Después de ser acribillado por el Bloque de Búsqueda en Tolú en noviembre de 1989 junto con su único hijo, las propiedades de Gonzalo Rodríguez Gacha entraron en un limbo jurídico. Inmediatamente los guaqueros, alentados por la leyenda, empezaron a destruirlas buscando bultos de plata o lingotes de oro. Razón tenían. En su hacienda preferida, Cuernavaca, el ejército encontró USD$10 millones. Lo mismo ocurrió en Mi Mazatlán donde unidades militares encontraron USD$ 8 millones y 27 mil gramos en lingotes de oro. En Santa Rosa, su tercera hacienda en importancia, se incautaron USD$ 7 millones. Una vez el ejército se fue de esos lugares hordas de buscadores de tesoro entraron a demoler las ruinas. Nadie sabe cuánto pudieron encontrar.
Dos de los sitios donde más buscaron fueron sus célebres casas de Medellín y Bogotá. La del Chicó, ubicada en la calle 86 A con 12-16, era la más imponente de todas. En un espacio de 5.000 metros cuadrados se levantaron dos construcciones, ambas de 1600 mts cuadrados. Las dos partes de la casa tienen grandes huecos en el suelo y los pedazos de paredes que aún estaban en pie estan ahumadas por los continuos incendios. En su afán por encontrar tesoros los guaqueros devastaron una de las casas más famosas de Bogotá.
El industrial Victor Shaio, uno de los fundadores de la clínica que lleva su apellido, la construyo en 1962. En la década del 70 se la vendieron a los hermanos González D’Costa quienes levantaron una segunda casa al lado de los esplendorosos jardínes que lo rodeaban. En 1981 a su vez la vendieron al dueño de los pantalones Lec Lee, Luis Eduardo Caicedo por un precio cercanos a los USD$ 2 millones. Dos años después los Caicedo vendieron por USD$ 3.500.000 la propiedad a un testaferro de El Mexicano cuando aún no se sabía que vínculos tenía el entonces ganadero con la mafia.
Sólo hasta 1995 el predio fue incautado y quedó en manos del estado. De la Dirección de Estupefacientes, encargado de su control, pasó a la Sociedad de Activos Especial y de esta pasó a la Central de Inversiones Cisa. En el 2013, después de que la Embajada de Francia mostrara su interés en comprar una propiedad que a pesar de estar avaluada en $ 60.482 millones, la casa se vendió en una subasta en un precio inferior a los $43.000 millones a la People First National Bancshares Inc, una compañía creada en Panamá en noviembre de 1989 y que es propiedad del empresario Isaac Mildenberg quien fue condenado en 15 procesos civiles en Estados Unidos y que en 1992 denunció al entonces ministro de Minas Juan Camilo Restrepo por impedirle, como presidente de la Comisión de Valores, comprar el Banco de Caldas en 1982.
Justo cuando la Embajada de Francia iba a desembolsar el costo, apareció una carta de la SAE en la que se informaba que People First National Banchares había desembolsado $13.800 millones para quedarse con la propiedad. Incluso el documento está firmado por Camila Gutiérrez, gerente de la regional Centro Oriente de la SAE. Aunque el propio Mildenberg afirmó que había pagado la cifra el negocio no se concretó. Lo misterioso del caso es que el empresario no hizo ningún esfuerzo por recuperar el dinero.
En junio del 2016 la casa intentó rematarse en $40 mil millones pero la oferta pública fue un fracaso como sucedió justo un año después cuando la casa estuvo en una puja que duró 10 días y que resultó sin comprador. Además de cargar con un siniestro pasado y con los líos jurídicos que acarrean, la venta se dificultó por los cambios que el ex alcalde Gustavo Petro efectuó en el Plan de Ordenamiento Territorial que impide que el predio sea utilizado para cualquier tipo de edificaciones. La espera terminó el viernes 17 de noviembre del 2017 cuando el Gobierno Chino quedó de desembolsar $49.834 millones por el predio.
Pero pasaron más de dos años y el desembolso aún no se hace efectivo. Los chinos tienen dudas: una de ellas es que en la zona no se puede construir cinco pisos además del pasado oscuro que tiene la propiedad. Aún los chinos esperan construir allí la que sería la embajada más grande de Estados Unidos. La mansión aún debe arrastrar décadas de la maldición que la atormenta.