Era tener miedo de que llegara en cualquier momento la noche y te encontrara tirado en la cama, sumido entre las cobijas, esperando que los pasos retumbaran en el suelo de madera, que los ecos de susurros abominables se extendieran entre las paredes, que una sombra te arrancara la manta y pudieras ver los ojos glaucos de una monja anciana con la boca llena de sangre.
Así tenían que vivir Janeth de 10 años y Margareth Hodgson de 13 en Enfield, un deprimido suburbio londinense a finales de la década del setenta. Cada noche se levantaban y asustadas iban a buscar a Peggy, su madre, a hablarle de las sombras que se movían por la habitación, de los aullidos de perros que se escuchaban en el derruido refugio anti-aéreo de la casa y, sobre todo, de la monjita decrépita que cada noche se le escurría a Janeth hasta la cama.
Peggy no creía una palabra de lo que decían sus hijas. Janeth y Margareth tenían fama de ser dos gamberras bromistas que habían tenido problemas en el colegio no sólo por fumar cigarrillo sino por montar farsas que casi le cuestan su expulsión. Pero, cuando Peggy vio cómo una cómoda se movía sola por la habitación de las niñas entendió que podría ser probable que una presencia demoniaca azotase a sus hijas.
Las verdaderas hermanitas Hodgson planeando engañar a los esposos Warren
Desorientada la mujer llamó a la policía. Los agentes, al llegar a la casa, vieron como una silla se movía inexplicablemente. Le aconsejaron asesorarse con un cura. Éste le recomendó no al matrimonio Warren quienes llegaron al final de los hechos sino a Maurice Gross uno de los investigadores de lo paranormal más importantes del mundo. Él junto a la psíquica Anita Gregory empezaron a estudiar si las almohadas que volaban y la supuesta posesión de Janeth por el espíritu de un viejito que antes de ella vivió en la casa eran ciertas. El caso llamó la atención de los tabloides amarillistas británicos y la televisión. Las Hodgson empezaron a volverse celebridades.
Había una foto de la niña en donde supuestamente levitaba. Para Gross y Gregory fue muy fácil determinar que Janeth lo que estaba haciendo era saltar sobre el colchón. Además los síquicos sospechaban de algo: las manifestaciones paranormales sólo tenían lugar cuando alguna de las dos hermanitas estaba presente en un espacio. Sin que ellas se dieran cuenta ubicaron una cámara de video en la cocina y se dieron cuenta de la verdad: Janeth era la encargada de hacer los efectos especiales a punta de un complejo mecanismo de poleas y cuerdas mientras la talentosa Margareth se ocupaba de hacer las voces de los espíritus que supuestamente querían amotinarse en la casa de Enfield.
El descrédito y el escarnio público cayeron sobre las Hodgson. Ellas se defendieron y dijeron que sólo habían fingido un 2 por ciento de los extraños eventos. Tuvieron que pasar casi cuarenta años para que volvieran a tener notoriedad. El director malayo James Wan se inspiró en su caso para realizar El conjuro 2 tal vez una de las películas más aterradoras desde El exorcista filme que apasionaba a Margareth y que tal vez la llevó a planear la broma.
Escena de la película El Conjuro 2
Ahora, cuando los espectadores de todo el mundo pasen la noche en vela por culpa de una monja demoniaca y el espectro de un viejito asmático, creerán a pie juntillas que la broma de un par de hermanitas en Londres podría ser la prueba definitiva de que hay vida después de la muerte.
Vea también: El conjuro 2: la película más aterradora de todos los tiempos
