En el Museo de Santa Clara en el 2018 se expuso la misma muestra Hijas del Agua en donde el gran fotógrafo Ruvén Afanador plasma su admiración a un sorpresivo mundo natural de las comunidades indígenas wayuu, guanadule, misak y aruhaca. Hoy, 26 de febrero de 2021 vuelve con la misma dualidad y la fuerza fotográfica para mostrarse en el Museo Nacional donde viene complemento de un libro que no pudimos ver porque cuesta 300.000 pesos y no se podía observar en el tercer piso de las sala del museo. Algo poco democrático.
Por las declaraciones en las distintas entrevistas de internet, esta muestra tendrá lugar en otros museos del mundo. Este milagro solo lo hace el Ministerio de Relaciones Exteriores en cabeza de María Clemencia de Santos. Ninguna exposición se organiza ni se exhibe en 6 meses como lo piensan los inexpertos en el poder. Y No se espera 3 años para repetirse en Colombia… pero con libro interesante incluido, que sirve como catálogo y permite tener una larga memoria de un evento contundente.
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Pero al gran artista como es Ruvén Afanador, viene la incoherencia de la intervención "naive" de ceramista débil como son unas simple e idiotas hojas de Ana González, que se encuentran incluidas en una vitrina. Su escritura inconexa, cuenta historias que con gestos entendió porque según los videos del internet y unas imágenes vivientes pudo descifrar lo simple: las niñas son el tránsito a la virilidad. Peor aún, sus intervenciones de pajaritos, plumitas a un hombre caimán, o paisajes que interrumpen con palmeritas congestionan la mirada del gran artista.
Este mensaje lo vulneraron. Con las letras y dibujitos se les robó su derecho el valor espiritual a un acto cotidiano. La piel se transformó en palabra, la vida de las texturas en realidad condicional, la integridad soberana en humildad emocional.
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Acá el leguaje lenguaje fotográfico queda sin razón en su moderna intervención conceptual. Su fuerza intervenida. Y peor la visión de las cosmologías en símbolos locales, sus propósitos artísticos perdidos por la muy débil intención de unir dos mundos que tienen como intermediaria a Ana González.
Volvemos a redimir lo que se hizo durante la conquista cuando se une la música de un Avemaría en un bello video en la exposición y que es una manera para lo que hoy llamamos "encuentro de culturas". Pero fue una batalla feroz en desigualdad de condiciones. A los indios de América los despojaron del alma, les rompieron sus creencias, les robaron sus costumbres, les cortaron la lengua, y se quedaron sin dios para responder a la ley del orden de la religión católica.
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Esto me acuerda de la épica película Fitzcarraldo del alemán Werner Herzog quien cuenta la historia de un hombre del siglo XIX que obsesionado con llevar la ópera a la mitad de la selva, arrastra un barco sobre piedras y montañas hasta llegar a la tierra prometida en Manaos. No dudó interrumpir el sueño por respetar la vida humana. La ópera era su objetivo civilizador. Su fiesta sagrada. Ellos tienen su vida, su gran geometría americana. Su geografía libre. Su piel intacta de tiempos con astros para que venga una ceramista pobre a intervenir la razón en un sin propósito artístico. Es tan desigual el compromiso que deja el orden de la existencia en un juego de lápiz y línea sobre la idea de que los indígenas tienen que ser civilizados.
Afanador nació en Bucaramanga, hijo de un relojero. Nació sensible: en su infancia miraba con muchísima inquietud cómo se le tomaban las fotos de las reinas en el estudio Fotos Serrano y después, en su primer trabajo, hizo arreglos florales.
Su familia inmigró a los Estados Unidos cuando él tenía 14 años. Llegaron a Michigan buscando un futuro mejor. Poco a poco fue siguiendo su camino. En Maryland, cuando le tocó abrirse el terreno de la profesión, ya había descubierto grandes nombres como Irving Penn y Richard Avedon mientras era asistente de Eric Eckhard.
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En Nueva York fue abriendo su sendero y en Milán buscó adentro las raíces de su historia perdida en su ser latinoamericano donde se identificaba con las historias de Gabriel García Márquez. Allá buscó el estilo que tiene la poesía del Surrealismo español y la realidad pasmosa de un Pedro Almodóvar. Todo este camino recorrido tiene una mezcla de danza y drama como lo es el flamenco. Baile que reúne varias fuentes de vida de los siglos XVII y XVIII española.
Su libro Mil besos comenzó con María Benítez, una bailarina nocturna de Andalucía que lo deslumbró con su flamenco. La invitó a su estudio y comenzó una serie sobre la Danza donde el ritmo de las castañuelas y el arrebato de taconeos se transmiten en cada imagen.
Lástima. Nos quedamos sin ver un buen episodio de Ruvén Afanador y ni hoy ni mañana se canta por La Paz que se compra.
Ruvén Afanador es un grande. Esperemos que sus fotos tengan un destino mejor u otro libro sobre otras mujeres.
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