Las historias que la música vallenata narra, en verso, se vuelven emblemas del país. Sabor, sentimiento, amor, historia, familia, paisajes y bellas mujeres, son algunas de las ideas que la mente recrea cuando se oye vallenato. Los acordeones del caribe colombiano traspasaron las barreras, llevaron puñados musicales al mundo, pero en su afán de internacionalización se han cometido algunos disparates jocosos.
Quizá el representante más afamado de la música vallenata, luego de que cantante y acordeonero no fuesen la misma persona, es Diomedes Díaz. Quien compuso y cantó melodías que se metieron en la vida de los colombianos. Al Cacique de La Junta, población de La Guajira, le debemos muchas alegrías en fiestas y parrandas. Su música ya hace parte de nuestra idiosincrasia, e inclusive, sus desaciertos geográficos.
Para el álbum Fiesta Vallenata de 1988. Diomedes grabó, acompañado en el acordeón por Juancho Rois, una canción de su autoría titulada: “La Chinita”. En sus primeros versos el cantante deja ver su admiración ante la belleza de una mujer morena, de cabellos largos y mirada serena. La magia de su voz es incuestionable y proporcional a su desconocimiento de geografías y gentilicios asiáticos: ¡Ay! Qué muchacha tan bonita/para que ustedes la vean/se parece a una chinita/de esas de allá de Corea. Esta es la canción completa:
http://www.youtube.com/watch?v=r3jnB1LMfzU).
La geografía no es la única disciplina que goza de poca precisión en la música de caja, guacharaca y acordeón, la historia del arte también cuenta con pifias sutiles, entonadas con convicción. En la poco conocida población de Chimichagua, César, que inmortalizó el inmenso compositor José Barros en su archicantada y bailada cumbia “La Piragua”, nació Amín Martínez, primera voz líder de la agrupación “Los Chiches Vallenatos”. Amir grabó éxitos representativos del vallenato romántico, como el álbum titulado Mejor que antes de 1993. En esa producción, el acordeón lo tocó Neder “El Gringo” Ramos y de los 10 temas grabados, “Muchacha encantadora” compuesta por Robert Oñate, se transformó en un clásico tan recordado por su voz sentimental, como por su cándida falta de rigor en la investigación artística. Las primeras líneas señalan una mirada penetrante digna de un encanto que roba, a cualquiera, su atención. Hasta ahí no hay problema, la belleza de las musas colombianas es inspiración recurrente para los mejores versos, así no sean exactos del todo: “Y ese cuerpo tan prohibido quiero dibujarlo/para tenerlo conmigo si es noble y sagrado/quiero ser un Miguel Ángel con pincel en mano/y hacer de ti otra Mona Lisa y decir que tienes la misma mirada”. Escuche los versos:
En el amor vallenato la historia del arte y la geografía son insumos, no esencia. La música y el sentimiento superan la fidelidad de la letra. Al fin y al cabo Corea, al menos la del Norte, limita con China; entonces, Diomedes supuso que el gentilicio era para las dos naciones. Robert Oñate asumió que La Mona Lisa era renacentista y que su pintor había nacido en Florencia, Italia, condiciones que cumple Miguel Ángel, por lo que sospechó que él era su creador y no el da Vinci, también de Florencia. Y si el vallenato, en prosa, más extenso de la historia habla de “huevos prehistóricos”, a cuenta de qué vamos a juzgar los disparates que se entonan con sabor y convicción. Antes de ser veraz, el vallenato se hace para disfrutar, para parrandear y para gozar.
Por: Farouk Caballero/@faroukcaballero