Una mala noticia sacude la opinión pública a nivel mundial, tiene que ver con la notificación de la UCI respecto al posible dopaje del británico Chris Froome. Para muchos interesados la confirmación del dopaje depara ya una ruptura de aquel mundo de la vida en torno al cual unos heroísmos deportivos y unas estéticas de resiliencia, estoicismo y combatividad cimentaron los altares solemnes del deporte.
Aún sin conocer el desenlace de estos eventos, es importante anotar que el sentimentalismo y juicio del público se ve permeado por tintes nacionalistas, revanchistas y (en el sentido más peyorativo de la palabra) justicieros mas que justicialistas; el dopaje es una mala noticia para cualquier deporte, enturbia a todo un circulo que, culpable o no debe avanzar con ese lastre; pero enturbia también la cosmovisión de los espectadores que, en arrebatos pasamos cuantos camellos se nos pongan por el ojo de la aguja sin antes pensar qué había al otro lado, en efecto no contemplamos la existencia de tales entradas, ni de sus consecuencias.
La mala noticia es doble porque hace pública la atrocidad que se mantenía en privado, pero también por que nos hace partícipes a todos de un juicio general, rápidamente nos abre un lugar en la turba, y nos invita a tomar la piedra para reaccionar en forma virulenta contra el objeto de la mala noticia.
Lo deportivo como acto humano supone una descarga ilimitada de pasiones, no por ello se le debe divorciar de reflexiones que es lo que en efecto equilibra su existencia, si pudiéramos rastrear nuestro lugar ético en la contienda, tendríamos que detenernos a valorar qué es lo nuestro, qué lo ético , y por supuesto cuál contienda.
No hace mucho en 2014, el colombiano Sergio Luis Henao, "nuestro Checho querido" se vio envuelto en un escándalo por supuesto doping, y el proceso para desmentir los señalamientos vino a culminar en 2016. La dimensión del daño que sufrió Checho, no puedo conocerla, pero aquí la doble mala noticia: saber que muchos dieron crédito a los rumores de dopaje y por otro lado muy pocos optaron por solidarizarse y mostrar el lado humano con el ciclista
El cartel de la Toga, el cartel de la contratación Odebrecht, un congreso sindicado de tener 20% de sus miembros investigados por parapolítica, y un plebiscito que en toda su campaña tuvo ligeras salpicaduras de transparencia hacen parte del vestuario memorial que "dota" de una moralidad casi penalista a muchas personas de Colombia —yo no lo dudo— para dictar sentencias a priori sobre el caso de Chris Froome. Soy ciclista y esta situación sacude muchas cosas personales en mí, lo reconozco, pero es peor desdibujarse ética y humanamente solo por el calor de la "coyuntura", soy ciclista y los valores adquiridos no son plastilinas extraíbles para ocasiones especiales. Yo abogo por moderación y prudencia en lo que se juzga.
Háyase visto repertorios de locuacidad, vehemencia y purismo espiritual juntos en tantos colombianos para matar a tomatazos en la palestra pública a lo que es para ellos "la vil encarnación del mal sobre una bicicleta", ¡hayase visto tal atisbo de febril dignidad en los casos atrás mencionados! Bien puede aquella banalidad del mal de la que hablaba Arendt, que no es otra cosa que la obediencia llevada a su extremo más irracional, extrapolarse a situaciones como esta en donde la lógica de indignarse se convierte más en acto esclavizador que en proceso catartiko.
Moderación y aplomo no espero encontrar en este caso y es comprensible, pero pienso que antes que una crítica mordaz, estos episodios, son los que miden nuestro umbral ético de acción, juzgar justamente en este caso es lo mínimo y lo máximo que se puede aspirar, asunto simple y a la vez complejo.
Yo también espero claridad en el caso de que el dopaje sea irrefutable y severidad en la sanción, pero para ello primero se debe ser comprensivo, mesurado en los juicios, no es tiempo para la efusividad aún.