Sonia, la guerrillera mano derecha de Fabián Ramírez en el Caquetá, regresó a Colombia después de 13 años de la cárcel de máxima seguridad de DC Jail de Washington, más firme que nunca. Pero apegada no solo al ideario de las Farc sino al evangelio. Del aislamiento y la oración resultó una Anayibe Rojas Valderrama entregada a la fe y a Dios, que quiere conseguir seguidores, pero predicando.
Muy recién extraditada por el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, el 9 de marzo de 2005, en septiembre de ese mismo año, la monja española Mirén o María Lapazarán, misionera de las Carmelitas de la Caridad de Vedruna, encontró a Sonia aislada en una celda: completaba seis meses incomunicada. La monja había comenzado desde 1989 un programa de acompañamiento a presos hispanos cuando se topó con la guerrillera colombiana. Ya había oído de Simón Trinidad, el comandante guerrillero también preso por el secuestro de tres estadounidenses, a quien veía
todos los viernes antes de empezar la hora de visita con Sonia.
La estrecha celda no tenía más que un lavamanos y un inodoro. Empezó por ayudarle a redactar una carta al juez solicitándole mejores condiciones de reclusión. La solicitud tardó ocho meses por la negativa de Sonia a delatar a sus compañeros en la guerrilla. Pero el contacto con Laparasan le cambió la vida: aprendió a leer la Biblia y a pronunciar algunas palabras en inglés para interactuar con las demás reclusas. Dos años después de haber llegado a Estados Unidos, el 2 de julio de 2007 fue condenada por el juez federal James Robertson a pagar 16 años en la cárcel de Fort Worth, Texas, acusada de haber traficado con 600 toneladas de cocaína. No valieron las pruebas que aportó su abogada Carmen Hernández ni las eternas horas de audiencia, que al menos le sirvieron para conocer a Simón Trinidad, quien también atendía su juicio. Se vieron dos veces antes de ser trasladada a Texas.
Las enseñanzas de la monja florecieron en la cárcel de Fort Worth. Madrugaba a las cinco de la mañana, igual que en sus días de guerrillera y le dedicaba varios minutos a la oración. Ayudaba en la cocina, leía, hacía ejercicio, estudiaba inglés y veía las noticias de CNN en Español. Otras religiosas mantenían su contacto para guiarla en la lectura del evangelio que la fue transformando.
El 18 de agosto de 2018 Sonia estaba de regreso en Colombia tras cumplir su condena en Estados Unidos, pero la recibió un nuevo proceso por narcotráfico en Colombia que la envió directamente al Buen Pastor de Bogotá. Allí permaneció hasta comienzos de este año cuando el proceso pasó a la JEP, con lo cual obtuvo su libertad provisional. Llegó a un país con un acuerdo de paz firmado y el partido Farc fracturado. Se reencontró con su hijo de 24 años, a quien había dejado en manos de familias campesinas cuando entró a la clandestinidad.
Sus predicamentos empezaron pronto en una pequeña tarima de la sede del Partido Farc, frente a Timochenko, líder de la colectividad, y decenas de exguerrilleros y militantes, expresó:
“Yo conocí del señor y les digo que no me avergüenzo de eso porque cada uno tiene sus creencias. Además dentro de las Farc rezaba que las creencias religiosas y filosóficas son respetables, es algo que no se puede esconder. Yo digo de que Dios puso muchas personas alrededor de nosotros, de mí y de Simón, y entonces yo les ratifico que sí y que trabajaré sobre eso en las prisiones, hablándole a las personas donde pueda. Dios es un camino que nos da fe, nos esperanza, nos quita el resentimiento y el coraje y podemos trabajar en esa vía para ganar a la población”.
Sin embargo, su nuevo credo le servirá a Anayibe Rojas Valderrama para ganar adeptos a la causa de la nueva disidencia política del Partido Farc dirigida por Fabián Ramírez, su compañero y amigo desde tiempos de militancia joven en el Caquetá, y Andrés París. Los tres junto a 2.000 antiguos miembros de las Farc, que dicen agrupar, están construyendo un proyecto productivo que recoja a quienes se han hecho a un lado del partido comandando por Timochenko pero siguen apostándole a la paz.