Quienes conocen el centro de Medellín sabrán que es un lugar en el que en una sola calle puede haber una panadería, una pizzería, un puesto de chances, un teatro y hasta una casa residencial. Es un lugar en el que la magia sale de los tumultos de personas, de sus vestimentas de colores, con brillantes y estampados que sobresalen –no importa que estén yendo a trabajar- en la ciudad de la Eterna Primavera, todo se vale.
No importa la hora, en el centro siempre hay gente con sus puesticos ordenados y dispuestos a ayudar a los demás; incluso pueden ayudar en caso de que tengas problemas de autoestima, pues los hombres del centro ven a todas las mujeres (altas, gordas, flacas, bajitas, monas, castañas, eso es lo de menos) lindas a sus ojos y se llevan mínimamente un piropo.
La “malicia indígena” y lo “echados pa’ lante” se ve con claridad en esta zona de la ciudad. En el centro hay de todo, desde los puestos con las figuritas religiosas, el bluyín para que se mida sin compromiso, los libros para el colegio, cuadernos, películas piratas, full o grabadas en cine, hay de las dos, velas aromáticas, artesanías y la lista sigue larga y extendidamente, pero lo más importante es que aunque hay competencia entre los puestos de ventas si algun vendedor no lo tiene, se lo consigue.
La magia no solo está en los habitantes sino en sus calles que más que asfalto y cemento son historias, son calles en las que empezó Medellín, calles que han visto abrazos sinceros, sonrisas placenteras de personas que no veían esas mismas calles hace muchos años y se dan cuenta que ese centro, su centro de alguna u otra manera aún se conserva. Esas calles, algunas ya abandonadas por unos cuantos, pero pintadas con graffitis por otros; esas calles que buscan seguir recopilando historias, sonrisas y felicidad en sus habitantes.
No todo es color de rosa, como quisiéramos, desafortunadamente también han visto lágrimas, sangre y tristeza, corazones rotos y familias que quedan incompletas por el poder que algunos se otorgan sobre la vida de otros. Esto no logra opacar la magia de la ciudad y menos de este lugar, porque las cifras de asesinatos han disminuido y la alegría de las personas sigue siendo la misma y hasta más.
Ya sabe pues que puede salir del teatro, comer una pizza, saludar a la chancera y comprar pan para llevar a su casa sin tener la necesidad de pasar una calle, porque así de mágico es ese lugar.