Hace cien días se posesionó Gustavo Petro como presidente, y el balance que se puede hacer hoy de su gestión debe contar con un hecho que se ha desvanecido en el recuerdo, pero que debe retomarse para entender si en realidad el país se enrumba hacia el cambio o si lo que imperan son las continuidades. Me refiero a lo que representa el Partido Liberal como parte integrante del nuevo gobierno, a todas luces el sector político que más anhelos despertó en el actual primer mandatario en campaña.
Porque en varias ocasiones como candidato Petro expresó admiración por esa colectividad tradicional, así lo trinó varias veces y, en la práctica, buscó por todos los medios posibles, incluso corriendo la línea ética, que lo acompañara en el Pacto Histórico. No lo logró por las vacilaciones del director perenne de esa organización partidaria, el expresidente César Gaviria, que acabó apoyando a Fico Gutiérrez en primera vuelta; pero una vez elegido Petro, gracias a la mermelada que es lo único que mueve a ese partido, entró en la coalición de gobierno.
Veamos en rigor qué es lo que en realidad le atrae a Petro del Partido Liberal, aparte de conseguir sus votos y sus apoyos a toda costa, si tenemos en cuenta que el Pacto Histórico se constituyó como opción de cambio y la prensa nacional e internacional tituló su triunfo señalándolo como “el primer presidente de izquierda de Colombia”.
Pero algunos medios pusieron en duda no el rótulo de “izquierda”, sino el que fuera el “primero”, porque señalaron que existió por lo menos un presidente que hizo reformas “de izquierda”, el liberal Alfonso López Pumarejo, quien llamó “Revolución en marcha” a su plan de gobierno en su primer mandato (1934-38), acompañado por dirigentes comunistas.
Pero ha sido el propio Petro quien ha anunciado como referente progresista del Partido Liberal a López Pumarejo, acaso para justificar sin vergüenza su acercamiento a los actuales gamonales de esa colectividad, aunque sin poderlo hacer con los de los partidos Conservador y de la U, que también se adhirieron sin ambages al pacto gobiernista.
Incluso, cuando César Gaviria decidió engrosar esos apegos politiqueros, Petro saludó así esa decisión: "El Partido Liberal ha decidido ser gobierno. Bienvenidos en el gran espíritu de las reformas de la "Revolución en Marcha" que hoy proponemos como base para un pacto social".
Como es correcto tener referentes históricos para apoyar las realizaciones de gobierno, es imprescindible ver la validez de esos referentes dentro de su contexto histórico. Porque solo por el mote “Revolución”, empleado como equivalente de transformaciones radicales, no se puede entender el trasfondo de las políticas que López Pumarejo adelantó en su momento. Veamos:
1. Lo primero, el contexto internacional. El año de la “Revolución en Marcha” de López Pumarejo, 1936, estuvo precedido por los desastrosos efectos de la Gran Depresión de 1929, que se originó en la bolsa de Nueva York, coyuntura que indicaba que Estados Unidos ya era la potencia dominante y que sus actuaciones financieras especulativas fueron las que llevaron al mundo a una debacle económica sin precedentes.
La naciente hegemonía mundial de ese país coincide con el dominio sin precedentes del capital financiero internacional, que estaba unido a la sujeción que imponía, en su beneficio, a los países que llegaban tarde a los desarrollos. Se iniciaba una nueva era, la del neocolonialismo norteamericano.
2. Colombia ya estaba imbuida desde principios del siglo XX en la órbita de Washington: hacía parte de su ‘patio trasero’ con los nefastos antecedentes del robo de Panamá, en 1903; la implantación del enclave norteamericano de la United Fruit Company; y las decisiones del Partido Conservador de “mirar al norte” (respice polum) (Marco Fidel Suárez), en 1914, y contratar a la misión Kemmerer (Pedro Nel Ospina), en 1923, para modernizar las relaciones financieras con la banca de Nueva York.
Así, junto con el pago de la “indemnización” de 25 millones de dólares de Estados Unidos por la toma de Panamá, el endeudamiento del país estuvo condicionado a la inversión en petróleo (Rippy, J., 1981) y a la construcción de infraestructura de transporte que facilitara el comercio de importación-exportación ya basado en la división internacional de la producción, que consolidó a un producto tropical, el café, como renglón mono exportador.
3. La esperanza de los sectores progresistas con la llegada al poder del Partido Liberal, en 1930, después de 45 años de hegemonía conservadora, era la de revivir las reformas que habían quedado truncas con la Constitución de 1886 —democratización de la tierra, relaciones Iglesia-estado, educación, etc.—, y además responder a los incipientes avances de la industria manufacturera y las reivindicaciones de la naciente clase obrera.
Pero no apreciaron que esas reformas serían letra muerta si no se removía el nuevo obstáculo para el desarrollo, la pérdida de la soberanía después de cien años de independencia, a manos de la nueva potencia del norte. Ese desconocimiento desveló la naturaleza del Partido Liberal, ya no como una colectividad de izquierda, sino como una identificada en pleno con el Partido Conservador, que había propiciado esa sujeción lacaya. Por eso, mientras apoyaban reformas propias de un país independiente del siglo XIX, acabaron defendiendo las imposiciones de EE. UU. que consolidarían la dependencia imperante de Colombia en el siglo XX y XXI.
4. Y el escenario económico nacional era crucial en esos momentos para su despeje o su postración, pues después de la crisis mundial comenzaba a activarse la industria manufacturera, principalmente en Antioquia, gracias a la inversión de las ganancias logradas por las bonanzas cafeteras desde principios del siglo. Pero al café, producto primario, le había ido muy mal por la baja de los precios internacionales del grano. Luego existían dos intereses nacionales claves para su desarrollo, que estaban dependiendo de las relaciones comerciales con los Estados Unidos: el de los cafeteros, para lograr estabilidad de precios en el mercado internacional, y el de los industriales, que propendían por crecer en condiciones de competencia internacional equilibrada.
5. Pero las decisiones del presidente liberal, en 1935, cuando firmó un tratado comercial con Washington, fueron en la dirección de favorecer a los cafeteros y bananeros, pero también en la de golpear a los industriales y otras ramas agropecuarias al bajar los aranceles de las importaciones que les competían.
Alfonso López Pumarejo era uno de los mayores banqueros y exportadores de café del país, por lo que él fue el directo beneficiario de ese tratado, mientras la naciente industria manufacturera nacional encontró el primer obstáculo para su desarrollo, que fue como el presagio de lo que hasta hoy les ha sucedido a los sectores productivos del país, especialmente con el TLC firmado en 2012 con el mismo Estados Unidos.
Así, el presidente liberal López Pumarejo, pese a sus reformas demagógicas y fallidas, fue el responsable de mantener a Colombia como país agrario y minero, es decir colonial, e inauguró la talanquera que se opone a que sea independiente e industrial.
Entonces, Gustavo Petro, al reivindicar a un presidente liberal que considera referente de las reformas para el “pacto social”, lo que está haciendo es, tal como se inició hace un siglo, profundizar la dependencia del país de los dictados de Estados Unidos y, lo más grave, a nombre de la izquierda.
Sus cien días de gobierno son elocuentes en continuidades de la mano del Partido Liberal: reforma tributaria dentro de los lineamientos de la banca internacional, negativa a renegociar los TLC, especialmente el de los Estados Unidos, y múltiples lazos de “amistad” y “cooperación” con esta superpotencia, nunca vistos con tanta fortaleza en un gobierno de derecha.
Como señala el analista Aurelio Suárez, “Los 100 días de Petro son de solícito colaboracionismo con Washington, quizás la versión “progre” del respice polum (‘Mirar hacia el norte’), de Marco Fidel Suárez”.