Los casos de violencia intrafamiliar como el de Patricia Casas, exesposa del concejal de Bogotá, Hollman Morris, en donde no existen fotos ni videos de la denunciante exhibiendo heridas o moretones en el rostro, generan leve indignación en la opinión pública porque resultan poco “impresionantes”. Lo que no se ve por sutil, soterrado, lo que no deja evidencia física, suele pasar desapercibido o mojar prensa unas cuantas horas. Triste decirlo, especialmente para las víctimas de ese tipo de delitos que no dejan huellas visibles, pero es una realidad de a puño. Termina siendo la palabra de él contra la palabra de ella. Ante la ausencia de pruebas irrefutables, de certezas, en los casos con características de violencia psicológica, muchos optan por no tomar partido ni dictar sentencia a favor de uno o del otro y se van por el camino que luce más sensato: esperar la decisión de la justicia para no aportar piedras que contribuyan a alimentar linchamientos mediáticos. Pero de ese reguero de amarillismo lleno de dimes y diretes en el que se convirtió el problemático divorcio Casas-Morris, sería interesante, en todo caso, resaltar un tema preocupante: el de la vulnerabilidad que genera la dependencia económica de las amas de casa de tiempo completo.
Hablemos entonces de “las mantenidas”. Aunque en la educación superior colombiana (con excepción de La Nacional) estudian más mujeres que hombres en la actualidad, en muchísimos hogares se conserva todavía la misma estructura familiar que reinaba hace siete décadas cuando prácticamente ninguna mujer iba a la universidad: mamá ama de casa, papá proveedor absoluto. Hombre que mantiene, mujer que agradece que la mantenga su consorte y que a cambio plancha sus camisas, prepara la comida, cría a los niños, le tapa sus equivocaciones al marido y le perdona sus deslices. Una transacción “justa”. Básicamente de eso se trataba el compromiso asumido por las parejas, en el altar o en la notaría, durante la mayor parte del siglo pasado cuando las mujeres no estudiaban, no trabajaban, no aportaban dinero al hogar. Pero han pasado 84 años desde que la primera mujer fue a la universidad en Colombia. El mundo cambió. Por eso, en estos tiempos, una declaración como la que dio Patricia Casas en La W resulta incómoda. Esas palabras generan extrañeza pues vienen de una señora moderna nacida en los setenta a quien es raro ver en una posición tan vulnerable ventilando a los cuatro vientos que le cortan hasta la luz porque su exmarido, quien le cubría el 100 % de sus necesidades y las de sus dos hijos, ya no está dispuesto a darle la misma suma de dinero que le daba antes cuando aún vivía con ella.
¿Las mujeres como Patricia Casas son víctimas? Para la ley sí lo son. Es decir, un hombre no puede sugerirle a su esposa que mejor se quede cuidando a los niños con la promesa de “no te preocupes, no te faltará nada, yo te mantendré siempre”, para luego, décadas más tarde, irse de la casa y dar un portazo con la siguiente frase a boca jarro: “puedes quedarte aquí, pero debes pagar la mitad de todo y trabajar.” ¿Por qué está mal ese comportamiento? Porque aunque esa propuesta suene justa y equitativa, no lo es. En esos años de dependencia absoluta, ella perdió la oportunidad de adquirir experiencia laboral y se convirtió en una persona más a cargo del marido (como una hija, mejor dicho). Y cuando un hombre abandona a su suerte a la esposa que dependía completamente de él o le exige que asuma el porcentaje que le corresponde como madre de los hijos en común, sabiendo que ni tiene ni tendrá un trabajo que le permita costear tal responsabilidad, se convierte inmediatamente en un abusador que incurre en violencia económica y psicológica. Eso equivale a lanzar a una piscina honda a una persona que no sabe nadar porque, además, su esposo siempre estuvo ahí para pasarle el flotador. Palabras más, palabras menos, a “la mantenida” el hombre la debe seguir manteniendo luego de la separación. Solo se librará de eso el día que ella se case o se vaya a vivir con otro. Antes no.
Cuando un hombre abandona a su suerte a la esposa que dependía de él
o le exige que asuma el porcentaje como madre de los hijos en común,
sabiendo que ni tiene ni tendrá un trabajo, se convierte en un abusador
Para algunos este tipo de mujeres son zánganas, oportunistas manipuladoras, buenas para nada. Otros las ven como virtuosas madres abnegadas, valiosas esposas que optaron por dejar su carrera y desarrollo profesional a un lado o en pausa, para apoyar los sueños del marido cuyo futuro parecía más prometedor. Independientemente de la intención detrás de esa decisión que muchas mujeres, inclusive profesionales, toman de quedarse en el hogar y no ejercer su carrera, independientemente de si las amas de casa de tiempo completo que no aportan ni un peso a las finanzas del hogar son las típicas “bendecidas y afortunadas” o de si son el secreto detrás del éxito del proveedor de la familia y de la estabilidad y bienestar del núcleo familiar, todas tienen algo en común: al depender económicamente de su pareja sentimental, aceptaron posar sus pies y plantarse en el terreno más inestable posible, ese que las condena a un estado permanente de vulnerabilidad e indefensión. ¿Habrá algo que ate más, que castre más, que inmovilice más, que depender de otro hasta para comprarse las toallas higiénicas? Lo dudo.
Cuando el amor toca a la puerta solemos olvidar que la vida en pareja no solo tiene que ver con maripositas en la panza, juramentos de parasiempres y arrunches. El foco, más allá de la ceremonia, el vestido, la parafernalia alrededor del cuento de hadas, debería concentrarse en el contrato mismo, en la sociedad conyugal. Cuando nos casamos creamos una empresa y por lo mismo debemos tener muy claro todo lo que implica asociarse con alguien para sacar adelante un emprendimiento. No solo hay que hablar de dinero antes de dar ese paso, también hay que hablar de qué se hará ante una posible separación, quién trabajará fuera, quién adentro, y cuáles serán las consecuencias de asumir una u otra opción. De eso se habla al principio, no al final. ¿Poco romántico? Tal vez. Pero toda empresa es susceptible a quebrarse y a tener que ser liquidada y disuelta. Y cuando eso pasa con un matrimonio en el cual solo una de las partes devenga un sueldo, “la mantenida” suele llevar del bulto. A la que hoy le dicen “mi amor, ¡qué rico te quedó el almuerzo!”, mañana, ya fuera de la casa, le dirán tranquilamente, y sin sonrojarse, “¡eres una mantenida que solo sirve para cocinar! ¡Trabaja!”
A la que hoy le dicen “mi amor, ¡qué rico te quedó el almuerzo!”,
mañana, fuera de la casa, le dirán sin sonrojarse,
“¡eres una mantenida que solo sirve para cocinar! ¡Trabaja!”
Mantener y dejarse mantener: dos caras de la misma moneda, pésimo negocio para ambos lados. Si el esposo muere, pierde el trabajo o si decide separarse e irse de la casa y cortar los suministros, la “mantenida” quedará en el aire con sus hijos si no cuenta con un plan B. ¿Vale la pena asumir semejante riesgo? Ante una separación, además, ese hombre que antes mantenía una casa, pasa a mantener dos. ¿Todos los hombres proveedores pueden darse ese lujo en un país como Colombia? Saquen cuentas retomando nuevamente el caso Morris. El concejal fue el proveedor de absolutamente todas las necesidades de su familia durante 20 años. Aportó para casa, comida, colegios, viajes, carro, útiles, vestuario, medicinas. Lo dio todo (ojo, hablo estrictamente del plano económico). Y ahora que demanda a su mujer y ofrece nueve millones de pesos al mes de cuota alimentaria porque quiere separarse legalmente de ella (cuota que no cubre el 100 % de los gastos a los que está acostumbrado esa familia), lo que recibió a cambio fue una denuncia de parte del bufete jurídico de Abelardo de la Espriella por violencia patrimonial y psicológica y ser expuesto en la palestra pública como un maltratador. El escándalo, más allá de quién tenga la razón, marcó el fin de su candidatura a la Alcaldía de Bogotá y posiblemente causó un daño irreparable en su imagen como defensor de derechos humanos. ¿Volverá Hollman Morris a mantener a una mujer en su vida luego de esta experiencia? ¿Volverá Patricia Casas a depender de una pareja sentimental hasta para pagar el recibo del gas?
@NanyPardo