Piedad Córdoba se hizo enfrentando la adversidad. Ý no de cualquier manera, por ser una niña negra en un ambiente como el de la Medellin de los años 50, cerrado y conformado por antioqueños llegados a la ciudad de los distintos pueblos donde el común denominador eran ser blancos. A excepción de la zona costera donde precisamente su mamá Lia Esneda Ruiz, nacida en Yarumal, conoció al maestro chocoano que la enamoró Zalubón Córdoba. Era el director de la escuela de Puerto Valdivia, ocho años mayor que ella y negro.
La decisión de Lia, entonces una muchacha de 17 años, blanca, rubia y de ojos claros en contra de la familia y del entorno social marcó el carácter de sus nueve hijos y muy especialmente de su hija Piedad, quien quedó de mayor tras la muerte del primogénito con cuatro meses de nacido. Nunca le permitió llorar por el bullying que le hacían en el colegio, en la calle; la repuesta debía ser con altivez y desafía, rasgos que conservó en su talante siempre.
En una época en que la mayoría de mujeres no trabajaba sino que se dedicaba a la casa y la crianza de los hijos, Lia Ruiz logró combinar ambas tareas y fue profesora y directora en escuelas de primaria de Copacabana, El Poblado, La Floresta y Belencito. En algunos colegios, como en la institución Santa Lucía, trabajó 18 años.
Sin recursos mayores con sus sueldos de profesores, con tenacidad y arrojo, la pareja que se casó contra viento y marea en la parroquia La Sagraría de Medellín y que nunca dejó, de verse extraña sacó profesionales a los nueve hijos: Piedad, abogada; Augusto, ingeniero; Adolfo, licenciado en educación física; Byron Oswaldo, economista; Álvaro, economista; Gloría, ingeniera agropecuaria; Martha, estadística; Sandra, abogada, y José Fernando, administrador de empresas.
Aunque su papá dedicó su vida a la docencia -profesor de sociología en la Universidad Bolivariana, realizó un posgrado en Ciencias Económicas en la Universidad de los Andes y llegó a ser decano de la Facultad de Sociología de la Universidad Bolivariana de Medellín- la vena política le llegó pronto y esa fue por el camino de los Córdoba. Su papá nacido en Negua, un humilde caserío a orillas del río Atrato, pero con una herencia familiar proveniente de Su tío Diego Luis Córdoba quien fue primer negro senador que tuvo Colombia, los impulsó a estudiar y formarse.
La vocación política, que inició como líder estudiantil al lado del liberal William Jaramillo, siempre la acompañó, siempre combatiente y polémica. Nada la detuvo ni las críticas, ni los señalamientos, ni las investigaciones que le abrieron como la del Procurador Ordoñez que le quitó su curul de senadora pero que terminó ganando y no solo la recuperó sino que recibió una cuantiosa indemnización que le permitió rehacer su vida, soñando incluso en su retiro en una finca en el Llano a donde se trasladó en el 2020 y pasó los tiempos duros de pandemia, algo que no cumplió. La renuncia de su hijo, el médico Luis Carlos Castro a la curul de senador forzó a Piedad a retomar la senda política y fue entonces cuando se postuló dentro de las listas del Pacto Histórico, una adhesión que el hoy Presidente Petro le dio gran valor en un gran acto en el Hotel Tequendama de Bogotá.
Sin embargo sus días en el senado no fueron fáciles y han sido casi dos años con quebrantos de salud que la forzaron incluso a asumir la curul tardíamente. Tuvo que además soportar el golpe de la extradición por narcotráfico de su hermano Alvaro a Estados Unidos, una amargura que cargaba cuando la sorprendió la muerte en Medellín, a donde regresaba cuando el congreso estaba en pausa. Pero también la alegría de la elección de su sobrina, su mayor heredera política, como gobernadora del Choco el pasado octubre.
Siempre guerrera y luchadora y hasta último momento defendiendo desde su cuenta X, con sus 700 mil seguidores las políticas del gobierno del Presidente; siempre directa y sin pelos en la lengua. Y así murió, en su ley.
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