La maldición de ser líder social en Colombia

La maldición de ser líder social en Colombia

"Una guerra tan larga como la que esta tierra de vida y riqueza ha tenido que lidiar solo merece un futuro iluminado y guiado por aquellos ideales que una vez nos definieron"

Por: Andres Felipe Romero Briceño
agosto 01, 2018
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La maldición de ser líder social en Colombia
Foto: Nelson Cárdenas

La República de Colombia, desde su conformación como nación soberana ante el mundo y desde mucho tiempo atrás, ha sido anfitriona estrella en temas no importantes para algunos como el conflicto y la pobreza. La sociedad colombiana estas últimas décadas se ha visto afectada por un conflicto armado que apaga todo foco de esperanza, un foco que es cargado a cuestas por muchos ciudadanos en esta tierra donde los cristos son crucificados.

La violencia genera miedo, el miedo causa silencio, el silencio duerme ante la corrupción y la corrupción destruye sociedad. Es imperativo aclarar que este veneno que destruye la vida es el inicio lamentable de una serie de aristas igualmente tóxicas. No podemos hablar de guerra sin nombrar la desigualdad, no podemos hablar de pobreza sin corrupción, de narcotráfico sin desempleo y mucho menos de paz sin justicia.

Todo este mal que se afirma en nuestra sociedad es el efecto directo de un pueblo injusto y desigual, uno con ínfulas de progreso. Lo anterior solo es una intervención algo poética para muchos a uno de los temas que actualmente tiene toda nuestra atención, un tema que describe la cruel realidad de los líderes sociales que caen sometidos ante las balas de la violencia.

La Defensoría del Pueblo calcula unos 311 asesinatos de líderes sociales entre el 1 de enero del 2016 hasta el 30 de julio del 2018, lo que quiere decir que la oposición pacífica y dialogada está llegando a donde más se necesitaba llegar. Colombia es un país que olvida sociedades y entierra culturas, un territorio donde las comunidades no tan importantes en términos económicos solo son un grupo de animales viviendo de la caridad de los soberanos legisladores, unos que juegan a ser Dios mientras otros interpreten el lamentable y despiadado papel de víctimas.

Los líderes sociales son personas del común que intentan alzar su voz para así poder ayudar a sus determinadas comunidades. Es coyuntural saber que estos ciudadanos con capacidades de movilidad social protestan de una manera democrática por temas tan necesarios como una mejor educación para sus hijos, más oportunidades laborales para su progreso adquisitivo, mejoras en los precarios sistemas de salud, más atención a procesos como la restitución de tierras y la radicación de cultivos ilícitos, más seguridad y muchos otros temas que a simple vista parecen coherentes defender y exigir.

Estamos en un momento donde la guerrilla más grande y radical del país ha dejado el monte y las armas para reinstaurarse en las urbes, un momento donde la paz se ve opacada por otros grupos al margen de la ley que siguen los pasos desalmados de estos antiguos pioneros de la guerra. Sin duda es un gran paso para consolidar una verdadera democracia sin opresión, el único problema es que aún existen grupos radicales que profesan el desaventurado arte del lienzo y la sangre. Estos grupos aparentemente pequeños son la piedra en el camino en este proceso de construir un sentir de tranquilidad.

El Eln es uno de los exponentes más significativos de las fuerzas que aún siguen en pie de lucha, este grupo con ideales algo abstractos son los cazadores descontrolados de los cientos de líderes que luchan por un país mejor y por el bienestar de sus pueblos, aldeas o cualquier tipo de centralización ciudadana.

Para finales del mes de junio del 2018 las víctimas casi llegaban al saldo lamentable de 400 cadáveres, 400 seres humanos habitantes en su mayor porcentaje de la parte occidental de la república. Es aquí en este punto donde las aristas que anteriormente mencionaba toman más fuerza, estos voceros pertenecen a lugares abandonados por un estado que se preocupa más por una bajada de pantalones que por las zonas más pobres e inseguras de Colombia.

El occidente de la nación agrupa una serie de departamentos claves en este holocausto silencioso. Se encuentran departamentos como Nariño, Chocó, Cauca, Valle del Cauca, Córdoba, Sucre, Antioquia entre otros, donde temas como la pobreza, la falta de oportunidades, la guerra, el miedo, la corrupción, la toma del territorio liberado por la Farc y muchos más puntos, han ocasionado este lamentablemente suceso progresivo de asesinatos.

Es imperativo entender que estas dificultades legislativas han llevado a que los líderes traten de cambiar sus maltratadas suertes y esto al mismo tiempo ha dado un planteamiento de juego llamado el gato y el ratón por parte de grupos opresores.

Las cartas ya están sobre la mesa y el nuevo gobierno, encabezado por el electo presidente Iván Duque, tendrá que jugar un brillante papel en la resolución de este conflicto armado. Mejores políticas internas donde las comunidades afectadas puedan sentirse cubiertas por el manto del gobierno, más proyectos productivos que permitan una estabilidad económica con miras a la exaltación, más seguridad para los ciudadanos, mejor salud y educación, más prácticas de diálogo con los opositores a una paz estable y más consenso y menos polaridad.

Nuestros líderes sociales pasan a ser martilles ante los ojos de muchos. Una guerra tan larga como la que esta tierra de vida y riqueza ha tenido que lidiar solo merece un futuro iluminado y guiado por aquellos ideales que una vez nos definieron como una democracia, unos ideales extranjeros adoctrinados por nuestros padres de la patria, esa trinidad tan necesaria en estos tiempos de confusión. Libertad, igualdad y fraternidad.

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