Los primeros homínidos que utilizaron piedras afiladas para comer carne fueron los Australopithecus Afarensis hace 3,3 millones de años (1), en lo que podría considerarse como los primeros acercamientos a la minería. La evolución hasta lo que hoy conocemos como especie humana se dio en buena medida por el uso de los recursos naturales, siendo nosotros como especie quienes más provecho hemos obtenido de ellos.
El desarrollo del conocimiento científico —en especial de la comprensión de los minerales que componen las rocas, sus propiedades físicas y químicas, sus potenciales usos en la vida cotidiana y las condiciones en que estos debían explotarse— permitió el desarrollo de la minería que en sus formas actuales se ha expandido a tal punto que pareciera no tener límites ni éticos ni económicos. Lo anterior demuestra que son innegables las contribuciones de la minería en los avances de la humanidad, desde la exploración del gran universo hasta la observación del fantástico mundo microscópico, así como los dilemas de sostenibilidad que tiene esta actividad en la medida que siga satisfaciendo una sociedad descontrolada de producción-consumo a costa de la destrucción de ecosistemas estratégicos para la vida, como será cada vez más frecuente.
Existe una grave distorsión de la importancia que tiene la minería, utilizada por algunos para justificar el extractivismo, bien definido por el académico Eduardo Gudynas como: “un tipo de apropiación de recursos naturales en grandes volúmenes y/o la alta intensidad, donde la mitad o más son exportados como materias primas, sin procesamiento industrial o procesamientos limitados” (2). La lógica del extractivismo ha puesto a países pobres o en desarrollo, a suplir las demandas energéticas y de materias primas de los países desarrollados.
En Colombia no se hace minería pensando en resolver las necesidades del país, ni en promover las transformaciones de otros sectores económicos, aquí lo que ha dominado es la agenda internacional de las potencias, aún a costa de los impactos ambientales y sociales como los del Cerrejón o Cerromatoso, o los que ocasionarían el fracking y proyectos mineros como el de Jericó y Santurbán. Esta problemática exige desde ya una primera reflexión: ¿minería para quién? Mientras siga el modelo extractivista continuará a favor de los grandes inversionistas del mundo y sus grandes compañías multinacionales.
Por otro lado, suelen utilizar de argumento quienes defienden el modelo extractivista y los proyectos de gran minería que están en trámite de licencias ambientales, la necesidad de materias primas para la transición energética, que no es otra cosa que la búsqueda de fuentes de energías más limpias que las producidas por el carbón y el petróleo. Es curioso que ahora sí les preocupen las emisiones de gases de efecto de invernadero y el cambio climático, pero al momento de proteger los ecosistemas que funcionan como sumideros de carbono guarden absoluto silencio.
Prefieren talar casi 20.000 árboles e intervenir suelos en Santurbán con alta capacidad de fijación de carbono con tal de impulsar el proyecto de Minesa. Además, mienten descaradamente cuando presentan al oro como un mineral estratégico para esa transición energética. Ni los paneles solares, ni las turbinas para la energía eólica ni los vehículos eléctricos tendrán como protagonista al oro, como se explica en el libro The Geopolitics of the Global Energy Transition (Hafner M & Tagliapietra S, 2020) (3), que construye el listado de minerales que serán requeridos a partir de informes del Banco Mundial y el Servicio Geológico de los EE. UU. que establece a la bauxita, la alúmina, el cadmio, el cobre, el galio, el germanio, el indio, el hierro, el plomo, el níquel, el selenio, la sílice, la plata, el telurio, el estaño, el zinc, el cromo, el cobalto, el manganeso, el molibdeno, las tierras raras, el grafito, el litio y al titanio, como los minerales de interés para dicha transición.
Debe aclararse que los yacimientos están constituidos por la asociación de minerales cuyas concentraciones hacen que unos más que otros tengan interés económico. Una cosa son los minerales que los componen y otra los que se explotan. Los proyectos mineros en Colombia tienen unos minerales objetivo que en el caso de Santurbán son el oro y la plata, una parte de los minerales asociados se los llevarán en conglomerados metálicos que ni serán informados ni pagarán regalías por ellos, y el resto, serán enterrados en los depósitos de desechos mineros. La segunda reflexión necesaria es: ¿los proyectos mineros que se impulsan en Colombia tienen por destino la transición energética? Absolutamente no. No existen evidencias que sean con ese fin.
Las multinacionales venderán las materias primas bajo la lógica de la máxima utilidad, no la de la responsabilidad ambiental. No existe ningún condicionamiento legal ni político para que en las bolsas de valores del mundo se negocien la producción del oro y plata de Santurbán o la de cobre y oro de Jericó pensando en la viabilidad ambiental del planeta. Otra sería la discusión si en el mundo se pusiera sobre la mesa el debate de la conveniencia de este tipo de proyectos a la luz de un acuerdo para modificar la matriz energética contaminante que ha llevado al colapso ambiental del planeta con sus evidentes efectos como la pérdida de la biodiversidad, los eventos climáticos extremos y pandemias como la actual.
¿Qué hacer entonces para garantizar el suministro de minerales para la transición energética y otras actividades? Sin duda, la vía es abandonar esa economía lineal de producción-consumo-desecho. En el mundo, están ganando espacios las economías circulares que reducen, reciclan y reutilizan productos. Los minerales deben ganar espacio en ese aspecto, consolidando empresas en territorio colombiano dedicadas a recuperar el cobre, el oro, la plata y demás, ya sea por el fin de la vida útil de determinados productos o por la recuperación a través de algunos desechos.
Según el "Mineral Commodity Summaries 2020" del Servicio Geológico de los EE. UU. (4), en 2019 se reciclaron cerca de 130 toneladas de oro en ese país, equivalentes al 87% del consumo reportado, con un aumento del 11% comparado con el 2018. En ese mismo documento también se plantea que el oro puede tener sustitutos como las aleaciones u otros minerales como el paladio, el platino y la plata. En el caso del cobre, cuyo uso es mucho más amplio y antiguo, el cobre reciclado aportó cerca del 35% del suministro en EE. UU. para el año anterior. También tiene sustitutos como el aluminio, el titanio, la fibra óptica y sustitutos plásticos. No nos digan que el oro y el cobre son irremplazables, menos si es para justificar proyectos que continuarán en la misma lógica de esta sociedad inviable.
La pandemia debería obligarnos a hacer cambios fundamentales en el aprovechamiento de los recursos naturales. Hay que seguir haciendo minería para atender las necesidades cotidianas de la humanidad, pero hay que abandonar el extractivismo. Ni siquiera se justifica en términos económicos porque a las irrisorias regalías que pagan, se suman los bajísimos impuestos que terminan pagando debido a las múltiples exenciones tributarias de las que se benefician.
Bien explicado recientemente por el economista Guillermo Rudas (5): “Por cada $1.000 de exportaciones de oro, solo aportan $30 por concepto de impuesto a la renta”. Pagan más las empresas manufactureras colombianas. De retornar la "normalidad" vendrán nuevos impactos ambientales que golpearán con más rudeza a las comunidades más pobres, con menos acceso a servicios básicos y vivienda digna. Seguro los jeques árabes dueños de Minesa o los poderosos dueños de las grandes corporaciones podrán hacer la cuarentena de la próxima pandemia en sus mansiones y yates enchapados en oro. Nosotros la tendremos que pasar aquí, sin el agua que viene de Santurbán.
(1) Lovett R, 2010. “Butchering dinner 3.4 million years ago”
(2) Gudynas E, 2018. “Extractivismos: el concepto, sus expresiones y sus múltiples violencias”
(4) USGS, 2020. “Mineral Commodity Summaries 2020”
(5) Rudas G, 2020. Sesión I. Minería ¿motor de la reactivación económica?