Tengo derecho a reírme
de quien se emborrache y, luego,
biblia en mano, lance fuego
contra el Cannabis y afirme
que hace falta pulso firme
para salir adelante.
Quien chupe anís embriagante
y hable de hierba espantosa,
solo es una u otra cosa:
muy falso o muy ignorante.
Existe una corriente de defensores de la legalización del consumo de la marihuana (a la que me suscribo) cuyo punto de vista, más que sustentarse en la inocuidad del Cannabis, lo hace en la vergonzosa hipocresía que representa su prohibición.
El consumo de marihuana no es inocuo.
Altera el estado de conciencia y, en esa medida, puede representar un riesgo para el desarrollo de actividades que requieran atención, como pilotear un avión o realizar una cirugía cerebral.
Aunque no existe la dependencia química al THC (principio activo del Cannabis), puede representar, para una población de personas susceptibles, la puerta de entrada a drogas duras.
Y en reducidos casos, su consumo puede convertirse en el gatillo que activa episodios sicóticos en pacientes genética y patológicamente susceptibles.
No me extenderé en otros posibles efectos negativos, más o menos discutibles. Y no lo haré porque ese no es el asunto. La marihuana no es inocua. Y punto.
El asunto es que el hecho de que su consumo entrañe un riesgo, es absolutamente intrascendente o debería serlo, si fuésemos una sociedad consecuente y con criterio.
La totalidad de las características potencialmente patológicas atribuidas a la marihuana también aplican (todas ellas en mayor proporción y con más agresividad) para el consumo de alcohol.
Esta no es una afirmación temeraria sino el repetido hallazgo científico que se sigue reafirmando estudio tras estudio.
Además el consumo prolongado de alcohol etílico, a diferencia del consumo de marihuana, conduce a cirrosis hepática, alteraciones del sistema cardiovascular, muerte neuronal y patologías del sistema digestivo, entre otras.
¿Cuál es la razón, entonces, para que a la mayoría de los integrantes de esta sociedad les resulte tan normal que alguien se tome media botella de vino y se escandalicen por que se encienda un cigarrillo de marihuana? La causa es una de dos: o ignorancia meridiana o hipocresía rampante.
¿Y cuál es la razón para que ese prejuicio insostenible se traduzca en impresentables leyes prohibitivas? La razón no es otra que la vergonzosa estatura intelectual de nuestros legisladores y su inveterado apego al rating, más que al buen criterio.
El consumo de marihuana entraña riesgos para la salud. Pero eso se puede decir también de otras muchas actividades socialmente toleradas y a las que nadie consideraría sensato prohibir: el consumo de alcohol, el paracaidismo, la ingesta de azúcares refinados o la escucha prolongada de los discos de Jorge Celedón.
El respeto a la preciosa individualidad que nos permite evaluar los riesgos y elegir entre asumirlos o desecharlos, sumado a una educación suficiente y extensa sobre esos riesgos, resumen el que debería ser el comportamiento de una sociedad inteligente, progresista y respetuosa.
Claro. Desafortunadamente ninguno de los tres adjetivos aplica a la nuestra.