La maldición de la Quica, el sicario del avión de Avianca

La maldición de la Quica, el sicario del avión de Avianca

El gatillero terminó enterrado en una cárcel de EE.UU y uno a uno han ido cayendo violentamente sus 5 hermanos. El último fue Emilio, recientemente asesinado en Suba

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mayo 30, 2020
La maldición de la Quica, el sicario del avión de Avianca

El 18 de mayo Emilio Muñoz Mosquera estaba feliz. No sólo porque acababa de cumplir 63 años sino porque por fin pudo conseguir a una persona que lo iba a sacar, en plena cuarentena, de Medellín. La cosa en el barrio Castilla, donde vivía, estaba caliente. A principios de febrero a su hijo Gonzalo le habían pegado tres tiros en la cabeza. La cosa para él y para su familia nunca fue fácil. Fue el tercero de 15 hijos de la pareja de un policía y una trabajadora social de la cárcel Bellavista. A 5 de sus hermanos los mataron, todo porque a dos de ellos, a Brances y a Dandeny, formaron parte de la guardia pretoriana de Pablo Escobar.

Al primero lo mataron el 29 de octubre de 1992. El cerco que había impuesto el Bloque de Búsqueda y los PEPES, sobre Pablo Escobar y sus hombres, recién fugados de la Catedral era inclemente. Tyson, como le decían, fue abaleado sobre el tejado de una casa de dos pisos en el barrio Malibú al occidente de Medellín. Cuando murió se le sindicaron más de 700 asesinatos. A Dandeny le decían la Quica. Su sobrenombre se hizo famoso en todo el mundo el 27 de noviembre del 1989.El avión 203 de Avianca explotaba sobre el cielo bogotano, cinco minutos después de haber despegado de El Dorado. Murieron 110 personas.

El rumor señalaba a la Quica, quien tenía en su prontuario la muerte de 55 policías. Hizo una fortuna haciéndolo. En esa época su jefe pagaba cerca de mil dólares por uniformado asesinado. En 1991, poco después de haber asesinado al exministro de justicia Enrique Low Multra, fue detenido. Intentó fugarse de la cárcel pero no pudo. Desde entonces está en la cárcel de alta seguridad, la ADX Florence en Colorado. Emilio no ha vuelto a hablar con su hermano.

Si en algo se parecían era en la fe en Dios. Nunca la perdieron. Eran hombres que llevaban la biblia debajo del brazo. Así mataban, como Jules, el asesino de Pulp Fiction, recitaban un pedazo de los evangelios antes de matar. Emilio nunca perdió la fe en Dios, ni siquiera cuando la policía entró a su casa el 26 de mayo de 1990 y lo acusó de guardar 1.200 kilos de dinamita y de proveerlas para un carrobomba que había estallado un día antes en el barrio Las Villas de Bogotá. Se defendió. En su vida había participado en las cosas de sus hermanos. Estuvo en la Fuerza Aérea, trabajó en Catam, se ganaba duro la vida. Lo dejaron libre en 1994 por falta de pruebas, se puso a administrar un billar en el centro de Medellin y en 1995 lo volvieron a meter preso porque supuestamente estaba preparando un atentado contra el entonces fiscal Alfonso Valdivieso. En 1997 lo dejaron libre, Emilio Muñoz demandó al estado y sólo hasta el 2013 el Consejo de Estado le dio la razón y el gobierno le tuvo que pagar 50 millones de pesos de indemnización.

Se fue para los Estados Unidos con esa plata. Allá vive la mayoría de los hermanos que viven. Allá murió la mamá de ellos en el 2017. En los últimos meses, por razones que todavía no se saben, se devolvió a vivir a Medellín. Ahí, en el viejo barrio Castilla, fue acribillado uno de sus hijos. Emilio se sentía más seguro en Bogotá. Creía que lo perseguían y que la mano de la muerte no lo encontraría en el barrio Villa María en Suba.

El 19 de mayo un hombre andaba en una bicicleta por ese barrio un hombre con un tapabocas de payaso. En la mitad de la calle caminaba Emilio Muñoz. El hombre, apenas pasó por su lado le disparó en el estómago. Emilio cayó, el del tapabocas de payaso alcanzó a darle una vuelta en la bicicleta, se detuvo unos segundos y volvió a dispararle en la cabeza. No se movió más

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