El lunes pasado frente al documental “Mi adicción, mi maldición” realizado por Discovery Channel me estremecí. Una mujer, colombiana y caleña, contaba en primera persona su vida tormentosa, su lucha contra la dependencia del alcohol y las drogas, pero sobre todo los impactos que esta adicción tuvo sobre su familia, esos seres que más quería pero a los que sometió por largo tiempo a la maldición de verla destrozarse.
Aura Lucía Mera, Auralú, conocida por su franqueza y desfachatez, se desnudó frente a una audiencia enorme para contar la “Mera” verdad en honor a su apellido y a la forma como algunas personas la llaman.
La conozco desde que siendo yo una niña, era la mejor amiga de mi hermana mayor. Inclusive entre las nebulosas de mis recuerdos infantiles me parece verlas, a ella y a mi hermana, llegar a defenderme en el recreo de lo que hoy se conoce como el bulling o matoneo. Claro yo era una currutaca, la más bajita de la clase, y otras se sentían con derecho a maltratarme… hasta que llegaron ellas, las mayores, y nadie se volvió a meter conmigo. No es poca cosa enfrentarse a la Mera, aprendí desde ese entonces.
La vida nos separó físicamente muchos años y después la política, esa actividad maldita que tantos estragos produce, nos separó emocionalmente. Pero también la vida nos volvió a juntar gracias a la literatura y a mi hermana. Bendita sean ambas porque de nuevo tengo el privilegio de sentirme amiga de Auralú y de admirarla sin resquicios, más ahora que presencié lo que hizo frente a las cámaras. Para eso se requiere ser muy fuerte, muy grande y muy honesta. Esa misma fortaleza fue la que seguramente le permitió ganarle la pelea a su adicción.
Hablar de las debilidades íntimas, de los errores cometidos, de los daños causados a los hijos, de las oportunidades perdidas, es algo difícil. Pero hacerlo sin echarle la culpa a otros, sin buscar justificaciones, sin dejar detalles escabrosos por fuera, es todavía más difícil. Ella lo hizo, tal vez buscando que su testimonio sirva de esperanza a tantas otras personas que están en medio de semejante tormenta como es la adicción.
La Mera ha ido dejando testimonios. En lo periodístico, sus columnas directas, duras a veces, polémicas, pero siempre bien escritas. En lo literario, su libro que es tan fuerte como el documental y esos relatos que tiene guardados sin que se decida a terminar. Ojalá llegue algún día a publicarlos porque con mucha gracia y buena narrativa se asoma al enrevesado mundo de las incoherencias femeninas. Y en lo personal ella misma es un testimonio.
Ella, ya desprendida de vanidades y poder, ella frente a esta ciudad y esta sociedad de la que hace parte pero a la que se atreve a mirar con desparpajo, ella como testimonio de la necesidad de disentir, la urgencia de pensar y pensarnos, y de descubrir los pies de barro hasta en el más poderoso monumento. Ella misma es un referente, querida y odiada, porque no se ahorra un debate, no se intimida frente a ningún adversario, porque habla en primera persona, sin eufemismos y eso no es escoger el camino fácil en una ciudad como la nuestra donde para criticar se acude poco a las ideas y mucho a los apellidos y los chismes.
¡Gracias Auralú por esos testimonios!
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