Al principio era sólo los viernes a las seis de la tarde. Yamid Amat tenía la costumbre de tomarse un whisky a esa hora. Era la Colombia de finales de los años ochenta, dominada por los Carteles de la Droga. Ser periodista era un acto de fe. Guillermo Cano, director de El Espectador, había sido asesinado por sicarios de Pablo Escobar mientras esperaba el cambio de un semáforo. La sede del diario había sido destruida a punta de bombas, las bombas que amenazaban destruir el país. No había tiempo para el humor pero Yamid, a las seis de la tarde, después del Whisky, se soltaba. Convenció de que lo acompañara en cabina un desconocido Guillermo Díaz Salamanca. Le pedía que imitara a los personajes de moda en ese momento: Virglio Barco, el presidente de la Dimayor León Londoño Tamayo o el Papa Juan Pablo II. Ese día la audiencia se disparaba. El experimento funcionaba bien hasta que hubo una pelea entre Julio Mario Santodomingo, dueño de Caracol y el ex Presidente Alfonso López terminó con la abrupta salida de Yamid Amat.
Por unos meses la emisora quedó huérfana. El reemplazo de Amat fue el joven Dario Arizmendi. Para reestructurar la emisora organizó una sena en su apartamento de la calle 82 en el Norte de Bogotá. En la reunión estaban Ricardo Alarcón y Hernán Pelaez. Se venían los apagones diarios propuestos por el presidente César Gaviria. La sequía imperante en el país secó los embalses. Había que contrarrestar la crisis a partir de la radio que, según la gente que estaba en el apartamento de Arizmendi estaba cada vez más aburrida. Fue una lluvia de ideas en donde participaron también Guillermo Díaz Salamanca y Marco Aurelio Álvarez. Ese mismo nombre quedó grabado el nombre del Programa que revolucionaría la radio nacional: La Luciernaga.
Entonces empezó la revolución. La parrilla de Caracol estaba envejecida. A las 6 de la tarde noticias y a las 7 y 30 empezaba la Polémica, conducida por el propio Pelaez en donde aparecía el desopilante Jaime Ortiz Alvear. Sin embargo el programa estaba en plena decadencia. Al principio habían escogido a un conductor, a William Restrepo, hoy conductor de Tele-Café, quien al final desistió. A Ricardo Alarcón, presidente de Caracol, se le había metido entre ceja y ceja que el mejor para conducir el programa sería Hernán Peláez. Él sabía que el doctor era mucho más que un analista futbolero. Conocía su erudición musical y lo agradable que era para los oyentes. Un viernes, en vísperas de lanzar el programa, Hernán iba a viajar a Chile para acompañar al América de Cali en Copa Libertadores. Le preguntó si era urgente que fuera a ese viaje y Palaez dijo que no. Ahí empezó La Luciernaga. Pelaez y Díaz Salamanca le empezaron a dar forma a lo que es hoy el programa más escuchado de Caracol quien cumple 70 años.
En los primeros programas incluso participó Jaime Garzón. La formación inicial era Dario Arizmendi, Juan Harvey Caicedo, Guillermo Rodriguez y los Carrangueros de Medellín. A las pocas semanas se incorporó Guillermo Diaz Salamanca y Pelaez. Arrancaron un lunes de 1992. El programa era mucho más que enumerar las desgracias nacionales. Hablaban de poesía, de música, de boleros y había humor, mucho humor. El experimento funcionó a las mil maravillas. Era una radio fresca, moderna. Era una revolución. Al principio pensaban que el programa iba a durar los tres meses que iba a durar la crisis energética pero no, no. Fue, inesperadamente, el programa más exitoso de la historia de Caracol.
Y siguieron a pesar de las pérdidas que tuvieron. Se murió Juan Harvey, se marchó Guillermo Díaz, Hernán Pelaez, Gabriel de las Casas y el programa nunca cayó. Manejado con maestría por Gustavo Gómez Córdoba desde enero del 2015, ninguno de sus rivales, Vox Populi incluído, le han hecho sombra. Es el gran monumento de Caracol. Súbase a un taxi a las 6 de la tarde y verá que el taxista está más sosegado, más tranquilo, escuchando las voces de Pascual, de Alexandra, de Risa Loca y Don Jediondo. Así hayan cambiado todos sus personajes originales, 26 años después la Luciernaga sigue igual de fresca, reinventándose todos los días.