Una nueva sonrisa —esta vez misteriosa— se burla otra vez del pobre Estado colombiano. Se suma a las mal llamadas fotos de contexto que el Presidente Duque presentó ante el mundo como pruebas contra Maduro, y que dieron lugar a la sonrisa del régimen venezolano con réplicas en Rusia. Sin asimilar del todo este triste oso del año, es increíble que ahora, la misteriosa sonrisa de Aída Merlano deje de nuevo al Estado —por lo menos a una parte de él— como inepto o corrupto, o como los dos. No se trata solo de la insólita cita para mejorarle la sonrisa a quien es el símbolo de la corrupción de la clase política, o mejor, de los más poderosos caciques del departamento del Atlántico. Lo que acaba de suceder es el triunfo de la delincuencia política sobre la institucionalidad de este país.
Nadie puede dudar que es el dinero de los Char, de los Gerlein, y faltaría ver si también de los Names, el que ha financiado esta sonrisa misteriosa de Aida Merlano que ha avergonzado no solo al Inpec y al Buen Pastor, sino especialmente, a la ministra de Justicia, al gobierno Duque, y a los millones de colombianos decentes que tiene este país. ¿Alguien puede ser tan ingenuo como para dudar que esta operación se podía lograr sin la decisión y apoyo de esos tres clanes? Era evidente que la prendida del ventilador de Aída los metería sin remedio a la cárcel, les daría un golpe mortal a sus negocios, y tal vez más doloroso para ellos, acabaría con su inmenso poder electoral.
Pero a Aída se le puede acabar su sonrisa muy pronto. Lo que se le avecina puede ser tenebroso, entre otras, porque ella es la parte débil de esta cadena delincuencial. Sin duda, la mejor manera de evitar que hable es garantizar su desaparición. Durar escondida toda la vida, no solo parecería imposible sino que la pregunta obvia es qué tipo de vida tendría ella como para que fuera un aliciente para mantener su silencio.
A Aída se le puede acabar su sonrisa muy pronto.
Lo que se le avecina puede ser tenebroso, entre otras,
porque ella es la parte débil de esta cadena delincuencial
La misteriosa sonrisa de Aída Merlano es la prueba que faltaba para demostrar que los clanes políticos han llegado a tal grado de poder que desbordan la capacidad del Estado. Y lo peor es que han logrado ser tan peligrosos como cualquier narcotraficante gracias a las concesiones que los gobiernos de turno les hacen. Desde hace mucho tiempo, las instituciones legítimas han permitido que estas pandillas políticas se crecieran hasta poner en jaque la democracia colombiana.
Que tire la primera piedra el jefe político que no ha usado esos clanes, en todo el país, para facilitar la conquista de las posiciones públicas que ostentan. Liberales, Conservadores, y miembros del Centro Democrático, y los expresidentes Uribe, Pastrana, Gaviria, y todos los demás son los grandes responsables de este tipo de liderazgo; uno que hoy ha demostrado una capacidad infinita para convertir el Estado colombiano en un hazmerreir no solo ante esa Colombia que no sale de su asombro, sino ante el mundo que observa este circo en que nos hemos convertido.
Capturaron a la hija, protagonista de esta huida, y también al odontólogo que juega a "hacerse el loco", como diríamos los costeños. Lo único que esperamos los que defendemos este maltrecho Estado de Derecho que nos queda, es que esta misteriosa sonrisa de Aida Merlano no sea el sello del éxito de la política mafiosa de los clanes del Caribe. Si no la capturan, el fracaso del Estado será tan evidente que puede ser el principio de una reflexión muy seria — postergada innecesariamente— sobre el límite perdido entre la política y la delincuencia. Solo la ciudadanía con su voto puede empezar a acabar con el poder infinito de estos clanes porque ya sabemos de sobra hasta donde pueden llegar.
Nota: ¿Deben ser elegidos Elsa Noguera como gobernadora del Atlántico y Jaime Pumarejo como alcalde de Barranquilla? Dos candidatos precisamente de los clanes Char y Gerlein. Votantes en esta región del país, piénsenlo.
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