En el año 2012 tuvo que soportar su peor golpe. Mientras esperaba el año nuevo en una finca en Urabá, rodeado por última vez de sus hijos, los Black Hawk del ejército bajaron como pájaros furiosos y abatieron a su hijo menor, Juan de Dios Usuga, mejor conocido como Giovanny, su otro hijo, Dairo Antonio, el temible Otoniel, volvía a escaparse por los pelos. Ahora él sería el único líder del Clan del Golfo. Doña Ana Celsa David, humilde campesina de Chigorodó, estalló. Empezó a gritarle a los soldados. Se sentía con el alma desgarrada.
Diez años después Otoniel caería en un operativo. Su cerco se había cerrado. Su sonrisa, rompiéndole la cara, le dio la vuelta al mundo. Era un retrato del cinismo. Dos años después fue condenado a 45 años de cárcel. A sus 51 es casi seguro que se pudrirá en una cárcel de los Estados Unidos. Doña Ana hace rato partió. Se la llevó el Covid. Nunca quiso recibir un peso mal habido de sus hijos. Vivía en una vereda, a 20 kilómetros de Chigorodó. Enseñó a sus nueve hijos a trabajar duro. Tenían unas gallinas que ponían huevos. Y vendían los cartones de huevos. Y de eso vivían.
Doña Ana nunca glorificó la vida de su hijo. Es más, quería que lo agarraran preso para evitar que lo mataran como pasó con Juan de Dios. Nunca recibió un peso de sus hijos y esto se veía en su casa, una humilde construcción de madera que alguna vez describió la periodista Salud Hernández.
Los Úsuga se criaron en el sector de Nueva Antioquia en Urabá. Los amigos de Otoniel decían que era lento, medio bobo, pero a los 18 años, acompañado de su hermano, se enfilaron al EPL. No por convicciones políticas sino por un sueldo. Así que, cuando a principios del siglo XXI, aparecieron las Autodefensas Unidas de Colombia, se fueron para allá pensando en ganar más. Y lo hicieron.
Cuando murió de COVID en el 2021, a los 82 años, tenía el corazón roto. Además de la droga que exportaba, de los asesinatos, se sumaban otras aberraciones como el del gusto que tenia el líder del Cartel del Golfo por las niñas entre 12 y 14 años.
Tal vez lo único que logró doña Ana inculcarles a sus hijos fue la devoción por la Iglesia Pentecostal de la que Otoniel era devoto. En una cárcel en Estados Unidos una de las pocas conversaciones que tendrá será con esa figura poderosa, con la que se acostumbró a hablar desde que era niño y quien jamás vio. Acaso doña Ana también se le cruzará en esas conversaciones.