En el antiguo tratado militar El arte de la guerra, su autor Sun Tzu dijo que la mejor defensa es un buen ataque.
Ahora mismo en Colombia, si de guerreristas embates partidistas se trata, quítale lo de “bueno” porque aquí lo que vale es la ley de la trifulca: dime que yo te diré. Norma paralela a la del picapleitos: da que te vienen dando. O la del aprovechado: quien pega primero, pega dos veces. Esto de despotricar de los contrarios es un verdadero deporte político nacional.
Los derechistas tratan a los izquierdistas de neocomunistas, espantajos castrochavistas, maniáticos marxista-leninistas, totalitaristas marxista-trotzkistas, etcétera. Y no tanto de marxista-maoístas porque se meten con China, el superdragón asiático primera potencia económica mundial y, por supuesto, no es recomendable echarle vaina a quien te compra parte de tus exportaciones y del cual importas toda clase de artículos que inundan anaqueles de almacenes de cadena y amplias aceras de calles y avenidas, ya sea vía Dian o vía extra inning, o sea la del contrabando.
Subiendo el volumen de los epítetos, los oficialistas se refieren a los opositores como terroristas, guerrilleros, sediciosos, revolucionarios, insurgentes o subversivos violentos, calificativos hoy menos eficaces que otrora a raíz del acuerdo de paz con las Farc-EP. Ya encerrados en clubes de alto turmequé y elitistas conventículos de whisky corrido, los gobiernistas favorecidos por la diosa fortuna aluden a los del pueblo como pedigüeños atenidos, míseros pobretones, corronchos pata-en-el-suelo, montañeros pueblerinos, indios patirrajados o negritos marimondás, dependiendo de los plebeyos a los que enfilen baterías sus viperinas lenguas.
Por su parte, los izquierdistas no se quedan atrás y califican a los derechistas de neoliberales salvajes, cerdos capitalistas, corruptos oligarcas y fascistas neonazis. Le puedes agregar los apelativos de banqueros usureros, terratenientes feudales, acaparadores de lotes de engorde, megacontratistas del miti-miti, patrones explotadores, etcétera. Cuando les es dable, los endilgan de narcoparacos, traquetos, vendepatria, mafiosos, proyankees, abudineadores tragaplata del erario, yeniferiantes de falsos cartones, etcétera. En candentes debates en barrios populares o en salas de sindicatos, a los del régimen no los bajan de triple paridos por el codo por mesalinas sacerdotisas de Venus, utilizando una especie de eufemismo poético y no la hijuepalabrota malsonante que todas y todos conocemos desde nuestra tierna y traviesa infancia.
Los del centro se encuentran, sin derecho a tregua y en la siniestra mitad del camino, vapuleados por dos fuegos graneados. No son ni chicha ni limoná. Ni muy buenos ni remalos. Ni rojos ni azulejos. A medias tintas y descoloridos, a lo sumo. Tibios. Con el contentillo que pueden ripostar a sus contendores dependiendo del enemigo que tengan en la mira, y satanizar a sus rivales con toda clase de apelativos burlones, que igual se le devuelven como bumerán.
Ahora bien, ¿qué pasará luego de las elecciones, cuando la Organización Electoral oficialice el escrutinio? No sabemos. Esperemos que no se presente un empate técnico como en la segunda vuelta presidencial en el vecino Perú, donde el poder electoral ratificó como ganador al profesor de una escuela perdida en las montañas andinas luego de mes y medio: las elecciones fueron el 6 de junio y la proclamación solo se dio hasta el 19 de julio.
Podría venir el momento de restañar heridas, la hora de echar discursos que convoquen a la concordia, el sempiterno llamado a la unidad nacional, así la república esté más polarizada que nunca. Y sí, lo que sigue a continuación, depende. Puede pasar que, en caso de que gane la izquierda, la consigna neorretrechera pueda ser la de tumbar al advenedizo a cualquier precio, y como sea, y entonces aparecerán las Áñez y los Fujimori, y quizás hasta un Gurropín o un Pinochet. Dios nos guarde. Y si triunfa la derecha, se nos vendrán encima las marchas de las mingas, los sindicalistas y los estudiantes, blandiendo cataparcios de acusaciones contra el chocorazo ñeñepolítico que la Registraduría y la Fiscalía desecharán de plano, por lo menos mientras estén Vega y Barbosa.
O puede ser que, contra todo pronóstico, los bandos beligerantes se pongan de acuerdo en una plan nacional de desarrollo económico, y todos seamos felices y comamos perdices. Que sería lo mejor, en especial para millones de niñas y niños abandonados a su suerte en el Chocó, La Guajira y todos los departamentos, que hoy pasan físico filo sin que los medios faranduleros que sabemos hagan la debida cotidiana denuncia.
Quizás entonces sirva coger de ejemplo a Honduras, donde hace poco hubo elecciones presidenciales y el conservadurista Nasry Asfura, con sonrisa a flor de piel, fue a la casa de la ganadora y hasta entonces feroz opositora, Xiomara Castro, a felicitarla.
De ser así, en el evento que ganen los mochos, podríamos ver a Petro, allá en la casa de Chía, fundido en un abrazo de oso con el Gran Paracombiano, quien llegará acompañado de los amigotes convocados por orden perentoria y rígida disciplina goda de perros, ¡ar, fir, ajúa!, que serían la Cabal, la Paloma, la Martuchis, el Tino con su algo de zulú, el Zuluaga que nada tiene de zulú y sí muchas ganas de arribar otra vez al minhacienda con su dichito de “haga plata, papá”. Y bueno, si gana la derecha, veríamos a Petrosky en El Ubérrimo, de pipí-cogido con Uribe. Con su camarilla. O sea con los camaradas Timochenko, Aida Abella, el otro Tabo o sea Bolívar, y tantos altos lagartos del Pacto.
En cualquier caso, con la mediación de Luis Pérez, Roy Barreras y Armando Benedetti, claro está. Porque, a decir verdad y no te dejes engañar, estos son los centristas de racamandaca: están en un lado y en el otro.
O a lo mejor nunca los veremos juntos a esos animales políticos en un mismo zoológico de nuestra controvertida Animalombia. Por lo pronto, no se pueden ver ni en pintura.