“Es una responsabilidad moral que ningún ser humano puede eludir: frenar los intereses de los grupos industriales armamentísticos”
Albert Einstein
La expresión “La mano de Dios” se convirtió en una leyenda universal cuando la magia de Maradona metió el gol que le dio el triunfo, en la final del campeonato Mundial de fútbol México 86. En el momento que Argentina se enfrentaba a Inglaterra que, con su poderosa flota naval, había invadido las islas Malvinas para establecer allí una base militar que humillaba la dignidad de pueblo argentino.
Por esas razones, la respuesta que dio Diego Armando quedó grabada en la historia no solo del fútbol, sino de las relaciones internacionales: “Marqué este gol con la cabeza y de la mano de Dios”
Cuarenta años después, el genial director Paolo Sorrentino retoma este hecho histórico para titular su película de los años del confinamiento Fue la mano de Dios (2021), en la que recrea la turbulencia del Nápoles de los años ochenta, que coincide con la llegada del ídolo argentino al club Napolitano.
Pero esta vez la tragedia va de la mano del relato nostálgico de la iniciación de un joven italiano al deseo, al cine, a la vida y, también, a la frustración y a la pérdida. Al mejor estilo felliniano, el director italiano recrea la atormentada vida interior de un joven que, al igual que nosotros, se siente perdido en el complejo mundo contemporáneo.
La complejidad de la situación mundial actual tiene, con lo que está ocurriendo en Ucrania, un capítulo especial. La incertidumbre global sobre el futuro del planeta, la desorientación que causan los fake news, la agudización de la crisis mundial del capitalismo y la creciente frustración de los ciudadanos por la incapacidad de los gobiernos para afrontar los desafíos derribados de la pandemia, el cambio climático y los enfrentamientos bélicos, constituyen factores determinantes de la complejidad y la confusión actual.
La invasión de Rusia a Ucrania y la profundización de las políticas militaristas de la OTAN han abierto la caja de pandora, profundizado los temores de la humanidad sobre la posibilidad de una conflagración bélica de incalculables consecuencias.
La proliferación de mensajes falsos y la desorientación que causan las declaraciones panfletarias de distinto cuño ideológico, requieren una reflexión más sosegada y creíble que arroje luces sobre lo que realmente está ocurriendo en Ucrania.
Sorprende ver cómo muchos “influencers” despistados, políticos de pacotilla y medios amarillistas no esperaron que cayeran las primeras bombas sobre Kiev, Járkov o Irpin, para rasgarse las vestiduras y desplegar su arsenal de diatribas y condenas, a favor o en contra de las fuerzas en contienda, sin tomarse la molestia de verificar las fuentes y/o afinar los argumentos para expresar sus opiniones y arrojar luces sobre esta conflagración y sus efectos en el sistema internacional.
En nuestro país ocurrió recientemente que la desacertada expresión de: “Qué Ucrania ni que ocho cuartos”, le valiera a Petro ser calificado como aliado del “comunismo internacional” y socio de Putin.
En el contexto internacional, la guerra en Ucrania es, como lo dijera Clausewitz, la continuación de la política expansionista de Rusia y la OTAN por otros medios. La cual se venía fraguando casi desde comienzos de la Guerra Fría (1948-1991), cuando el enfriamiento de las tensiones entre el bloque capitalista, liderado por Estados Unidos, y la Unión Soviética, escaló en una la carrera armamentística que acumuló un poder nuclear destructivo equivalente a dos veces más la capacidad suficiente para desaparecer el planeta tierra.
Ante este trágico escenario, conocido como el ‘Reloj del Juicio Final’, los dos bloques del poder hegemónico optaron por una estrategia de disuasión y enfrentamientos bélicos de baja intensidad, en los llamados países satélites. Fue así cómo, durante la segunda mitad del siglo XX, el mundo asistió a un hervidero de guerras localizadas lejos de los epicentros de poder de Washington y Moscú, con la constante intervención militar de Estados Unidos y Rusia; configurando así un orden internacional con un precario equilibrio geopolítico del llamado mundo bipolar.
Con la caída del muro de Berlín (1989) y la disolución de la Unión Soviética, se dio inicio a un nuevo orden internacional, estructurado al rededor del modelo de la “globalización neoliberal”, donde los Estados Unidos se erigió como la locomotora de esta nueva fase de acumulación y hegemonía del capitalismo trasnacional. En lo que Francis Fukuyama llamó “el fin de la historia” (1992).
Esta reconfiguración del sistema internacional globalizado, no suprimió las contradicciones culturales del capitalismo ni los enfrentamientos bélicos, sino que le dio un nuevo marco en la economía globalizada. Donde los agujeros negros de las relaciones internacionales le cedieron el paso a dos tipos de tensiones y enfrentamientos: de un lado, los acuerdos comerciales y la integración subregional para ampliar los mercados; y por otra parte, la intensificación de los enfrentamientos bélicos de “baja intensidad” por la ampliación de las hegemonías.
En este contexto, la OTAN ha jugado un papel protagónico, tanto en la expansión del escudo de contención a Rusia, como en su rol de plataforma transoceánica para el lanzamiento de las incursiones militares norteamericanas en África y Asia.
En relación con su rol de gendarmería, la OTAN promovió desde finales del siglo pasado la anexión de países del mar Báltico como Lituania, Estonia, Letonia, Polonia, Rumania y Hungría. Países que habían estado en la órbita de la Unión Soviética, aislando aún más a Rusia y estableciendo una reconfiguración del mapa geopolítico de la Europa Central.
Los rusos siempre han considerado la expansión de la OTAN en esta zona como una amenaza a su seguridad. Incluso, el presidente Putin declaró (VTB, 2021) que su línea roja sería el despliegue de los sistemas de ataque masivo de la OTAN en el territorio ucraniano.
En estas circunstancias, la decisión rusa de invadir a Ucrania, el pasado 24 de febrero, tiene una parte de explicación en el temor de Putin a que esas amenazas se hicieran realidad con el ingreso de Ucrania a la OTAN en este año. De otra parte, está su interés por utilizar el conflicto con Ucrania para retomar la vocación imperialista rusa, y provocar un cambio geopolítico en Europa central.
El conflicto entre nacionalidades rusas, en la región del Báltico, tiene una larga y trágica historia, que se remonta a los inicios de la revolución bolchevique, cuando Stalin (1924) decide abandonar la doctrina leninista de la “autodeterminación de las nacionales rusas” y, en su lugar, imponer a sangre y fuego la anexión de Ucrania, Georgia y demás pequeñas nacionalidades de la región de Bielorrusia, para conformar la Unión Soviética.
El actual presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, representa ese legado del nacionalismo ucraniano, que desde el año 2014 viene sosteniendo una cruenta guerra interna contra los separatistas prorrusos de las autodenominadas repúblicas independentistas de Donestsk y Lugansk, que ha dejado más de 15 mil muertos.
La tragedia en curso, además del saldo en vidas humanas, de los miles de víctimas y refugiados y de la destrucción de la infraestructura del país del Zarato ruso, puede tener un desenlace que podría provocar un cambio en la geopolítica europea y del mundo entero.
Si Putin logra sus propósitos expansionistas, doblegando la voluntad independentista del pueblo ucraniano, Ucrania perdería su importancia geopolítica y económica heredada de los arreglos del nuevo orden internacional y, Rusia se convertiría en el gendarme de la otrora Unión Soviética. Escenario poco probable dada la superioridad moral de los ucranianos, frente a la inmensa superioridad militar de los rusos.
Otro escenario, más realista, es una negociación para mantener la independencia limitada de Ucrania a cambio del disentimiento de las pretensiones del despliegue de los sistemas de ataque masivo de la OTAN en el territorio ucraniano. Negociación que podría ser conducida con la mediación de China, como miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y país amigo de Rusia.
Este escenario, más probable, significaría pérdida de la importancia geoestratégica de Ucrania y de la Unión Europea y la reconfiguración de la geopolítica global. Lo cual sería una consecuencia lógica de las transformaciones económicas y geopolíticas que se han venido dando en el nuevo orden internacional de la globalización. Donde el epicentro del comercio internacional se desplazó del Atlántico al Pacífico y los países del Asía Pacífico, como China, Japón, India y Corea, han tomado la delantera en la desbocada carrera de la investigación, el desarrollo tecnológico y la innovación (I+D+i) que significa la cuarta revolución industrial (4ri).
Mientras tanto, Europa, Rusia y los Estados Unidos continuarán atados al vagón de cola de los combustibles fósiles. Es un hecho evidente que, la mayoría de los países europeos dependen de la importación del gas y el petróleo ruso. Incluso, el presidente Biden ha tenido que revisar recientemente sus maltrechas relaciones con el régimen dictatorial de Nicolás Maduro, buscado asegurar la provisión de la gasolina y el petróleo ligero venezolano.
En la era actual del antropoceno, este escenario del conflicto bélico de Ucrania podría profundizar el desequilibrio entre el aumento creciente del consumo de recursos naturales y fósiles, y la capacidad de resiliencia de los ecosistemas naturales para mantener el ritmo de crecimiento actual de mundo globalizado. Lo cual puede desembocar en un verdadero cataclismo planetario.
Por estas razones, es necesario que los diferentes gobiernos, la dirigencia política, la opinión pública y los organismos internacionales, como lo dijera Maradona, enfrenten estos grandes desafíos con mucha inteligencia humana, pero también con “la mano de dios”, para detener el “reloj del juicio final”, desacelerar el calentamiento global y frenar la destrucción de los recursos naturales. Solo así podremos vivir juntos y en paz con la naturaleza y con dios, cualquiera que sea la idea que tengamos del Él.
Posdata 1:
La inflación continuó disparada y alcanzó la cifra histórica del 8,01 % en el mes de febrero, aupada por el alza generalizada en el precio de los alimentos (23,3 %) y las expectativas del incremento de los precios de los combustibles fósiles, sus materias primas derivadas y la apreciación del dólar, que está provocando la guerra en Ucrania. ¿Será que el Banco de la República continuará con su brillante cabeza medita en la arena movediza del control monetario y la subida de las tasas de interés?
Posdata 2:
El próximo domingo trece comienza el cambio político del país. Todas las encuestas auguran el triunfo del Pacto Histórico, de la coalición de centroizquierda y de las listas independientes, que según las cábalas electorales serán las nuevas mayorías en el Congreso de la República. Mientras tanto las rémoras del CD y de la coalición de la “experiencia” intentarán frenar está debacle haciendo uso de sus acostumbrados métodos clientelistas y corruptos de la compra de votos y el constreñimiento de los electores. ¿Será que la Registraduria del siglo XXI, no verá este elefante del fraude electoral que ya comenzó a andar en los puestos de votación de los consulados de Colombia en la Florida y Canadá?
Posdata 3:
A petición de Moscú, este viernes 11 de marzo se reúne con urgencia el Consejo de Seguridad de la ONU para escuchar las quejas rusas sobre la producción y uso de armas químicas en la guerra de Ucrania. ¡Fuera de ladrón, bufón!