Es una obviedad decir que todos los conflictos armados terminan en una negociación, lo que hace la diferencia es el tipo de esta, que puede ir desde una rendición incondicional hasta una armisticio, tratado o acuerdo de paz. Generalmente para llegar a esta negociación, la confrontación debe encontrarse en una situación en que los dos bandos observan que es imposible derrotar al otro militarmente o un bando prevé su inminente derrota y decide que podría obtener más negociando que continuando con la lucha. Es fundamental para el éxito de la negociación identificar claramente la situación, o se podría entrar a negociar bajo una premisa equivocada lo cual implica una alta probabilidad de fracaso.
En la negociación de paz del anterior gobierno, el proceso y los resultados obtenidos, hacen pensar que se negoció bajo la premisa de que el conflicto estaba en un punto muerto, en tablas por decirlo de alguna manera, y que era necesario negociar de igual a igual, solo así se entienden las concesiones realizadas por el estado. El problema es que esta no era la percepción de muchos colombianos, la gran mayoría pensaba que la guerra se estaba ganando, que las guerrillas estaban acorraladas, sus máximos dirigentes ocultos en países vecinos y que si bien no era factible su aniquilación (lo cual no es el fin de ninguna guerra), si se podía por lo menos negociar desde una posición de fuerza.
En Colombia desde 1812 hemos sufrido 13 guerras civiles (sin contar los múltiples levantamientos regionales), la pequeña violencia, la violencia y el actual conflicto. Todas estas guerras terminaron en acuerdos de paz (más los firmados con el EPL, paramilitares y M19) y ninguno de ellos ha traído la paz, fundamentalmente por que nunca se abordaron las causas objetivas del conflicto ni se buscó su solución, estos acuerdos se limitaron a garantizar la impunidad de los líderes de las partes en contienda y la repartición de cuotas de poder entre los máximos jefes de uno u otro bando. Desafortunadamente el actual acuerdo tiene similares características.
Se perdió una oportunidad de oro de hacer bien la paz: medio país se sintió traicionado al pensar que había luchado y ganado una guerra contra el terror y que había perdido todo lo logrado en la mesa de negociaciones, la otra mitad pensó que lo otorgado era un precio justo por lograr la paz. Era vital lograr un consenso sobre lo fundamental, así como en cuanta impunidad era aceptable, que beneficios se podían otorgar, que penas se debían imponer y esto no fue posible, los principales líderes políticos no estuvieron a la altura del momento histórico y optaron por imponer sus ideas desconociendo el sentir de medio país. Los años que siguen a los acuerdos de paz, son difíciles, y si estos no están construidos sobre bases sólidas, si no hay consensos, están condenados al fracaso. Creo que desafortunadamente esa es nuestra situación, la misma que se ha vivido en los últimos acuerdos de paz firmados, que logran la desmovilización de los principales cabecillas a cambio de una importante cuota de impunidad y poder político, pero una gran cantidad de combatientes vuelve a la violencia. Nos pasaremos los próximos años viendo el lamentable espectáculo de la izquierda y la derecha culpándose mutuamente por el fracaso del proceso y ambos tendrán la razón. Esta paz mal lograda, al igual que la pactada en Versalles en 1919, será el combustible de nuevas violencias.