El fútbol, el deporte que nos enamora y nos hace gritar de emoción cuando gana nuestra selección y ese que es nuestro eterno compañero, ha cambiado a través del tiempo y no para bien, sino para ver en él solo un negocio.
Duele pensar cómo se ha ido perdiendo la verdadera esencia del juego: disfrutar, pues el balompié nos ha desilusionado, nunca como deporte, pero sí en estilo. Se nos ha mentido. Desde los actos de corrupción en la Fifa, siguiendo en el tráfico de influencias, la amenaza a jugadores, los casos de dopaje, y la manipulación de partidos y árbitros "arbitrarios", acompañados de un VAR deficiente que en muchas ocasiones favorece a las "estrellas del fútbol".
Si soy honesta no me gusta el típico jugar de esos que llaman los mejores futbolistas del mundo, que pierden totalmente la noción de lo que es humildad. Acaso es justo que se aprovechen de ser los "mejores" para manipular el juego, quemar tiempo, presionar árbitros a su favor y demeritar el esfuerzo de sus contrincantes, que más allá de ser futbolistas son seres humanos. Todo simplemente por satisfacer el estúpido deseo de ganar, presumir y destruir el balompié calidoso y táctico.
La prensa se centra tan solo en algunas figuras del fútbol que, a pesar de ser fabulosos jugadores con una capacidad goleadora innata y ofensivas, se quedan cortas es lo que es el respeto al contrario y sobre todo a los hinchas.
El fútbol verdadero, el que emociona, se ha ido perdiendo a través de las décadas porque ya no es jugar, es ganar "dinero".
Solo nos queda luchar por recuperar el deporte, pues en el mundo hay talento para volver a enamorar.