Pueblo mío,
tantos años,
tanta ignominia,
tanto dolor acumulado en las raíces de tu historia,
tanta inercia,
tanto afán de abrazar tus calles averiadas,
de asomarme a los ventanales de cuerpo afable,
de advertir las huellas de tus manos,
el sudoroso temblor de tus caídas,
las luces que un día se apagaron
como la sombra
de esa tristeza tuya que me sigue.
Te he escrito muchas cosas
querida heredad de los plantíos,
musa eterna,
inspiración de mi alma,
indócil diosa,
piedra herida,
cerco abismal de los huyentes.
Ya es septiembre
de este año de infernal locura,
y te veo inmensamente triste
como los ojos de la noche al pie del obituario,
como la muerte disfrazada en los rituales del olvido.