Definitivamente la crisis global por el Coronavirus está midiendo la capacidad ética y moral de las personas y más en Colombia, un país dónde las malas intenciones, la mala fe y la corrupción son el pan de cada día.
Y es que con esta pandemia es fundamental que desde el Gobierno Nacional se den acciones positivas, enviar mensajes de liderazgo consciente y asertivo porque hasta el momento lo que se ha generado es más desinformación, decisiones tardías y zozobra que en momentos de tensión no son buenas.
Al hablar de buena fe, pues precisamente la fe y la esperanza se pierden porque un sector en su válido afán de rebusque se ha dedicado a acaparar elementos de higiene necesarios, para cobrar hasta 500 veces más por los productos y pues vale la pena destacar que la especulación es un delito comercial.
Igualmente, y es una realidad, las denuncias de muchos ciudadanos frente al alza de precios de productos de la canasta familiar, no me cabe en la cabeza, cómo unos mayoristas e intermediarios son capaces de obtener “ganancias extras” con la seguridad alimentaria. Ah pero claro, estamos en una nación donde la corrupción es inherente al ser humano.
Dolorosamente, vimos casos de ignorancia o de mala fe, según como se mire la situación, en la cual muchos colombianos llegaron del exterior, específicamente de países como Italia y España, y muy orondos salieron a sitios públicos, visitaron amigos, otros familiares y entre picos y abrazos contaminaron a varios, sin tener en cuenta que venían de territorios con altos índices de contaminación y muertes por el coronavirus.
Ahora bien, también es inquietante que al inicio de esta semana, miles de personas presas del pánico, desocuparon los estantes de los supermercados de cadena, como si se tratase del “fin del mundo”, sin racionalizar su consumo (caso papel higiénico). Menos mal los establecimientos regularon la entrada de clientes, la compra de productos y pues están las tiendas y los minimercados barriales que mitigaron en parte lo que hubiese sido una emergencia humanitaria por falta de alimentos.
Y qué decir de los cientos de empresas y entidades que aún sabiendo que el teletrabajo era una opción para no cesar actividades, continuaban con la aglomeración de empleados en sus sedes, todo por el afán de tener bajo control a las personas. Además de los que quedaron congelados lab oralmente con la excusa del estado de emergencia. Por eso hablo de esta crisis del COVID-19, como un asunto de fe.
De la misma manera, espero que las empresas que se lucran de la salud, y sobre todo, las ARL que reciben billonarias sumas, protejan debidamente a sus afiliados porque no pueden tener quebrantos de salud, quienes atienden a los enfermos, por un simple descuido o una austeridad. Para ellos, no puede darse tacañería.
En resumen, lo anteriormente expuesto tan sólo son algunos ejemplos de que esta coyuntura nos pondrá a prueba la buena fe en un país que infortunadamente no se caracteriza por la buena fe.
Ah y pues bueno, al cierre de este escrito, mucha gente de Bogotá, salió de paseo, a pisciniar, a ver cómo le quedaba el chingue, en fin.
Espero el encierro no suba los índices de natalidad.