Los paramilitares no llegaron esa noche a La Gabarra. Con miedo los esperaron durante meses, sabiendo de las masacres que hacían en la vecina Tibú, escuchando al propio Carlos Castaño decirle a Claudia Gurisatti que el objetivo principal de su ejército era entrar a ese corregimiento. El 21 de agosto de 1999 lo hicieron.
A las siete de la noche se fue la luz. A las ocho entraron por la calle principal seis camiones atestados de asesinos. A las nueve lo único que brillaba por sus calles destapadas eran los cañones de los fusiles y el filo de las hachas con las que rompieron las puertas de las casas donde se refugiaban las personas que estaban en una lista que traían.
Los tiros y los gritos duraron sólo 45 minutos. Al otro lado del río, la tropa que se había asentado allí en el mes de julio, no escuchó nada. Según ellos estaban ocupados enfrentándose a las FARC. Una mentira fragante como después lo confirmaría la justicia. La única autoridad que estaba en el caserío era la corregidora. Ella, con un grupo de especialistas del C.T.I, entró a recoger los cuerpos. Contaron apenas 33 de los cientos que habían sucumbido en la carnicería. Muchos cadáveres habían sido arrastrados por el río, otros se los llevaron los sobrevivientes para enterrarlos en otra parte.
Los comandantes eran blancos y la tropa negra. Les dijeron que habían llegado para liberarlos de la guerrilla. Que no había nada de qué preocuparse. Se adentraron por las veredas para asegurarse el control del territorio. Llegaron a La pista, El suspiro y Las lajas arrasando todo lo que encontraban.
Pronto sólo se quedaron en La Gabarra los que no tenían nada más que un pedacito de tierra.
*Este artículo/video hacen parte de Sanar Narrando, un proyecto de Las2orillas