La maldición de la Laguna de Fúquene

La maldición de la Laguna de Fúquene

Luisa Boada visitó este lago ubicado entre Cundinamarca y Boyacá. 'Está convertido en un barrial'

Por: Luisa Michelle Boada Vélez
junio 20, 2016
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La maldición de la Laguna de Fúquene

Fúquene --un majestuoso lago azul de 540 kilómetros cuadrados que emergió a raíz de que el mar Mioceno contrajera sus aguas hace 23 millones de años-- está reducido a nada. La desecación y la contaminación provocada por el hombre han hecho de esta fuente de vida un barrial.

Son las cinco de la mañana del día cuatro de mayo de 2016 y emocionada por conocer la tan famosa laguna de Fúquene, me alistaba como si para un barrial me fuera sin saber que es precisamente eso lo que encontraría: un lago de lodo. Un acierto del destino porque muchas veces la ingenuidad no nos permite desarrollar esa malicia indígena que nos caracteriza. Un desayuno de arriero, herencia de la familia antioqueña: arepa de maíz molido en casa, huevos y una tasa grande de ‘aguapanela lechuda’ era lo que adornaba esa mañana la mesa de madera.

Antes de coger camino hacia Fúquene, ‘guión y narración con cámara’ --clase de la universidad Sergio Arboleda-- inauguraron la mañana en donde yo soy la guionista de una historia de terror. Pero la que les voy a contar es escalofriante.

La bomba gasolinera de la calle 142 de Bogotá a las ocho y media de la mañana era el lugar de encuentro para emprender el viaje. El clima era perfecto y hacía un buen sol. El Jeep del profesor --un carro rojo viejo y pasado de moda-- se estrelló a los cinco minutos de camino  y no fue precisamente por viejo, sino por la imprudencia de otro conductor que frenó en seco. Aunque no fue grave el accidente, sí fue preludio de la tragedia ambiental que verían nuestros ojos.

Faltando un kilómetro, se le preguntó a un lugareño la ubicación exacta de la laguna. Pero la expresión de dolor y desesperanza que tenía aquel hombre al afirmar que “ellos estaban acabando con la laguna” fue suficiente para que los ánimos y el deseo por llegar se derrumbaran. Al arribar a la misma laguna que alguna vez fue el santuario de los Muiscas,  gran desprecio por la humanidad ambiciosa se despertó en nosotros.

Pensar que fue un espejo de agua donde los muiscas rendían ceremonias y cultos a sus dioses en una de sus islas, como lo documentó Gonzalo Jiménez de Quezada en una de sus memorias recopilada por el cronista Alonzo de Zamora --que habla de un templo de gran veneración-- y ya no se ve en el horizonte de barro inundado por la malaza. El Dios FU, personificación del demonio dueño y señor del lago quien se escondía bajo sus azules aguas para defender a los muzos de sus adversarios Muiscas, parece que maldijo a Fúquene. De santuario, la custre pasa a ser tierra para la ganadería y la agricultura como lo manifiesta el periodista David González: “durante más de un siglo diferentes gobernantes y terratenientes han tratado de convertir la laguna en un gran potrero”.

El olor que impregnaba el lugar era a barro húmedo. Una cobija de maleza verde limón compuesta por junco y buchón era la que cubría gran parte de la laguna. La pregunta  que creo taladraba en la cabeza de quienes estábamos allí, con el corazón queriéndose salir del pecho era: ¿qué hacen esas retroexcavadoras en el pedazo de laguna? De inmediato un hombre de sombrero y botas que montaba una cicla vieja igual que él se nos acercó. Su nombre es Luis. Explicó con típico acento cundinamarqués que aquellas máquinas son utilizadas para sacar el lodo y el sedimento que reposa en el fondo, pues según un estudio realizado por la Universidad Nacional a la laguna caen aproximadamente 6.700 toneladas de dicho material. El objetivo es permitir el flujo y la capacidad de almacenamiento del agua que es uno de los tantos problemas que la aqueja. De tener años atrás una profundidad superior a 50 metros donde se hacían carreras de lanchas y demás deportes acuáticos, hoy tan solo queda un metro y medio.

Las plantas acuáticas que son precisamente las que tejen esa cobija verde limón que se posa en la superficie --se estima que para el año 2020 si la situación continua así, es decir, que las autoridades locales y nacionales se sigan haciendo los de la vista gorda-- invadirán la laguna aumentando el junco en un 54% y el buchón en un 36% e impedirán el almacenamiento del líquido preciado llevándola a su destrucción así como lo quiso Fu.

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En esa primera panorámica del lugar había una casa vieja de ladrillos que encajaba muy bien con su entorno. El olvido y la miseria eran los dos elementos que hacían de ese paisaje una única pintura, amarga, así como la cáscara limón que la envuelve. Luis, quien continuaba conversando, afirmó, mirándonos a los ojos y sin pensarlo dos veces, que el responsable de tal atentado era la CAR (Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca) que supuestamente es la institución que debería proteger y administrar los recursos renovables y no renovables del departamento “es la CAR la que ha estado dando permiso a muchas personas para sacar agua. Tiene una muy mala administración. Por eso es que hay mucha gente de Chiquinquirá que se está quejando”.

Es que lo que dice el señor Luis al parecer es muy cierto, varios son los artículos de prensa y testimonios que navegan por las redes que aseguran que la CAR tiene mucha responsabilidad en la grave situación en la que está la laguna, como también lo aseguró otro amable habitante de la región, Efraín Pachón, que estaba precisamente recostado en esa casa vieja de ladrillos esperando a que se le preguntara a él también cuál era su opinión. Enseguida el hombre se enderezó y se dispuso a responder. Dio la impresión que él quería ser parte de algo y no ser olvidado como esa laguna que lo vio crecer “antes la CAR quería la desecación de la laguna para vender las tierras, pero ahora lo que quiere es la conservación de la laguna. Cambió cuando se dio cuenta que no había agua”.

Desde la creación de la CAR en 1960 un año antes de la construcción del muro de Berlín y de la fundación del Fondo Mundial para la Naturaleza --que es la mayor organización conservacionista independiente del mundo, irónico hecho-- ésta ha permitido que los terratenientes creen canales sanguijuelas para chupar y desviar el agua de la laguna y así utilizarla según sus fines apropiándose muchas veces de sus predios que sepultan para construir casas y también para emplearlos como terreno para cría de ganado o para la siembra de cultivos “Las malas gestiones administrativas y ambientales de la CAR con sus planes ineficientes son los que han ocasionado esto. Nos piden unos impuestos anuales que se pagan y luego dicen que no hay recursos para recuperar la laguna” dice Mauricio Arévalo, coordinador del movimiento Cívico en Defensa de la Laguna.

Es que son varios años en los que esta entidad ha venido prometiendo como político en elecciones que va a sacar el sedimento del fondo del lago, y es solo hasta ahora que han decidido a hacerlo dada la emergencia por la falta de agua que vivieron y que viven los municipios que se abastecen de ella. De acuerdo a su director, hacen falta 200 millones de dólares para poder recuperarla, pero después se necesita más recursos para su mantenimiento.

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Después de conversar con Efraín, nos dirigimos hacia otro lugar donde pudiéramos observar otra perspectiva de la laguna. Cada vez que una de ellas arrancaba un poco de lodo del suelo de los pequeños pozos generados por la sequía y demás, parecía que esa carga  cayera en nuestra conciencia por ser cómplices pasivos de tal descalabro. La esperanza era que quizás más allá se encontrara otra realidad, pero para nuestra sorpresa fue la misma.

Al llegar un paquete de papas de limón, calmó la ansiedad y la preocupación que parecía hambre y que no aguantaba el desayuno de arriero. Empezamos la caminata, el cuadro era un poco más alentador, pero seguía siendo igual de aterrador.  Desde lejos se podía observar lo que fue la laguna de Fúquene, su gran extensión. Islas de tierra sobresalen de los hilos de agua y contadas gaviotas las sobrevuelan. Ahora la única biodiversidad que el ojo humano alcanza ver son aquellas gaviotas y 3 perros criollos que saltan de alegría, como si en años no hubieran visto personas, como si estuvieran abandonados y olvidados en el tiempo al igual que ese túnel por donde pasaba el tren y que se quedó en “1926”, año de su inauguración, como reza la placa que todavía allí se encuentra.

Nuestro libertador, Simón Bolívar, tras obtener la independencia de la Gran Colombia en 1822 firmó la sentencia de muerte de Fúquene al ofrecérsela en pago al general José Ignacio Paris por sus servicios en la guerra con la condición que la secara. Situación que no desaprovechó el militar catapultando en él, en los hombres y en ella la maldición proveniente de lo más profundo de la tierra: el infierno.  Muchos son los hombres que han intentado secarla, de seguro unos se revuelcan en su tumba mientras los otros ya deben ser presa de remordimiento, porque el desecamiento de Fúquene trae consigo la ruina hasta que las aguas vuelvan a su cauce y hasta que Fu esté dispuesto a romper el hechizo.

 

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