La xenofobia no es una categoría dicotómica, es realmente un amplio espectro, y tiene varios componentes multidimensionales. En ella confluyen diversos estereotipos de género, de clase y étnicos, que interactúan entre sí. Contra los migrantes confluyen así varios prejuicios que retoman y potencian otras formas conocidas de discriminación: misoginia, aporofobia y racismo. Paradójicamente, los ambientes sociales tolerantes a la xenofobia favorecen la aparición de la violencia precisamente contra quienes se les acusa de violentos: los propios migrantes, y especialmente dentro de ellos, aquellos en condición irregular, los más vulnerables socialmente y los menos protegidos por la seguridad social. La grave tragedia es que se da menos protección, y mayor exclusión, a los que menos pueden defender sus derechos. Una forma sofisticada de lo que se llama en salud “La ley de cuidado inverso”.
Si bien los primeros responsables de los actos de violencia y las amenazas contra los migrantes que han aparecido en Colombia son sin duda sus artífices directos, todos somos responsables por generar un ambiente xenofóbico. A los migrantes los hemos etiquetado como varios tipos de amenaza: sanitaria (los migrantes traen enfermedades), política (los migrantes corromperán la democracia), social (los migrantes son criminales) e incluso moral (las migrantes corrompen a nuestros hombres). Estos patrones han sido consistentemente demostrados en diversos países, lo cual muestra de forma desafortunada que deben tener determinantes psicológicos y culturales comunes. Algunos medios de comunicación han tenido un aporte negativo con un manejo irresponsable al publicar notas criminales donde se resalta la nacionalidad del sospechoso, o incluso cuando se resalta la carga de los migrantes para el sistema social, en lugar de sus potencialidades para el desarrollo del país. También son responsables las autoridades, el propio alcalde de Bucaramanga llamó a las madres venezolanas “fábricas de parir chinos pobres”, legitimando así la xenofobia.
La máxima consecuencia de la discriminación es el exterminio físico. Tan solo dos años pasaron desde comienzo de la ola migratorio, para que haya hoy varias amenazas tangibles directas contra los migrantes en Bucaramanga, y otras ciudades, de la mano de esas manos negras portadores de una moralidad perversa, que siempre prometen hacer limpieza social y eliminar a los indeseables, pero lo cierto, es que estos son apenas una consecuencia final de algo en lo que la sociedad entera está involucrada: la construcción de estereotipos negativos frente a los migrantes, que van desde una aparente benigna visión caritativa hasta su consideración de ellos como una amenaza.
Nada justifica las amenazas de muerte contra los migrantes, además hay que decir que se basan en premisas falsas o al menos indemostrables. La evidencia es clara y relativamente consistente en diversos países. La migración, incluso aquella irregular, no se asocia con mayor criminalidad, incluso en estudios recientes como el de Light & Miller (2018) de los Estados Unidos, la proporción de migración indocumentada de hecho correlaciona con menos criminalidad (ajustando por confusoras socio-económicos). Esta evidencia ha sido consistente en diversos contextos en países con tradición de receptores de migrantes como en la Unión Europea. Los migrantes, además, suelen tener menores tasas de criminalidad, la mayoría de ellos solo sueña con integrarse a la sociedad, y por eso intenta integrarse de lo mejor posible. En el caso particular de las fronteras, la criminalidad suele ser mayor en aquellas más militarizadas, y es mayor contra los propios migrantes, susceptibles al pago de coimas, la trata de personas y la violencia sexual.
La tradición de culpar a los foráneos de las desgracias ambientales, sociales y sanitarias es tan vieja como la civilización. ¿Será esta una fatalidad histórica? No lo sé. Pero incluso si lo es, debemos evitarla.