El agua se ha convertido en un recurso estratégico del capital, excluyendo de este a la población que no puede comprarlo. Pasó de ser el líquido vital de la humanidad a una mercancía más de las grandes corporaciones transnacionales, privatizado y privilegiado, que aumenta las tasas de ganancia de un puñado de compañías.
Mientras la ONU establecía en la declaración del 27 de noviembre de 2002 que “el agua es fundamental para la vida y la salud”, el capital en cambio la estableció como una mercancía que debe ajustarse a las leyes de la competencia, como principio irrestricto de la acumulación, asesinando a millones de personas en el mundo.
Este recurso hídrico fundamental para la vida se ha venido agotando debido al excesivo consumo producto de la configuración del modelo económico capitalista en el globo terráqueo. “El consumo global se ha multiplicado por seis entre 1990 y 1995 mientras que la población lo ha hecho por tres”, mostrando esta estadística, que la versión neoliberal de que el agua se está acabando por la explosión demográfica es totalmente falsa. Mientras la desigual distribución del agua destina solo el 10% al consumo humano (solo el 20% de la población mundial consume el 86% del agua del planeta), el 25 % la desvía para las actividades industriales y el 65% a actividades agrícolas.
Igual que sucede con la concentración de la tierra en pocas manos, el “oro azul” viene sufriendo la misma ley de acumulación donde un puñado de personas se enriquece a costa de la gran mayoría, mientras las corporaciones transnacionales son encubiertas por los medios de comunicación que generan un ambiente de culpabilidad en quienes la consumimos. Mientras estos instrumentos de ideologización de las oligarquías llaman al cuidado del agua, al no gasto de ésta en los hogares familiares, las empresas la arrojan literalmente a la basura mediante la construcción de automóviles, de objetos electrónicos con un tiempo corto de vida, la emplean para la explotación del petróleo vía fracking sin que los medios actúen en torno a esta brutalidad contra el medio ambiente y la humanidad.
Para Colombia la situación no es diferente: solamente se necesita mirar el Cerrejón para ver un gran desierto a consecuencia de la criminal explotación de los recursos naturales. Basta con ir a un río donde estén asentadas las máquinas retroexcavadoras para darse cuenta que así como el “agua es vida”, el agua contaminada es muerte.
La contaminación por mercurio para sacar el oro en un método de extracción mercenaria es un ejemplo palpable, como ocurre en Puerto Saija, en el pacifico colombiano: bajarse de la lancha y observar niños con la cabeza infectada y bebés enfermos porque el agua no es consumible, es una atrocidad que el capitalismo viene implementando de manera sistemática contra las comunidades pobres.
La lucha por el agua demuestra el objetivo del capitalismo por exterminar a los pobres del mundo. Mientras el rio Sinú en el departamento de Córdoba, desde el 2001 viene muriendo lentamente por la construcción de la represa de Urra para incrementar ganancias a unos pocos, las poblaciones ancestrales de los Embera Katio se tornan en peligro de extinción.
El departamento del Cauca también sufre esto: la construcción de la represa de la Salvajina en Suárez, ha ocasionado un colapso social. O el claro ejemplo del río Sambingo ubicado entre los municipios de Mercaderes, Patía y Remolinos, que desapareció a causa de la minería mercenaria. Otro ejemplo es el agotamiento del caudal del río Palo en el municipio de Caloto, donde según denuncia las comunidades, “está muriendo poco a poco”.
La lucha por el agua ha hecho que las comunidades se vengan organizando en torno a la conservación como bien común del líquido vital. El Proceso Campesino y Popular del municipio de la Vega es un vivo caso de ello, de las luchas campesinas por la vida y contra el desarraigo.
Estas comunidades desde el año 2007 han venido realizando la Convención del agua con el objetivo de denunciar la atrocidad que el modelo económico viene cometiendo a sangre, fuego y sed contra las comunidades, así como de proponer salidas a la crisis hídrica; sintetizando magistralmente la lucha por la vida en el lema que han puesto a su convención: “Si el Macizo vive, vivimos todos”.
No por nada el punto 1 de las negociaciones en La Habana, Cuba, estableció de común acuerdo un plan nacional de riego que promueva y facilite la democratización del agua para que la población tenga acceso a esta, tanto para el consumo como para el riego de sus cultivos, generando condiciones para la vida digna y abriendo la posibilidad de que el preciado líquido pase de ser una mercancía a un bien común.