Fue un llamado de la fundación Pro Derecho a Morir Dignamente el que me hizo cambiar de tema para esta columna. Tenía en mente volver a hablar sobre cómo la palabra del médico sana o enferma, pero me di cuenta que hace poco escribí una columna sobre ello. No se preocupen, pronto volveré a ese tema, dada la relevancia que tiene.
Cuando la muerte se anuncia, a través de una enfermedad, cuando no sucede súbita e inesperadamente, es un privilegio. Cuando como persona que va a morir y como familiar, logramos superar el dolor de sentir la muerte tan cercana, ya que la enfermedad nos lo ha anunciado, podemos empezar a tomar acciones que conduzcan no solo a arreglar los problemas mundanos sino a estar en conexión con el espíritu, a aquietar la mente y manejar positivamente las emociones.
Paciente y familiares pueden quedarse en el dolor, en la agonía, en el sufrimiento, de lo que vendrá, o pueden dar un paso adelante y comenzar a solucionar temas pendientes, a realizar sueños inconclusos que se vuelven pequeños pero que a su vez son grandes. La pregunta es: ¿queremos sufrir? O, ¿queremos sentir que le estamos dando significado esos últimos días, meses, semanas?
La literatura nos habla de algunos puntos fundamentales a trabajar durante este periodo, el periodo que va entre saber que la muerte se va a producir relativamente pronto y cuando ella sobreviene.
Algunos de estos puntos son:
—Deseche todas las cosas materiales que no le sean de utilidad, e incluso las que tengan un significado especial distribúyalas contando el porqué son tan queridas para usted.
—Haga una limpieza emocional. Saque de su interior secretos, ya sea que encuentre alguien a quien contarlos, o escríbalos en un papel y luego quémelo.
—Haga las paces, sane viejas heridas, dese la oportunidad de cerrar círculos emocionalmente negativos. Abrace, sonría, escriba cartas, como se le ocurra.
—Deje su legado escrito. Haga un testamento vital, escribiendo lo que ha sido significativo para usted en la vida, o escriba su legado moral y ético, aquellos principios y valores que lo rigieron como ser humano.
—Exprese cómo quiere morir. Qué acepta y qué no en cuanto a procedimientos médicos, compañía, música, prácticas religiosas o espirituales.
Una anécdota, recuerdo a mi padre expresando su voluntad de ser enterrado y que en su ataúd pusiéramos una pipa, una botella de aguardiente, la imagen de la Virgen y su chinchorro.
Estos pueden no ser los únicos puntos, ustedes irán encontrando los que se adaptan a su forma de ver la vida.
En mi xperiencia, la gratitud, dar y recibir las gracias por los hechos que han sucedido en la vida, es lo que más calma, acompaña, reposa alma y emociones. Es el método sanador por excelencia.
Cualquier persona que esté dedicada a hacer acompañamiento a morir los tendrá en cuenta y los irá planteando, a medida que las circunstancias lo permitan, con firmeza y determinación. Al hacer acompañamiento a personas cercanas a la muerte debemos escuchar, escuchar y escuchar, todavía más que en una consulta médica común y corriente. Hace poco me equivoqué con la esposa de un paciente, no supe escucharla, ella no estaba todavía preparada para enfrentar los pasos que he expuesto en esta columna. Aprendemos, aprendo, con cada nuevo encuentro, con cada caminar juntos.
Ojalá hagamos esto sin el anuncio de la muerte. La vida es más sencilla, más simple, en toda la belleza de estas dos palabras.
Médico, medicina del alma