No sé qué tanto le he contado a mis hijos Andrea y Andrés, de 29 y 28 años, sobre mis primeros momentos en el M-19 o de cuando conocí a su padre un día de febrero de 1988. Apenas salía de mis 16 años y estaba estrenando mis 17. Hacía dos años que militaba en esa guerrilla y había pasado por dos detenciones: la primera al salir de una toma de la gobernación y la segunda al salir de una emisora de RCN en el centro de Bucaramanga. En ambas hacíamos denuncias por las recientes masacres contra miembros de la UP, ya que también era militante de la Juco.
En la tercera no fui detenida, tenía 16, cuando me abordaron unos hombres en un Renault blanco al salir de una reunión con el grupo juvenil Nuevos Horizontes, ellos nos cerraron el paso, iba con mi hermana Marisol, menor que yo, y luego de pedirme nombres de los miembros del M-19 en esa ciudad, uno de ellos cortó mi piel con un cuchillo o como le dicen “pala de 40”, lo pasó por mi seno derecho, luego por mi brazo derecho, me cortó dos veces, en ambas hasta que tocaba el hueso. Mis tendones del antebrazo quedaron cortados, expuestos, solo pensaba que me había quitado el brazo. Luego, intentó degollarme, ahí reaccioné y empecé a gritar desesperada, eso fue entre el B, Gaitán y el B. Girardot. La gente empezó a salir y al sentir que los rodeaban, me quitaron mi mochila wayúu y se subieron al Renault blanco. Mi madre preocupada me hacía usar vestidos, faldas y zapatillas, para que no se dieran cuenta de que era guerrillera. Hasta fui modelo de una agencia, todo con tal de quitarme la marca de estar quemada.
Hacia mi trabajo popular o social desde mis 12 años en el Gaitán, un barrio obrero porque allí estaba la empresa de calzado El Roble y casi todos trabajaban de guarnecedores. Me encantaban las actividades que realizábamos con el grupo: obras de teatro, jornadas de aseo, siembra de árboles, algo de educación sexual, celebraciones de brujitas o navidad dando regalos que comprábamos haciendo rifas. Fui muy feliz en esa época, la gente me quería mucho, pero llegaron horas sombrías, no solo viví a ese atentado, también el F2 asedió a otros jóvenes del grupo y una noche llegaron los disparos, querían acabarnos.
Allí en Bucaramanga conocí al comandante Andrés (hoy Gustavo Petro), en el parque de la Sagrada Familia. Yo era estudiante de quinto de bachillerato en un colegio privado y de monjas, y fue Nelson, un compa, quien nos presentó en una cafetería cercana al estadio. Recuerdo que esa tarde nos cogió la noche y al estar más cerca al estadio, dos hombres nos asaltaron, a él le robaron dinero y a mí, un reloj en forma de tortuga, regalo de mis 17 por mi padre.
A las semanas fuimos a Barrancabermeja, donde yo había nacido. No sé en qué momento él sacó en arriendo una casa muy bonita, pequeña, sus planes eran vivir allí conmigo. En esa época estaba el paro del nororiente, se respiraba revolución. La idea de Andrés de estar juntos terminó la noche en que fue detenido con 4 compañeros más, los llevaron a Pozo 7 para torturarlos o matarlos, por suerte legalizaron la captura y llegaron a la cárcel. La primera vez que entré era como ahora, en total hacinamiento. A la segunda visita llegó la mamá de su hijo Nicolás, que tenía casi 18 meses, ella (quien había sido su novia en Ciénaga de Oro) y su hijo vivían en Cajicá. Allí estaba yo, hablamos y él le dijo que la quería como una hermana y a mí como su mujer. Fue difícil para ella, el resto se contará después.
Andrés salió de la cárcel dos meses después, me buscó y sin pensarlo me fui con él. Yo había decidido no volver a verlo y ya estaba comprometida para casarme con quien era mi novio desde hacía dos años. Mi temor con mi prometido era que ya había entregado mi virtud a otro hombre, él dijo que lo sentía mucho, y que igual se casaría conmigo. Esa tarde cuando Andrés llegó a mi casa, el corazón casi se me sale del pecho, le grité a mi madre emocionada (que ya sospechaba lo que había pasado) que el compañero estaba allí. Ella lo dejó entrar y a los dos días me fui con él, escapé de casa, pero antes hablé con mi novio y le dije que me iría, él me regalo una carpa de marcha, años después lo volví a ver. Mi papá iba a denunciar a Andrés por secuestro. La verdad nunca le he preguntado a mi mamá qué sintieron cuando me fui de casa.
Me llamaba Mariana y luego sería Andrea. Llegamos a Bogotá, allí en esos días estaba retenido Álvaro Gómez Hurtado. Quien nos recibió fue el compañero Pacho Paz, él murió el 12 de enero de este año. Ese día regañó a Andrés por estar conmigo, al verme tan joven. Nunca lo vi sin barba, era un gran amigo de Petro, de los pocos que ha tenido.
Fuimos al Cauca, tenía cita con Pizarro, terminamos en la Compañía Jorge Eliecer Gaitán en el Tolima y él era el ideólogo. Pasaron 6 meses y Pizarro llegó al campamento. Petro lo convenció de iniciar un proceso de diálogo con el gobierno de Barco. Vivíamos entre los campamentos en el monte, con largas jornadas de marcha, noches de guardia, entrenamiento militar, capacitaciones políticas y retiradas, la idea era no enfrentarnos al ejército. En Ibagué teníamos un apartamento en arriendo, Andrés ahora era Gabriel, dormíamos en el piso, sobre un colchón, me enseñaba a cocinar, yo tenía mi trabajo clandestino en la ciudad. Luego fui detenida en marzo-abril de 1989 por 13 meses, un compañero me había entregado. Quedé libre el 17 de abril de 1990, a los 8 días, Pizarro sería asesinado, ya Andrés se llamaba Gustavo y tenía escoltas del temido F2. Su conductor era Severo Castañeda, jugaba con mis hijos, los cargábamos para todos lados haciendo la campaña política desde la primera vez que su padre llegaría al Congreso de la República. El Sr. del F2, Castañeda sentaba al volante a Andresito con solo un año para enseñarle a manejar.
Mi trabajo político al lado de Petro fue en la regional Cundinamarca de la AD-M19, nuestra hija nació en 1991 y el niño en 1992. Nos casamos en enero de 1992 y nos divorciamos en el 2003. Nunca hablé personalmente con su actual esposa, ella me llamó y en efecto le dije que teníamos dos hijos y estábamos casados. Petro siempre respondió por ellos, no les faltaba nada material, él ha sido buen padre.
Muchas cosas se han dicho de nuestra vida, cuando nos conocimos y cuando nos enamoramos, pocas han sido verdad. No hubo maltrato, me enseñó sobre la política, la vida en la guerrilla, ambos criamos a nuestros hijos desde su nacimiento, me enseñó sobre la maternidad (creo que lo leía en los libros), el amor, la revolución y la vida. Fue un buen maestro para mí.
Nuestros hijos han sufrido también la discriminación. Por ejemplo, de padres del Liceo Francés, que al ver como su padre denunciaba a los paramilitares les daba temor por el riesgo que también crecía para la familia. Nunca ha sido fácil para ellos, a medida que Gustavo crecía políticamente, mis hijos vivían momentos de tensión. Son varias las situaciones, tanto así que nuestra hija decidió a sus 18 años irse a estudiar a Francia (de eso hace más de 10 años) y allá prefirió quedarse que regresar a exponer su vida (al igual que sucedió con mi hijo). Ella pensó regresar cuando su primera hija cumpliera 5 años, pero desde 2019 decidió que ya no sería seguro para su nueva familia.
Respecto a Andrés Gustavo, él se salvó de la muerte ese 31 de octubre de 2011, un día después de que su padre ganara las elecciones a la alcaldía Siento como si la vida me hubiera arrebatado a mis hijos y negado la posibilidad de recorrer los centros comerciales con mi hija, de verla ser mujer, de conocerla más. A mi nieta Victoria, que en marzo cumple dos años, solo la vi nacer, y durante un mes a los cuatro meses acá, en Colombia, no conoce a su nona. Luna debe recocerme en las videollamadas, pero no más.
Nunca en Colombia mis hijos vivieron la vida normal que los demás jóvenes tenían. Mi hijo viajó en diciembre de 2017 a Canadá para hacer estudios en posgrado, ese fue el pretexto para sentirlo seguro, solo era por un año y medio o dos, pero con los resultados electorales el riesgo a las amenazas aumentó, ya no era viable regresar e inició el proceso de asilo.
Solo este 4 de enero, cuando me dijo que ya se lo habían concedido, fue que entendí que no volvería a verlo pronto, el dolor de madre creció por esa ausencia obligada y por la imposibilidad de tenerlo cerca. Tengo que hacer un trámite especial ante la embajada de Canadá que me permita el ingreso sin mayor problema. Andrés Gustavo, a diferencia de Andrea, ha compartido más tiempo conmigo y sabe mis temores, mis defectos, mis ideales, mis sueños, mis dolores. Es mi asesor, muy inteligente, y mi guía. Sabe todo sobre su madre, mis amores y me aconseja con quien sí y con quien no. Era mi compinche para ir a cine todas las semanas y para viajar, cocinábamos juntos con mucho picante, creo que a veces me picaba por picardía. Aprendió a bailar vallenatos en la cocina conmigo. Es mi hijo a quien amo con toda mi alma y a quien espero ver pronto, junto a su hermana y ser la familia que un día fuimos, así solo sea por un rato.
Respecto a lo que dicen de mi relación con Venezuela, no trabajo ni he trabajado para el gobierno de Maduro. Y en cuanto a Petro, lo apoyo porque ha mantenido su coherencia política, es el padre de mis hijos y creo en él como un excelente político y ante todo incorruptible. Mis hijos lo apoyan, lo aman y se sienten orgullosos de él.