La mala educación en un país quebrado moralmente

La mala educación en un país quebrado moralmente

"Una mala educación que forma estudiantes que no tienen la capacidad de escoger lo mejor por encima de lo más fácil o de lo que los complace"

Por: Juan Germán Maya Gómez
septiembre 23, 2017
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La mala educación en un país quebrado moralmente
Foto: La voz del Cinaruco

En medio de los escándalos de corrupción en los que, extrañamente, siempre están involucrados quienes posan de impolutos, de las mentiras descaradas e infantiles de quienes manejan los hilos del país y pretenden enquistarse en el poder, de la ineficacia del estado para investigar a los insospechados delincuentes que han sumido la nación en una aguda crisis económica, de la paradójica situación en la que las fuerzas de la ley protegen y lideran actividades delictivas mientras, con encono, arremeten a golpes contra los desprotegidos, un nuevo crimen atroz conmociona a la respetable ciudadanía: una pareja de veinteañeros asesinó vilmente a un bebe de dos años; ella, una madre indiferente, él, un padrastro violento.

Realmente no interesan los nombres de los protagonistas de este escabroso hecho. Importa que la situación se repita cada vez con mayor frecuencia. La familia, el amor materno y paterno se han desfigurado y, muchas veces, en el seno de la familia se ocultan los victimarios, los monstruos.

Los padres hoy en día son muy jóvenes, algunos más de lo que deberían. Muchos de estos jóvenes, que engendran hijos producto de un descuido, son a su vez hijos no deseados: una larga  cadena donde los lazos amorosos nunca llegan a madurar. Una pesadilla subterránea en la que se escucha débil la queja: “yo no pedí nacer”. A veces, la queja se vuelve odio y varias vidas se truncan.

Las probabilidades de un embarazo no deseado aumentan cuando es menor la capacidad crítica y reflexiva. Si las jóvenes leyeran mejor, no se quedarían atónitas al ver como su príncipe azul desaparece en el momento en que se entera de su nuevo estado. Son finales sin misterio, sin poesía. Todos conocen el desenlace de la historia, menos la enamorada que se quedó en el nivel lector de los cuentos de hadas: pura emoción y nada de análisis.

Sin duda que esta no es la única versión de la historia, pero es la que más se repite. El hecho de que el par de chiquillos continúen su relación y busquen darle lo mejor a ese pequeño ser, fruto de la pasión y de la ignorancia, no significa que se alcance con ello unos parámetros de crianza por lo menos razonables. La mayoría de las veces, la joven pareja solo se preocupa por darle gusto a su pequeñín como si fuera el rey del mundo. Además, son inconscientes de los malos ejemplos que le dan a un hijo en cosas tan triviales como pasar un semáforo que anuncia un alto, manejar una moto sin casco, tomar licor y comportarse de manera inadecuada, entre otro millón de ejemplos que van de lo más sencillo a lo más complejo. Estos amorosos padres, todo en ellos ternura, no conocen la exigencia ni la autocrítica, y, por tanto, es imposible que las enseñen.

Esta es una de las tantas razones por la que los niños deben ser formados en las escuelas. La tarea de formar, más allá de las competencias lectoras, de las cuales queda clara su utilidad, implica inculcar el respeto, la disciplina, la responsabilidad, el autocuidado, la autonomía, entre otras. Por eso, parece posible y urgente que los maestros lleven a cabo esta tarea.

“Ayúdeme con ese muchacho que a mí se me salió de las manos”, repiten con insistencia algunos padres. No obstante, esta tarea que parece fácil, resulta casi imposible: el estado al igual que los padres alcahuetas le han mentido a los estudiantes y les han dicho que son los reyes del mundo. La razón para ello no es el amor, sino un simple asunto monetario: el estudiante cuesta y debe ser promovido a como dé lugar. El maestro, por su parte, es un sospechoso, alguien que nunca hace lo suficiente.

Son ya varias las generaciones que ha formado este perverso sistema educativo: miles de jóvenes que nunca tendrán la capacidad de alcanzar sus sueños, que cargan los adobes para construir un edificio, en lugar de diseñar sus planos.

Una mala educación que forma estudiantes que no tienen la capacidad de escoger lo mejor por encima de lo más fácil o de lo que los complace, es el primer motivo por la que se presentan estos crímenes atroces. La otra razón es que el estado, en cabeza de sus dirigentes, no es un padre amoroso y maduro que da ejemplo. Por el contrario, no  educa, ni mucho menos actúa con justicia. Por eso, en esta familia, cualquiera podría ser el victimario; cualquiera, enceguecido por las emociones, por lo gráfico del hecho, podría matar a pedradas a un ladrón o a un violador.

Los padres de la patria le roban incluso al ladrón golpeado; los niños mueren de hambre, también son abusados y asesinados brutalmente, producto de los negocios de estos filicidas. Pocos se indignan, pocos aprendieron realmente a leer.

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