Mientras el país continúe navegando entre los discursos de Uribe y Petro, la polarización va a seguir sumando odios y confrontaciones y, como en el gato pardo, todo cambiará para que siga igual.
¡El país requiere desuribizarse y despetrizarse de manera inmediata!
La inconformidad que hoy reclama profundos cambios en el Estado colombiano, consumido por la corrupción, deriva en gran parte de veinte años (desde el 2002) de gobiernos señalados e impuestos por el expresidente Uribe; el cual, por cuenta de dirigentes del conservatismo, del liberalismo, de la exguerrilla del M-19, entre otros que hoy forman parte de su movimiento, terminó convirtiéndose en un caudillo que secuestró las demás miradas de país que pedían pista en el escenario político.
Tal caudillismo del expresidente Uribe creó, por lógica, el discurso contrario; es decir, el de aquellos que ven en este al dirigente cuestionado, al responsable de los falsos positivos, al amigo del militarismo ("seguridad democrática"), al firme defensor de funcionarios condenados por corrupción que formaron parte de sus administraciones, entre otros asuntos en proceso de investigación que han permitido la emergencia de un Gustavo Petro que convoca a la ciudadanía a las calles, incluso a los niños, para que den la pelea en contra del establishment, a veces, sin importarle la institucionalidad, mezclando conceptos, de manera improcedente, como los de "régimen político" y "sistema económico".
Un Gustavo Petro que, desafortunadamente, comienza a sentirse igual que Uribe, o sea, en el único que puede salvar a Colombia: el caudillo que alimenta su discurso de los odios de quienes no quieren más al uribismo con las manos metidas en las distintas ramas del poder público; un discurso que funda la tranquilidad ciudadana en los deslegitimados acuerdos de las Farc con Santos por una consulta que propusieron estos y terminaron perdiendo con los del no; en un programa en contra de los sectores financieros y de extracción; un discurso enfocado, esencialmente, en el aprovechamiento de la plusvalía de las tierras en manos de terratenientes en favor de un Estado benefactor; un discurso en el que se deja sentir cierto ánimo expropiatorio por la vía impositiva, entre otras propuestas que preocupan a empresarios e inversionistas por la mirada estatista de su política.
Si el país quiere remar hacia el mismo lado no solo debe desuribizarse y despetrizarse, sino que debe adelantar urgentes reformas que impliquen:
1. Implantar con decisión la regionalización con el fin de corporar recursos, reducir gastos de administración, operación, mantenimiento y representación (AOMR).
2. Reducir el Congreso en un 60% y la representación no debe darse por departamentos, sino por regiones, con el fin de reducir costos y garantizar un liderazgo calificado de quienes aspiren.
3. Se debe garantizar autonomía tributaria de dichas regiones para hacerlas más competitivas entre sí. Por supuesto, que pueden establecerse acuerdos interregionales para complementarse.
4. Se debe imponer el voto obligatorio, para que, de un lado, se vaya estableciendo una cultura de la responsabilidad política y del voto de opinión; y de otro, se le vuelva insostenible a los políticos corruptos que aspiren, comprar los votos que les permitan ser elegidos.
5. Se debe, como propone un dirigente antioqueño, sustituirse el cultivo de la coca por el de la marihuana e incentivar las empresas que producirían a partir de este insumo. ¡La coca es el combustible de la guerra de quienes han corrompido durante muchos años a la sociedad colombiana y líquida, por ventanilla, la democracia!
Posdata. No sé por qué, a estas alturas del partido, el senador Gustavo Petro se preocupa por una imagen y lo que de él dice el uribismo a través de Semana, cuando sus seguidores igualmente caricaturizan y se mofan del expresidente Uribe y a los miembros de su movimiento político, para ganar exposición en los medios de comunicación por medio de la polémica.