En el norte colombiano se abrió paso una ciudad que en algún momento fue epicentro de desarrollo para toda la región del norte colombiano, a la cual se le llamó Barranquilla. No obstante, la ciudad músculo de progreso y el referente de promisorio porvenir se nos fue escapando entre los dedos, entre la mirada complaciente de una ciudadanía que involucionó a la par de las prácticas políticas más bajas.
Y es que culturalmente, la ciudad dio un giro de 180 grados, gracias a que fue por muchos años la capital de la costa caribe, a donde llegaron migraciones de otras regiones del país, convirtiéndola en una colcha de retazos de comportamientos y costumbres que desintegraron la esencia del barranquillero.
La ciudad nunca se sobrepuso a la colonización de otras culturas, y las nuevas generaciones comenzaron a crecer con códigos culturales muchos menos exigentes, más dados a la chabacanería, hasta mutar a la indiferencia y la pérdida del sentido de pertenencia por una ciudad que ha sido una excelente madre, a quien le ha sido esquiva el amor de sus hijos.
Hoy el departamento del Atlántico y su capital Barranquilla parecen una mezcla de un arroz de liza con arroz trifásico de payaso, en lo que al aspecto cultural se refiere. Es desconcertante observar en lo que nos hemos convertido, la máscara se nos cayó luego de tantos alardes de ser lo mejor de lo mejor en Colombia.
El comportamiento ciudadano justo en estos momentos dejó expuesta una realidad que quizás muchos se negaban a creer, pero que pululaba en el ambiente y que se traduce muy sencillamente en que nos ha hecho falta educación y cultura ciudadana en demasía, tanto como para tener el valor de reconocerlo y poner en práctica todo cuanto sea adecuado para girar en el sentido correcto.
El escenario que hoy se nos plantea a las mentes agudas, es que las obras de cemento, las encuestas donde aparecíamos con los mejores gobernantes locales punteando encuestas y un equipo de futbol utilizado como cascabel para entretener al gato, no sirvieron de nada para contener algo tan básico como el ausente compromiso ciudadano de auto cuidado y de responsabilidad individual.
No importan las edificaciones y obras construidas, si al individuo no se le invierte, no se le educa para ser ciudadano y muchos menos para ser persona. Lo que hoy presenciamos es la proyección de una ciudad edificada por una familia y no por un sueño conjunto de ciudad y de región.
El barranquillero, ese que se jacta de ser un hombre superior, le entregó la soberanía de su razón a una apariencia de ciudad y de región que lo tiene inmerso en una anarquía comportamental, que con el transcurrir de los días parece estar más desquiciada.
El horizonte es bastante sombrío como para dejarnos al abandono, la ciudad y la región le esperan días inmersos en contagios y muertes luego del desafío de la ignorancia a unos jinetes apocalípticos que avanzan a pasos agigantados en procura de cobrar el precio de una irresponsabilidad colectiva, sin embargo, aún a la noche más oscura llega la luz como un acto esperanzador.
Creo firmemente que desde nuestro pequeño radio de acción podemos contribuir a concientizar personas y a evitar que se sigan dando conductas que ponen en riesgo la salud y la vida. No es el momento de callar en esta guerra que ha demostrado que el principal enemigo seguimos siendo nosotros como especie.
