inquisidor a maltratar a la Javeriana; pues como siempre, lo más fácil es tirar dardos al aire, desconociendo que se trata de un fenómeno multicausal.
Entre 2005 y 2024, según medicina legal, se autoinfligieron lesiones mortales 49 mil personas en Colombia; seguramente sobre cada uno de los casos, podría abordar una tesis cualquier estudiante de psicología.
Si me pidieran una definición de la existencia, en particular apelaría a dos frases, una es la del francés Malraux cuando señaló que “pensar en la muerte solo es importante cuando nos hace reflexionar sobre el valor de la vida”, pero los humanos somos tan variables que más tarde perfectamente podemos estar evocando a Rabindranath Tagore cuando sentenciaba que “la muerte no es apagar la luz, es solamente apagar la lámpara porque ha llegado el amanecer”.
Entreténganse con la humanidad de la médico, pero no pretendan sacar provecho con su decisión.