Nos parecía imposible la misión de encontrar la mayor estupidez de Santos durante su estúpido gobierno. Pero por la dimensión de esta necedad y por sus repercusiones gigantescas en el futuro de Colombia, escogemos la que cometió media hora después de conocido el pronunciamiento de la Corte Internacional de Justicia sobre las excepciones preliminares, o dilatorias o previas que presentaron nuestros abogados en el proceso incoado por Nicaragua.
Nicaragua nos demandó, la demanda fue admitida y se nos corrió traslado de ella. La recibimos, la contestamos, nombramos abogados y nos presentamos ante la Corte, esta misma que ahora nos parece tan merecedora de desconfianza, como dijo la Canciller, o tan “inconveniente” como dijo Juanpa.
Si nos hubiéramos declarado en rebeldía desde el principio, estaríamos ante una decisión política de enorme gravedad, pero no ante una estupidez. Mas dar la lora que hemos dado, con abogados costosos que con toda la pompa se sometieron a esa jurisdicción, es cosa que no tiene nombre.
Para quienes no son abogados, vale una explicación elemental y decisiva para entender el asunto. Cuando un demandado se presenta en juicio, y es casi seguro que no le gusta que lo hayan demandado y que deba comparecer en juicio, se prepara con sus razones para desvirtuar la demanda y ganar la partida. Pero antes de exhibir esas, sus razones de fondo, puede considerar que el demandante no ostenta válidamente la condición que reclama, o que interpuso la demanda contra destinatario equivocado, o que lo hizo extemporáneamente o que la demanda quedó mal hecha. Hasta ahí no ha discutido el fondo del asunto, ni ha mostrado sus argumentos. En otras palabras, se ha reservado sus cartas fundamentales para mostrarlas a su hora, mientras mira qué pasa con sus defensas iniciales, qué puede sacarle a la contraparte de su estrategia y cómo calibra la tendencia del juez sobre su asunto.
Por lo dicho tuvo razón Carlos Gustavo Arrieta, uno de nuestros abogados en el caso, cuando dijo la víspera de esta providencia que ella no resolvía el fondo del asunto y que era apenas significativa su importancia. En lo que no tuvo razón fue después de la declaración de Juanpa, cuando salió con el mal chiste, como de Maturana, de que se trataba de una derrota con sabor a triunfo. Eso no fue serio ni fue grande. Ahí faltaron altura y carácter.
Pues ante esta circunstancia, nada agradable porque a nadie le gusta perder unas excepciones, lo que venía era tomar las cosas muy en serio, examinarlas a fondo y someterlas al escrutinio de las mentes más lúcidas, los internacionalistas mejores, los litigantes más curtidos. Pero nada de eso. Porque a Juanpa no le importan sino los titulares del día siguiente, el oropel de los éxitos efímeros y de los aplausos comprados. Y en media hora salió con semejante estupidez.
Perdidas unas excepciones dilatorias, lo peor que a uno le puede pasar es que le fallen todo en contra, sufrir una derrota sin atenuante, no merecer nada del juez de la causa. Eso es lo peor. Lo que casi nunca ocurre. En todo pleito se puede perder mucho, pero casi nunca se pierde todo. Casi nunca, insistimos.
Perdimos todo sin librar batalla,
nos entregamos a Nicaragua, o como decimos los abogados,
nos allanamos a sus pretensiones
¿Qué nos pasó con esta movida de mal jugador de póker? Que lo perdimos todo sin librar batalla, que nos entregamos a Nicaragua, o como decimos los abogados, nos allanamos a sus pretensiones. A todas. Porque el que abandona la litis le concede todo a la contraparte y el juez, la Corte en este caso, se tiene que limitar a declarar como ganadoras todas las pretensiones del que sigue en el juicio. Nada menos que eso.
Y cometemos semejante necedad cuando la Corte está empatada, cuando perdimos por el voto calificado del Presidente, un magistrado francés, y cuando no hemos siquiera alegado nuestra razones sobre el fondo del asunto. Eso no se le ocurre sino a un estúpido como nuestro Presidente, aconsejado por sus únicos asesores válidos, su torpeza, su engreimiento y su ignorancia.
Probablemente debíamos haber denunciado el Pacto de Bogotá, hace mucho tiempo. Tuvimos años para hacerlo y no lo hicimos. Probablemente la Corte está obrando por razones políticas y probablemente es digna de toda nuestra desconfianza. Y probablemente lo que correspondía era revolvernos contra ella y decirle a la ONU que nos importa un pito su Tribunal de Justicia. (La misma ONU que nos parece tan buena para verificar el cumplimiento del proceso de paz).
Pero hacerlo ahora, después de aceptar su jurisdicción, recibir la demanda, nombrar abogados, interponer excepciones, no es una estrategia. Es una soberana, costosa y radical estupidez.
Perdimos el mar, señores. Perdimos en toda la línea. Y lo perdimos todo sin defendernos, detrás de un titular de prensa y por vulgar estrategia politiquera. No hay derecho. De lejos y sin atenuantes, esta es la mayor estupidez de este Presidente que comete tantas.