Mia Villegas. Camilo Villegas es inusualmente conocido para ser un golfista. Casi nadie puede jugar golf en Colombia. En Medellín, desde que era muy joven, escuchaba de un pelado que era un gran jugador, que iba a ser el mejor, que iba a llegar al PGA Tour, el lugar de las estrellas del golf. Tenía fama, además, de ser discreto. Le perdí la pista un tiempo hasta que, alrededor del año 2006, irrumpió como uno de los mejores jugadores jóvenes del año en el mundo. Tuvo un par de años espectaculares. Su increíble condición física lo llevó a las portadas de las revistas de deportes. El hombre araña, le decían, por la posición que usaba para leer el green. De alguna manera, Villegas hizo para el golf colombiano lo que Montoya hizo para el automovilismo. En esos años, el golf llegó hasta CityTv que transmitía los fines de semanas los torneos de Villegas.
Tengo la impresión de que el golf es un deporte algo ingrato. Mínimas perturbaciones a la rutina, pequeños deslices mentales, resultan en grandes variaciones en los resultados. Villegas poco a poco fue perdiendo brillo. Ya no se transmitieron más sus torneos en los canales colombianos ni aparecía en las revistas. Tuvo varios años de altibajos, con más bajos que altos, y desde hace un tiempo viene luchando con una lesión importante en el hombro. Probando su increíble condición física innata, durante el tiempo en que no pudo jugar, se volvió un ciclista aficionado de alto nivel.
Este año, Villegas volvió a la primera página de las noticias. Su hija Mia, de pocos meses, tenía cáncer. En medio del dolor familiar, convencido por su esposa, decidió volver a jugar. Inevitablemente lo entrevistan, y Villegas que nunca había sido de grandes declaraciones ni mayor ruido por fuera del campo del golf, da un testimonio conmovedor. Cuenta cómo, después de llorar tres días luego del diagnóstico, decidió seguir adelante, inspirado por Mia que luchaba todos los días por vivir la vida normal de cualquier bebé. No sabría Mia, o a lo mejor sus papás le contaron que, sin quererlo, el testimonio de su papá terminaría por inspirar a miles de personas que lo escucharon. Tanta quejadera de los adultos, por tantas bobadas, y Villegas contaba cómo, en medio de un dolor intenso, su hija seguía con ganas de jugar y sonreír.
Mia falleció unos días después. A lo mejor, me impactó más de lo usual porque tengo una hija de la edad de Mia cuando empezó su cáncer. Miro de reojo a Elena, en medio de sus gritos, de los sonidos nuevos que descubre cada día, sus primeras amigas, y pienso en el dolor que pueden sentir Villegas y su esposa, María. Pienso porque no se puede sentir eso, no hay experiencia que lo pueda preparar a uno para el dolor de perder a una hija. Esta semana, Villegas volvió a jugar. Y volvió a hablar, y yo confirmé la intuición, detrás del superatleta, hay un ser humano inteligente y sensible. Sosteniendo las lágrimas, compartió qué significa el dolor que carga, sugiere que sabe que Mia pudo descansar, que fue un privilegiado de tenerla 22 meses en su vida, y explica por qué decidió volver a jugar. Imposible encontrar justificaciones a esa muerte, pero, si yo pudiera decirle algo a los papás de Mia, es que su historia y su testimonio conmovió lo más profundo de alguien que no los conoce.
Las masacres. Cuando era niño, pensaba que sería imposible seguir viviendo si mis papás se morían. Me parecía una idea muy desoladora. Veía a los amigos del colegio que perdían a sus papás y me parecía que yo no sería capaz de seguir como ellos. El tiempo va pasando y murieron mis abuelos, a los que yo quería mucho. Entendí que, en medio de la falta que me hacen, era el camino más natural. Ya con el cuerpo cansado, la probabilidad cada vez más alta de enfermar, y habiendo hecho más que suficiente en vida, la despedida de los abuelos se hacía más tranquila. Tengo el privilegio de tener a mis papás, pero estoy consciente del paso del tiempo. La pandemia, a lo mejor, lo hace aún más claro.
El camino más natural, en el que los nietos entierran a los abuelos y los papás no tienen que enterrar hijos, es un privilegio en Colombia, sin duda. El último mes volvimos a oír con lo que crecimos, las masacres. Las masacres no afectan al país por igual, las masacres son contra los más pobres. Los más pobres, usualmente son, además, afrocolombianos. Y, en las de las últimas semanas, son niños. Los mataron cuando iban a elevar cometa. Cuando iban a jugar con un balón. Mataron a unos adolescentes que se estaban tomando unas cervezas. Las caras del país se revelan, con cada tragedia. Los más cínicos, “que eran niños delincuentes”, cuando es evidente que hay ahí una contradicción en los términos. Pienso en las Farc que dicen que no reclutaban a nadie obligado. Por favor. No estarían recogiendo café, decían antes, ante los cadáveres de unos jóvenes, los más pobres, disfrazados de guerrilleros. Que Dylan era un bandido, decían con el montaje, o con la verdad, nada cambia, porque en Colombia no hay pena de muerte.
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El presidente de un país no puede evitar todas las tragedias, pero sí que tiene una responsabilidad cuando estas se vuelven sistemáticas y en lugares predecibles
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Vienen los análisis, que el narcotráfico, que el ELN, que la ausencia del Estado. Viene, en las redes sociales por lo menos, la anotación más obvia, la ausencia de presidente que, ocupado echándole agua a unos aviones, se demoró una semana en llegar a Nariño. El presidente de un país no puede evitar todas las tragedias, pero sí que tiene una responsabilidad cuando estas se vuelven sistemáticas y en lugares predecibles, y cuando suceden, el presidente de un país, consuela a la nación que dirige, no sale con cifras amañadas a cobrar victorias políticas. Acá hay un presidente, pero no un Presidente, eso se sabe.
Ya casi todo se ha dicho entonces en esas redes, en las notas de prensa pero yo pienso, sobre todo, en los papás de esos niños, de esos adolescentes. Qué dolor deben tener. Camilo Villegas, en su sabiduría, explica, a lo mejor entiende, el camino breve de Mia y agradece que ella pueda descansar. En ese entendimiento, encuentra consuelo. Los papás de estos jóvenes, pobres, desplazados muchas veces, soportan ahora el dolor más profundo, el dolor que no tiene nombre como le puso Piedad Bonnett, en su caso ese dolor no resiste ningún entendimiento y entonces no puede haber consuelo. Lo cargan solamente por haber nacido en este país, por haber tenido hijos en este país. Qué vergüenza.
@afajardoa