La megahacienda de Víctor Carranza, el rey de las esmeraldas, que el Estado dejó perder

La megahacienda de Víctor Carranza, el rey de las esmeraldas, que el Estado dejó perder

Recien muerto el zar, su hijo Hollman la devolvió, pero la Agencia Nacional de Tierras dirigida por Miguel Samper no la defendió y los invasores se la tomaron

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enero 11, 2018
La megahacienda de Víctor Carranza, el rey de las esmeraldas, que el Estado dejó perder
Fotos: Las2orillas.co / portafolio.co y agenciadetierras.gov.co

Los campesinos que viven en El Porvenir, a orillas del río Meta, preferían no entrar a la finca Cabionas. Se limitaban a transitar por la servidumbre que conecta con la vía a Puerto Carreño, y si no salían por lancha. La decisión era sabia: la finca era de don Víctor Carranza.

El esmeraldero era, hasta su muerte en el 2011, el rey del Meta. Su nombre retumbaba hasta volver sus propiedades casi que mito: es dueño de esto y aquello. Su dominio comenzaba en Puerto López e iba hasta el límite del Meta con el Vichada. En esta tierra le ganó la guerra a Leonidas Vargas, el heredero de Gonzalo Rodríguez Gacha, que era el otro gran narco terrateniente de la zona.

En Puerto López, centro de operaciones de Carranza en el Llano, durante los años 90 aparecían todos los días muertos en las polvorientas calles, señalados de pertenecer al grupo de Carranza o de Vargas. En ese pueblo vivía el esmeraldero, y tras los inmensos muros de piedra sólida que protegían su lote de 12,000 metros cuadrados, escondió a muchos paramilitares. Al morir Carranza, los peritos que tenían que repartir la herencia avaluaron la casa en $60,000 millones. Fue allí donde permanecieron los hombres de Carlos Castaño después de la masacre de Mapiripán. El Ejército nunca los buscó.

Pero el lugar de entrenamiento de la gente de Víctor Carranza y sus aliados paramilitares era la hacienda Cabionas.

Frente a la finca queda Orocué, el tercer puerto más importante sobre el río Meta. Desde los tiempos de la colonia, pasando por los años en que José Eustaquio Rivera escribió en ese pueblo La Vorágine, esta ha sido la conexión entre la cordillera con Puerto Carreño. Hoy se mueven pasajeros, carga y coca camuflada en los motores de las lancha que atraviesan el corazón del Llano hacia el Orinoco y Venezuela. Es un cruce fundamental para quien quiera tener poder y vivir tranquilo con él en la llanura colombiana.

Bajo los gigantescos mangos, que estaban mucho antes de que en los años 80 comprara la finca Víctor Carranza, está la casa principal, hoy en ruinas. A la muerte de Carranza le sucedió la llegada de gente venida de otros departamentos - así como los mismos de la región - y traían palas, picas y mazos.  Venían detrás de los millones de dólares que se creían enterrados allí. No apareció nada. Hoy los rumores son otros: la gente de la región está segura que cerca a los gigantescos mangos hay más de una fosa común. “No los tiraban al río… Allá tienen que estar enterrados.” En 1989 apareció en La 60, una de las fincas del Zar de las esmeraldas una fosa con cincuenta cadáveres. Esta estaba a nombre de un testaferro.

Cabionas alcanza las 27,000 hectáreas y su laguna es famosa por la extensión y la fauna: pavones y bagres nadan en sus aguas transparentes entre los caimanes que se desplazan libremente; vuelan garzas y flamingos; el ruido al amanecer es ensordecedor. Sus morichales - bosques que protegen los ríos y cañadas - rompen la árida sabana donde don Víctor tenía pastando las miles de reses que compraba en la región.

La finca ha pasado por todas las figuras legales posibles, pero al final su dueño era don Víctor. En los primeros años de los 80, cuando llegó Carranza, no hubo problemas con la gente del pequeño caserío vecino, El Porvenir, donde las 70 familias seguían criando ganado sin importar el cambio de dueño. La calma duro siete años hasta que en 1987 los hombres del paramilitar Henry Pérez, llegados del Magdalena Medio se encargaron de borrar el rastro de todo aquel que se opusiera al reinado de Carranza. Las historias son espeluznantes. Una mañana reunieron al pueblo en el embarcadero para que presenciaran la manera como asesinaron con un tiro de gracia a siete campesinos a quienes arrodillaron previamente. Entre ellos estaba Medardo Ortíz, un líder querido por todos en la región. El Porvenir se convirtió en un pueblo fantasma.

Dos años después, en 1989, con la llegada de los frentes 16 y 39 de las Farc se encendió la guerra. Venían con la misión de sacar de la zona a los paramilitares. Las Farc se preparaba para recibir un cargamento de los 10,000 fusiles que les llegarían de Jamaica y que se proponían distribuir entre los distintos frentes del país. La misión implicaba preparar veinte avionetas y más de 150 carros y la guerrilla. Un comando de doce hombres entró a Cabionas, amordazaron a quienes cuidaban el predio y se llevaron once camionetas y dos avionetas de Carranza. Las armas nunca lograron entrar a Colombia, pero con la incursión la guerrilla mostró su poderío y tomaron el control de la región.

Solo en 1994, Carranza volvió a utilizar la finca como centro de operaciones. Una vez cumplida una condena de dos años por paramilitarismo, José Baldomero Linares, conocido como Guillermo Toro, regresó a Cabionas donde fundó las Autodefensas Campesinas del Meta y el Vichada (ACMV). Con estas nacieron los carranzeros, como empezó a denominarse a los trabajadores al servicio de don Víctor en sus grandes extensiones de tierra.

Las 27,000 hectáreas nunca se sembraron de nada. La sabana nativa servía para mantener ganado regado sin control. Lo recogían una vez al año, contaban cuantos habían nacido, y lo volvían a soltar. En una tierra que podría albergar hasta 25,000 cabezas de ganado, se dice que Carranza nunca tuvo más de 12,000.

Víctor Carranza murió 4 de abril del 2013 y fue noticia nacional. Lo velaron en la Funeraria Gaviria, en pleno norte de Bogotá, y antes de haber terminado el servicio, Cabionas ya estaba en la mira de muchos. Terminó invadida. Se la repartieron de hecho campesinos de El Porvenir, que llevan viviendo de esa misma tierra más de 30 años; campesinos llegados de otras regiones; indígenas Sikuani descendientes de familiares que asesinados en las distintas olas de violencia desde los años 30, y antiguos socios Carranza.

Su hijo mayor que quizo controlar el emporio, Hollman, quiso adelantársele a lo que sabia se le vendría: la expropiación y la invasión de facto, como al final ocurrió. En el 2015 decidió entregarle la finca al Estado y un año después la Agencia Nacional de Tierras tomó posesión por orden judicial. Resultó tarde, porque en el año de interinidad legal llegaron los invasores, que solo con una orden judicial podrían ser desalojados por la fuerza pública.

Desde la distancia se divisan casas de madera con patios repletos de gardenias rojas y rosadas. Han puesto cercas de cuatro líneas de alambre de púas, trenzadas a la perfección, pegadas a postes de madera prefabricada cuyo valor alcanza los $7 millones por kilómetro, y los nuevos poseedores han cercado más de 15 kilómetros. Algunos incluso han empezado a vender tierras sin tener derechos sobre éstas y son los nuevos ocupantes quienes empiezan a imponer la ley.

La Agencia Nacional de Tierras parece tenerla perdida porque a pesar del prometedor discurso que pronunció su director, Miguel Samper, cuando tomó posesión formal del predio el 9 de noviembre del 2017 en el que se comprometió a iniciar una cruzada para recuperar las tierras. Lo acompañó la gobernadora del Meta Marcela Amaya y asistieron representantes de los militares, la iglesia católica y un niño músico que amenizó la ceremonia con ritmo llanero.

Con la aprobación de la Ley Zidres con los intereses de la explotación agroindustrial, los pobladores de El Porvenir prendieron las alarmas. Se adelantaron a interponer una tutela que la Corte Constitucional falló en su favor. Dispuso que las 30,000 hectáreas le tendrán que ser escrituradas a pequeños campesinos, una tarea que no será fácil de cumplir porque los actuales poseedores no están dispuestos a soltarlas y porque la mesa de concertación ordenada en la misma tutela entre gobierno y pobladores y lideres reconocidos como sacerdotes de la comunidad Claretiana no han logrado definir las reglas. La Corte determinó como fecha perentoria de cumplimiento el pasado noviembre del 2017, pero hasta el momento no se ha movido una hoja y en la emblemática hacienda solo se ven una gran extensión de pasto con escasas cabezas de ganado y algunos sembrados de maíz de propiedad de quienes se le adelantaron al Estado y tomaron posesión ilegal de la tierra.

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