En La Guajira tenemos la certeza de ser uno de los departamentos más pobres de Colombia; paradójicamente la naturaleza nos ha privilegiado con una riqueza desmesurada. Lo que fue en su momento un gran atractivo para el poblamiento, primero del Cabo de la Vela y luego de Nuestra Señora de los Remedios del Rio de la hacha. De allí surgieron las rancherías de perlas, donde el trabajo extenuante de miles de aborígenes y africanos produjo la más grande riqueza de tal vez todo el mundo conocido por la civilización europea en ese entonces.
La envidia y la rapiña han marcado a La guajira desde el accidentado encuentro de los mundos europeo, africano y aborigen. La constante ha sido la salida de exagerados recursos del territorio dejando hambre y miseria. Ayer fue la esclavitud de los pescadores de perlas en contraste con la riqueza de los mercaderes, nobleza europea y prelados de la aristocracia católica; hoy la exorbitante cantidad de carbón y gas en medio de la hambruna genocida. Es evidente que el éxito de estos amos no ha estado atado al ascenso de la sociedad.
En el principio, la penetración ocurrió a la fuerza. La conquista y la colonia no fue más que una invasión militar con la imposición de unas formas de vida y pensamiento diferentes, paralelo al robo de la riqueza. Incluso con la posterior piratería, hubo complicidad de nativos esclavizados para diezmar al opresor. Hoy al contrario son políticos corruptos, mediocres y lacayos de las empresas multinacionales, los que permiten el saqueo y el más grande empobrecimiento de esta región del país en toda la línea del tiempo de nuestra historia.
¿Cuánta perla salió de nuestros yacimientos? ¿Cuánto carbón, gas, sal y energía limpia ha salido del territorio? ¿Cuánta riqueza ictiológica se ha explotado de la costa guajira? ¿Cuánto petróleo se prevé que saldrá de nuestros mares? No ha sido sólo el complot cachaco en contra nuestra el responsable de la desdicha actual. En los inicios al igual que ahora, ha sido la codicia lo que ha movido los intereses particulares de unos avivatos que han sabido amangualarse con gentes de otras partes y apoderarse de lo público, sin importarle el bienestar de los guajiros.
Es hora que empecemos a comprender contra quién indignarnos. Indiscutiblemente la corrupción y la mediocridad, como una nube tóxica en expansión, avanzó sin prisa y sin pausa, apoderándose, uno a uno, de los estamentos de decisión pública. La administración ha sido literalmente invadida por protagonistas de paupérrima aptitud que sólo han tenido para exhibir subordinación incondicional a la voluntad de los corruptos caciques políticos, que literalmente han acabado con el departamento y representan una epidemia para los guajiros. Es el momento de un acto de contrición y una autocrítica.
Somos la más rica de las regiones contrastando con un pueblo pobre y mendicante, con sus niños muriéndose de hambre. Casi un millón de habitantes con una administración pública con una sucesión de “dirigentes” corruptos de misérrima idoneidad a los cuales su chatura intelectual nunca les permitió otra cosa que no fuese el facilismo. Ninguna idea de reconversión productiva, nada de desarrollo humano ni cosa que le parezca; administración pública, acción social y obra pública (concreto), hasta aquí les dio y les da su imaginación.