Luis Carlos León López cumplía veinticinco años al servicio de Luis Castilla un terrateniente del sur del Cesar quien a finales de 1995 decidió vender la finca donde León, laboró fielmente por muchos años de su vida. Al ver esta situación el administrador, pidió una liquidación a Castilla por el tiempo de trabajo, pero este se negó rotundamente.
Para mediados del mes de enero de 1996 fue asesinado el terrateniente Luis Castilla, en la ciudad de Bucaramanga e inmediatamente la familia del occiso tomó represalias contra la familia León Barbosa, al culparlos del asesinato del cabeza de su familia. No sería hasta junio de ese mismo año cuando se desataría la furia de una familia hacendada contra otra familia inocente y sin velas en ese entierro.
Un mes después de la muerte violenta del ganadero, el señor Luis León, toma posesión de una maquinaria (Una combinada cortadora de arroz junto con un tractor) y algunos bovinos. El primero en acusar a Luis Carlos León, del asesinato de Luis Castilla fue el hijo de este último llamado igual que su padre.
El secuestro de los León
Iniciaba el mes de junio cuando fueron secuestrados en el municipio de Aguachica (Cesar) Luis Carlos junto a su hijo Pedro León Barbosa.
No se conocieron pruebas de supervivencia de ambos y la familia siempre los dio por muertos. Para finales de ese mismo mes, el grupo subversivo identificado como las AUC pidieron a cambio de la liberación de los rehenes la devolución de los bienes retenidos por León López a la descendencia de Luis Castilla.
La familia aceptó los términos impuestos por los paramilitares y la entrega de la maquinaria junto al ganado se realizó en el municipio de San Martín al sur del departamento del Cesar; solo faltaba que los secuestradores cumplieran su parte de dejar en libertad al padre e hijo secuestrados.
El principio de la masacre
El 30 de junio los captores llaman a los familiares para realizar la liberación de Luis Carlos y Pedro Emilio. Como mediadores viajan a Aguachica ese mismo día Jesús Humberto y Ruperto León Barbosa, quienes eran hijos de Luis Carlos, además, se encontraban acompañados por Sifredo Rodríguez García, un amigo cercano de la familia.
No se tenía información desde las seis de la tarde del domingo treinta de junio de quienes habían viajado a recibir a los secuestrados.
Amanecía el lunes 1 de julio, un humilde campesino del corregimiento de Besotes, municipio de La Gloria, Cesar caminaba rumbo hacia su trabajo cuando vio una camioneta Renault 12 blanca, de placas PAG – 695 estrellada contra un árbol frente al cementerio de la población.
Del baúl del vehículo salían unos pies rígidos, al abrirlo se encontró con el cuerpo de Ruperto León Barbosa, de veintiséis años quien tenía un tiro en la frente y dos más en el cuerpo. El campesino continúo revisando la camioneta y en el asiento trasero estaba el cuerpo de Jesús Humberto León, con signos de tortura (le sacaron las uñas, lo torturaron igualmente con quemaduras en la piel por medio de cigarrillos) y un atroz impacto de bala en el lateral izquierdo que le sacó el ojo.
Por su parte en el asiento del conductor estaba con la cabeza en el timón el cuerpo de Silfredo Rodríguez García, quien también tenía señales de tortura (Tenía la cara desfigurada [partidura de mandíbula], pasto enterrado en los orbitales de los ojos, la nariz, los oídos y la boca) a este último le propinaron cinco impactos de bala.
La macabra noticia llega a la familia
Comenzaba el noticiero a las 11:50 a.m., Mario Alfonso Echavez, un reconocido periodista de la región, anunciaba las siete de la mañana con cero dos minutos, dando como noticia de última hora el hallazgo de los cuerpos sin vida de tres hombres en zona rural del municipio de La Gloria, que al parecer eran oriundos de Ocaña pero aún no habían sido plenamente identificados los cadáveres.
La Policía realizó el levantamiento de los cuerpos trasladándolos de inmediato a la morgue de Aguachica, donde se acercaron los curiosos y un campesino que los vio identificó a los hermanos León Barbosa, de esta manera inmediatamente las autoridades se colocan en contacto con la familia para dar la trágica noticia: Habían sido asesinados dos integrantes de su familia.
A las cinco de la tarde del primero de julio de 1996 arribaban a Ocaña en una caravana fúnebre los féretros de Silfredo Rodriguez García, Ruperto y Jesús Humberto León Barbosa. En el barrio El Tejarito fue velado Rodríguez y en el barrio San José (Cerca al Mercado Público de Ocaña) fueron velados los dos hermanos en la sala donde se respiraba dolor por la muerte violenta de estos dos hermanos y angustia al no saber el paradero aún de Luis Carlos y Pedro León.
El fin de la hecatombe
Luego de sepultar a los hermanos junto con su amigo, los allegados continuaron con la desesperada búsqueda de Luis Carlos y Pedro León. Las AUC no se volvieron a comunicar más con la familia para dar información sobre el estado de los rehenes, en especial de Luis quien presentaba serios quebrantos de salud por las malas condiciones en las que estaba viviendo en cautiverio.
No fue hasta el domingo siete de julio que un inspector de policía del corregimiento de Sanin Villa (jurisdicción de Ocaña), encontró dos personas muertas: Se trataba de Luis Carlos León López, quien presentaba señales de tortura (Golpes en el rostro, quemaduras en el cuerpo con cigarrillo) y su hijo Pedro Emilio a quien habían ultimado con un tiro en la frente y al hallar su cuerpo estaba apretando con las manos una toalla, un cepillo y una crema dental.
Los parientes fueron informados del hallazgo de los restos mortales de dos hombres en la vía Ocaña – Aguachica que se asemejaban a las características de sus seres queridos y sin pensarlo dos veces se movilizaron a Aguachica a identificarlos.
Era algo increíble ver como en la misma casa donde hace menos de siete días velaban a dos hermanos al ser asesinados, esa noche del siete de julio estaban en cámara ardiente los cuerpos de Luis Carlos y Pedro Emilio. Las exequias se llevaron a cabo el día siguiente, un día que fue considerado por los comerciantes de la época como único, ya que, el mercado público de Ocaña se paralizó, cerrando todos los locales comerciales para asistir al sepelio de estas dos personas inocentes.
Como consecuencia de los hechos, la señora Dora Ester de León murió a los siete años de pena moral ya que lloraba todos los días a su esposo e hijos. No hubo un día después de aquella semana trágica que en esa mujer se reflejara una muestra de alegría. Una enfermedad silenciosa se la llevó al encuentro con sus seres queridos.
De Luis Castilla (hijo) no se volvió a saber nada hasta hace unos años que la los León se enteró que residía en Cúcuta. Sin embargo, nunca fue denunciado por la muerte de los miembros de este núcleo familiar, dado que la familia tenía temor de que tomaran venganza contra los que habían quedado vivos y el crimen contra esta humilde estirpe ocañera quedó impune ante la justicia terrenal.