Sin duda los tiempos fueron más oscuros cuando estuvo el sobrevalorado Gustavo Gómez Córdoba. Con De Las Casas el programa parece recuperar un poco el terreno perdido, por ahí se atisba el brillo de las épocas pasadas. Pero es solo una Fata Morgana, un espejismo. La Luciérnaga desde el 2016, cuando por presión del gobierno se fueron Hernán Peláez y Álvarez Gardeazábal, nunca fue la misma. Sí, hace reír, pero poco más de eso. El peso político que tenían ambos no los pudo reemplazar nadie.
En esa época, el creador de la genial Cóndores no entierran todos los días y exgobernador del Valle era la persona más informada del país. A su finca en Tuluá iba a comer sancocho lo más granado de la política. Desde ahí pudo montar un cuartel general de la noticia fresca, del chisme con el que se alimentaba La Luciérnaga. A eso súmele la frescura eterna, la clase de Hernán Peláez. Sus boleros, sus rancheras, esos tesoros musicales que solo tiene un melómano de su tamaño, amenizaban la tarde. Era un complemento perfecto y a mi juicio el programa nunca se repuso de su pérdida.
Ahora solo visitamos sus escombros, sus ruinas. Nos queda el consuelo de sus archivos en YouTube. Los que somos bien gomosos los buscamos. Pero nos hace falta la actualidad. A sus setenta y pico —casi ochenta— estos dos demuestran, desde sus trincheras, tener la vitalidad de unos Rolling Stone.