En ellas el horror y también la esperanza. En ellas una mirada que te atraviesa, inolvidable. Esas miradas han visto un mundo en llamas y sin embargo nos miran en calma. Y con dignidad. La mirada de tres niñas que no puedes dejar de mirar.
Una niña nos mira. Una niña insumisa y valiente. Una niña que a sus diez años ya había alzado la voz a favor de los demás. Malala a los once años cumplidos escribía un blog en el que denunciaba la situación de los niños en Pakistán y el azote totalitario del Talibán que condena a las niñas a no ir a la escuela porque es pecado y pasaje directo al infierno. Y hablaba de apedreos y decapitaciones. Y exigía con su voz de niña derechos para todos, porque nunca ha luchado solo por ella, siempre lo ha hecho también por los demás. Por eso rodeando sus quince años recibió una bala que atravesó su rostro, cráneo, hombro y en lugar de quitarle la vida le dio la capacidad —demostrada— de perdonar. A sus dieciséis años ya hablaba frente a la Asamblea de la ONU y se reunía con líderes mundiales a impulsar el derecho de las niñas a ir a una escuela y soñar con un mundo en el que su mirada encuentre un lugar. Una niña nos mira. Su cabello se asoma bajo la tela musulmana que la cubre sin esconderla como la prisión de las burkas por que en los ojos de Malala vive la mirada de la libertad. Recién tiene diecisiete años y recibe el Nobel de Paz. Es la persona más joven en la historia en recibir este honor. Una niña nos mira. El Premio Nobel de Paz a Malala Yousafzai es un premio al valor, a la educación y al valor de la educación.
Una niña nos mira. Una niña que es una víctima más de la guerra en Afganistán. Una niña nos mira desde la portada de la revista National Geographic fechada en noviembre del año 1985. Nos mira con la intensidad del miedo en la mirada que tenía a sus doce años cuando Steve McCurry la encontró —un año antes de la publicación— en el campamento de refugiados Nasir Bagh. Una niña que huye pero que a la vez mira al mundo con determinación: quiere sobrevivir. Y lo logró. Diecisiete años después el fotógrafo que no supo su nombre la encontró luego de más de una década de búsqueda y en ella vio a una mujer casada desde niña como le señala la tradición, madre de tres hijos y ausente de todo lo que sucedió fuera de su comunidad en lo que podríamos llamar el mundo exterior. Una niña nos mira con el temor de quien ha visto con sus ojos el horror. Una niña nos mira pidiendo el abrazo que el mundo no le dio.
Una niña nos mira. Sus ojos cruzan las heridas que una bala dejó en la ventana de su casa el día después que la Operación Orión en días de 2012 fue humo y estallido y muertos y desaparecidos en el acto más bárbaro que el conflicto armado reciente pueda recordar que se haya vivido adentro de una ciudad colombiana. Jesús Abad Colorado caminaba escaleras arriba en la comuna 13 de Medellín, en compañía del Washington Post, la ruta y los senderos en que poco antes el combate había tenido lugar. Podrías decir que aún estaban humeantes los cañones de las armas y el terror. Una niña mira al fotógrafo con los mismos ojos que miró los rastros de las balas en su hogar, con los mismos ojos que vio pasar a combatientes con sus armas vomitando muerte. Una niña nos mira y en sus ojos hay un país. Y aunque vive en el olvido y es vecina del dolor en los ojos de esa niña que nos mira no ves rencor. Hay inocencia.
Bonus track: Esas niñas nos han regalado su mirada, ¿lo ves? Ahora regálese usted la oportunidad de ver el discurso que pronunció Malala ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas en 2013: