Con absoluta seguridad que nuestra Constitución no es la más equilibrada, ni la mejor dispuesta, ni la más rigurosa, ni la más nada. Salvo la más monstruosamente larga, farragosa, contradictoria, inmanejable de cuantas pudieron escribirse.
En la mejor de las genialidades de los de La Habana, han resuelto proponer que el Acuerdo de Paz sea parte integrante de la Carta. Y no de cualquier manera. Porque se le ha reservado la condición de ser su elemento esencial, inamovible, intocable, pues que le han elevado a la categoría de Acuerdo Especial, a la luz del artículo tercero común de los Protocolos de Ginebra.
¿Y qué tiene que ver ese mamotreto con los Acuerdos Especiales? Pues nada, claro, absolutamente nada. Los dichos Acuerdos solo existen para humanizar la guerra, la externa o la interna, de manera que sea menos cruel y feroz de lo que corrientemente es. Por ejemplo, para darle tratamiento preferente a las ambulancias de cualquier sector, o para garantizar el respeto a los prisioneros o para cuidar los derechos de la población civil. Nada, por supuesto, ni parecido al contenido de los papeluchos que se escribieron en La Habana, o en cualquier parte para consumo de La Habana. ¿Y entonces?
Aquí es donde salta el talento del doctor De la Calle Lombana, por desgracia para la humanidad ausente cuando se firmaron los Protocolos y nuestra lumbrera era apenas un niñito. Pues a De la Calle se le ocurrió la genialidad de decir que sí tiene rango de Acuerdo Especial lo que humaniza la guerra, cómo no va a tenerlo el Acuerdo que le pone fin. Y estuvo. Los Acuerdos de La Habana se incrustan en nuestra Carta, por siempre y para siempre. ¡Qué nadie se atreva a tocarlos! Obra tan acabada de los bandidos que dialogan con Juanpa, el Presidente más desprestigiado de la Historia reciente y antigua, merece su condición eximia. No solo es norma Constitucional, sino supraconstitucional.
Esa pendejadita, como decimos por mi tierra, es la que se les ha ocurrido a los promotores de los acuerdos y se han lanzado a repetir los congresistas de la mermelada.
Semejante maravilla, no necesita ser refrendada por nadie
y menos por el inepto vulgo que en más del 80 %
dice siempre que no, cuando se le pregunta por ese esperpento
Por supuesto que semejante maravilla, que apenas se está redactando y a la que mucho le falta, sin que se sepa cuánto, para acabada y perfecta, no necesita ser refrendada por nadie y menos por el inepto vulgo que en más del 80 % dice siempre que no, y furiosamente, cuando se le pregunta por ese esperpento. Pero cuanto está en juego la paz, valor supremo del Derecho según descubrieron los que nunca se asomaron a una obra de Filosofía del Derecho; cuando se va a poner fin a un conflicto de más de 50 años; cuando se va a crear una Patria nueva, tan próspera, igualitaria, segura y tranquila como ni la hemos soñado, todo vale. Y cómo no va a valer que el Acuerdo Final sea supraconstitucional. Sin saber qué dice; sin haberlo discutido; sin que nadie pueda meterle mano, pues que basta con decirle sí o no. Y ya está. La Criatura de Leyva, De la Calle, Jaramillo, el general Naranjo, Timochenko, Márquez, Santrich y Catatumbo, ha pasado para siempre los umbrales de nuestra Historia.
Bien se explican entonces los miramientos y cuidados que se le tienen. Cualquier reformita constitucional necesita ocho debates para ser aprobada. A esta le bastan dos. La más humilde Ley tiene que respetar el sistema bicameral colombiano. Esta tuvo con pasar por la Cámara de Representantes. Y todas las leyes, maldita sea, necesitan un texto sobre el que pueda expresarse el Parlamento. Esta se aprueba sin que el Parlamento la conozca. No faltaba más. Con origen tan eximio, para qué demonios saber lo que contiene. Los jugadores de póker llaman la figura apostar a la tapada. Y a la tapada nos quieren obligar a apostar la suerte y el porvenir de La República.
Mientras tanto, Santos no puede ir a ninguna parte. A la tierra cafetera, porque lo chiflan; al Festival Vallenato, porque lo silban y lo chiflan; a Cúcuta o a Tunja, porque le va peor; si pasa por Cali, la algarabía no para y por Medellín ni se asoma. No hay lugar de Colombia donde el Presidente esté cómodo.
Y ahora será peor. Los colombianos no vamos a tolerar esta ignominia. Y esta terapia es la menos lista, la menos inteligente para revertir ese proceso. Con la Cámara de Representantes pueden hacer lo que se les venga en gana. Con los enmermelados, como con las meretrices, se juega a la fija. Pero con el pueblo Colombia la cosa es a otro precio. Juanpa se ha metido a jugar con candela. Y saldrá más que chamuscado. Y cuando la indignación ciudadana resulte incontenible, a ver cómo llaman a Cepedín o a Henao para que la contengan.