Poca discusión puede haber respecto a que hoy en día el primer poder dentro de toda sociedad es el poder de los medios.
Los poderes constitucionales -legislativo , ejecutivo y judicial- se rigen por agendas que los periodistas establecen, tratan como prioridad los temas que como noticia aparecen, y encaminan su intervención de acuerdo a la forma en que lo recibe la ‘opinión publica’, no solo siendo los mismos medios quienes condicionan y forman esa opinión pública, sino que además son quienes definen o deciden cuál es esa.
Y poderes como el económico o el político que suponen tener algún control sobre el de los medios de comunicación, en la realidad el que ejercen depende de que no vayan en contra de estos últimos sino que se sometan y se alineen con ellos. Ningún político sobrevive a un enfrentamiento con los medios de comunicación. Los dueños de los medios acaban siendo una rama de la riqueza de los ricos no tanto porque sea a través de los medios que pueden ejercer o manejar su influencia, sino porque la influencia de los medios en los poderes mencionados antes es la que necesitan controlar para no arriesgar su propia existencia: Ni uno ni otro tiene la fuerza para tomar decisiones en contra o con suficiente independencia para salirse de lo que manejan los medios; dependen de no tener a la ciudadanía alebrestada en contra y en consecuencia de la forma en que ésta es informada.
Vivimos bajo el gobierno del periodismo, de lo que se debería llamar la mediocracia, pero que en el fondo tiene algo de mediocridad (toca luchar con el corrector para que no haga el remplazo).
Y no necesariamente porque quienes ejercen esa profesión sean mediocres ya que por el contrario los hay muy capaces. Tanto que se está reconociendo que dominan la sociedad.
________________________________________________________________________________
El comunicador exitoso no se dirige al intelecto de la gente sino a sus entrañas
________________________________________________________________________________
Pero es la profesión misma y la lógica de su ejercicio la que produce esa mediocridad. El poder que detentan no nace del conocimiento sobre los temas que tratan o de la capacidad de análisis que despliegan, sino de la habilidad para movilizar las emociones del público. La comunicación no es con la capacidad de raciocinio del individuo sino con sus reacciones emotivas. El comunicador exitoso no se dirige al intelecto de la gente sino a sus entrañas.
Su formación sea académica o empírica es lo que le enseña. Igual que para los políticos lo importante es la imagen que proyectan -y no necesariamente lo que piensan o proponen-, para quienes su mundo son los medios lo importante es lo que mueve a la gente, la ira, la indignación, el escándalo, no la reflexión o la ponderación.
El objetivo es el rating, tanto para el medio como para quien lo usa.
Ser periodista da poder y como bien se sabe ‘el poder corrompe y envicia’. Siempre ha sido así, pero en los tiempos recientes la evolución tecnológica y la cultura del modelo del libre mercado (en este caso, en relación al poder) han convergido en que pierda cada vez más peso el idealismo de dar a esa actividad un objetivo diferente al éxito mismo.
Eso explica que cada vez se consolida más el ‘carrusel de los medios’ donde quienes a él pertenecen se retroalimentan citándose unos a otros, y al mismo tiempo pierden sintonía con el grueso público. Pero aunque las redes sociales les ganan espacio porque juegan con las mismas reglas -movilizar pasiones-, los grandes medios infortunadamente aún conservan el privilegio de manejar (¿o crear?) las noticias, y con ello de establecer la agenda del país.