En Colombia hay pocos descendientes de los italianos Venturoli. Uno de ellos murió de cirrosis y no le dejó nada a su hijo Nelson, un hombre de edad madura que nunca pudo adaptarse a los arbitrariedades de los jefes de las empresas de vigilancia o de aseo. Su madre le dijo: mijo, eso coja un costal, verá que no se muere de hambre. Y desde los 23 años es reciclador. No tengo nada, vivo tranquilo, pago pieza diaria en las Cruces, a 5 mil. A mí me gusta la calle. Yo trabajo a mi manera, nadie me jode la vida. Ando bien vestido: dar lástima, eso no. El reciclaje es un trabajo, como todos. Dios le dio a uno sus pies y sus manos. Salgo a las ocho de la mañana, regreso a las ocho de la noche.
Todos los días camina hasta la calle 100 y se regresa. Anda con un cochecito y recoge su material en las canecas de basura de la calle. El trabajo es cíclico, tan pronto está lleno el carrito tiene que vender en una bodega para desocuparlo y volver a empezar. Aparte del reciclaje, tiene otro oficio: recoge y compra coroticos, que luego vende en un puesto en el mercado de las pulgas en las Aguas. Zapatos, ropa, figuras de cobre, madera y juguetes.
Don Nelson no hace parte de ninguna organización de recicladores, ni tiene el propósito de meterse. Lo suyo es salir a andar la ciudad, solo con sus pensamientos, hacer bien su trabajo y vivir con lo mínimo necesario. Estándares tradicionales lo califican como pobre, pero en todo caso no sufre por jefes, horarios, encierro, sedentarismo, ni aburrimiento. Se declara feliz.
A partir de hoy, sin embargo, policías o agentes de tránsito se le pueden acercar y prohibirle abrir las bolsas de basura. Además de molestarlo, le darán un comparendo ambiental con el que tiene que acercarse a la Secretaría de Gobierno, en donde le darán su veredicto: una multa que puede ser de hasta dos salarios mínimos mensuales vigentes. Más de millón doscientos podría ser. Sí, a don Nelson. En caso de que “reincida”, tiene que dedicar un día a “trabajo social”. Ese día no recogerá para la pieza y dormirá en la calle o tendrá que pedirle posada a su hija o a su sobrina Sandra.
Todo esto porque desde hoy rige el decreto firmado el por Alcalde, en donde se establecen los comparendos ambientales. Este decreto reglamenta una ley que fue iniciativa del entonces ministro de medio ambiente, Juan Lozano, en el segundo gobierno de Álvaro Uribe Vélez.
Desde hoy, los ciudadanos en Bogotá por fin tendremos que ponernos las pilas. Son inadmisibles conductas como botar basura desde el carro, echarla en humedales o no separar los desechos reciclables de los que no lo son, y no recoger los excrementos de los perros en espacios públicos.
Lo problemático es que el decreto penaliza actividades que realizan cotidianamente los recicladores. Esta norma no hace ninguna distinción entre la gente que comete infracciones por negligencia y los recicladores que como don Nelson, abren bolsas de basura en la calle porque ese es su oficio. Y como dice el dicho de los abogados: donde la ley no distingue, el intérprete no debe distinguir. En el decreto no hay ningún fundamento explícito para que la policía o los funcionarios no castiguen a los recicladores por trabajar. Durante tres meses habrá avisos “pedagógicos”. Luego les aplicarán las sanciones y multas de verdad.
El reciclaje es uno de los oficios más antiguos. La diferencia es que recientemente gente que antes volteaba la mirada y se tapaba la nariz frente a la recolección de basuras, descubrió que el reciclaje es buen negocio. La basura es materia prima para la industria. Por eso, hoy hay tantos intereses sobre quién la recoge y aprovecha, y quién pone los precios, lo que hace las normas sobre reciclaje sean un campo de batalla y resulten muy variables entre sí.
Tradicionalmente, el reciclaje se enseña de padres a hijos. Por ejemplo, el caso de doña Esmeralda. Ella es recicladora desde los nueve años, igual que sus primos y hermanos. Su mamá, de avanzada edad, sigue reciclando, pero cerca de la casa. Su hijo mayor viaja al norte de la ciudad en su zorro – carretilla de madera jalonada por él mismo -, y duerme en ella durante tres o cuatro noches, en parques. Para él, su trabajo requiere motricidad, separar basura es un asunto de filigrana. Por eso, se rehusa a los guantes.
Esmeralda ha hecho una carrera bastante común en el gremio de los recicladores. Empezó con un carrito esferado, que luego fue prohibido. Esos carritos rodaban sobre balineras y se volcaban a cada rato. Luego Esmeralda pasó a una carreta de mano o zorro, como le dicen. Con ahorros, ella y su marido compraron un caballo propio que luego les robaron. Tuvo finalmente que arrendar uno, con el que trabajó hasta que quedaron prohibidos y ahora tienen un carro que les entregaron en sustitución. Esmeralda también tiene una pequeña bodega en la carrera novena con calle tercera que se llama Los Nanos. Allí le compra material a recicladores pequeños, los clasifica y se los vende a otras bodegas o a empresas.
Fotos: Natalia Orduz
Esmeralda ha tenido problemas con la bodega. Cada vez le exigen requisitos más difíciles de cumplir para mantenerla en pie. Su amiga, Sandra Ortiz, recicladora y líder de la Asociación de Recicladores de Bogotá, le ayuda con trámites y documentos.
Sandra llegó al reciclaje por azar, porque aunque su tío don Nelson es reciclador, sus padres no lo eran y no empezó de niña. Tenía 23 años y cuatro hijos. No me daban trabajo en ningún lado, recuerda. Y no tenía dónde dejar los niños. Alguien le comentó que en la vieja casona en La Candelaria que es de la Asociación de Recicladores de Bogotá, había una guardería. Tocó una puerta que se le abrió para siempre. Le admitieron no solo los niños, sino trabajar en la guardería en las tardes. Por la mañana, estudiaba enfermería, y por las noches, el bachillerato.
Poco a poco, Sandra comenzó a ganarse la confianza de los dirigentes de la asociación y a hacer parte de diferentes reivindicaciones del gremio. Por ejemplo, estuvo en las negociaciones con la Alcaldía por la prohibición de las “zorras”, lo que afectaría a 2896 carreteros. Como nosotros estamos organizados, no nos pudieron borrar del planeta, explica Sandra. Tuvieron que hacer unas mesas de negociación y llegar a acuerdos. Los recicladores fueron claros: tenía que haber una sustitución de su herramienta de trabajo por otra que fuera igual en sus características principales. Soportar mucho peso, tener cuatro llantas y no tener pico y placa. Eso resultó en unos carros de placas blancas que les entregaron como sustitución.
Dejar los caballos fue duro. Muchas familias los querían como a sus hijos. Y ahora adaptarse a los carros tampoco es fácil. No hubo un plan masivo para enseñarles a los recicladores a manejar. Cada uno tuvo que sacar de su bolsillo para sacar el pase, y ahora para pagar los gastos: seguro obligatorio, repuestos, gasolina y parqueaderos. Sandra tiene rutas distintas, a veces de día, a veces de noche.
Un lunes, Sandra se despide de su tío Nelson en plena Candelaria y arranca con su compañero, Luis Fernando, su ruta por edificios y casas. Parquean en una calle en el barrio Galerías, donde tienen varias fuentes y donde ya los conocen los vigilantes. Fuentes son los lugares donde recogen periódicamente material. Luego estacionan en otras cinco o seis calles. En algunos edificios, está separada la basura orgánica de la reciclable, que la disponen en un punto separado al tradicional shut. La basura reciclable no coge mal olor, ni se contamina. En la mayoría de los edificios, la basura está toda mezclada. Sandra y Luis Fernando llenan una planilla en donde dejan constancia del material que se llevaron. El carro es claramente una ventaja frente a la noche y la lluvia, y porque les permite empacar más rápido y seleccionar al día siguiente.
Sandra, como líder del gremio, estuvo en primera fila en la marcha del 12 de noviembre en contra de la resolución de la Superintendencia de Industria y Comercio que multa al Alcalde Petro y le ordena hacer un nuevo modelo de basuras. El motivo principal es que los recicladores creen que si se cae el modelo de basuras de Petro, ellos van a perder algunos avances en su lucha por sus derechos. La marcha comenzó enfrente del Ministerio de Industria y Comercio, luego hizo una larga parada frente a la Procuraduría y siguió a la plaza de Bolívar.
En el modelo de basuras de Petro, se incluyen varios derechos de los recicladores. Entre ellos, el pago a los recicladores de una tarifa. No por el material que venden, sino por el servicio que prestan en recoger y transportar este material. La alcaldía tiene certificados varios centros de pesaje. Por cada kilo, el reciclador recibe 87 pesos. Esto puede ser significativo para recicladores que tienen un carro. Pero no tanto para los más pobres que andan con costal o carreta y no tienen capacidad de recoger tanto peso de basura.
Y justamente porque los recicladores son una población pobre y con muchas desventajas sociales, la Corte Constitucional ordenó cambios profundos en la política de aseo en casos que decidió para Bogotá y Cali y que fueron litigados por la abogada Adriana Ruiz-Restrepo. La Corte le ordenó al gobierno dejar de discriminar a los recicladores a través de la imposición de requisitos que ellos no pueden cumplir. Y así, le exigió al gobierno no solo incluirlos en todas las políticas de aseo, sino reservarles a ellos el derecho de recoger, transportar y aprovechar la basura. Para eso, el gobierno debe apoyarlos a formalizarse y organizarse, de tal forma que puedan cumplir con el servicio como empresarios independientes y ofrecer un servicio de calidad. Debe ser un plan progresivo, pero que en la práctica sí sirva para mejorar la calidad de vida de los recicladores.
Aunque en Bogotá ya hay un plan de inclusión de la población recicladora, todavía no está en marcha. Lo que pasa con la basura es que es una especie de metabolismo urbano, comenta Adriana Ruiz. Se genera la basura, se lleva a unos sitios donde se separa por partes y se vuelve a aprovechar. Lo que tiene de particular este sistema, es que es un servicio público y al mismo tiempo un negocio muy rentable. La basura de una ciudad como Bogotá es materia prima de incalculable valor económico para la industria.
Como este “metabolismo” es un servicio público, para Ruiz, el Estado debería controlarlo y participar económicamente, lo cual no pasa en Colombia. En 2002, la norma establecía que la basura es del Distrito una vez se deja por fuera de la casa. Pero Uribe tachó este artículo en 2003.
Ahora la basura es de nadie hasta que alguien la agarra. Pero con el nuevo decreto de comparendos ambientales, ya no será de los recicladores, y mucho menos de los que se valen solo de sus pies y sus manos y que trabajan en la calle, como don Nelson. A ellos les está vetado tomar este material y hasta ahora no hay ninguna alternativa. Varias organizaciones de recicladores ya pidieron que no les aplique el comparendo. Los recicladores ya están acostumbrados a todo tipo de discriminaciones y embates. Frente a eso, dice Esmeralda: nos tocará seguir bregando para poder trabajar.