La lucha por una nueva universidad pública

La lucha por una nueva universidad pública

"Mientras unos creen que este no es el momento para teorizar sobre el tema, los políticos-empresarios siguen tomando las determinaciones que se les antojan"

Por: César Arturo Castillo Parra
julio 05, 2020
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La lucha por una nueva universidad pública
Foto: Las2orillas

Como en tantas otras esferas de la vida nacional, la educación está pasando por una prueba difícil, porque la pandemia nos tomó por sorpresa y aunque en el primer semestre del 2020, algunas instituciones intentaron hacer algo con la ayuda del internet, miles de niños y jóvenes se quedaron en la orfandad. Para el segundo semestre el gobierno ha estado repitiendo que habrá un regreso a clases, bajo el esquema de la alternancia presencial-virtual y con protocolos de bioseguridad, pero “aclarando” que cada departamento, municipio y colegio hará lo que pueda según las circunstancias y respetando la voluntad de cada profesor o padre de familia.

En la educación superior la incertidumbre es impresionante, unas instituciones plantean que solo harán virtualidad mientras otras buscan implementar el modelo de la alternancia y los rectores, como buenos políticos, para salir del aprieto se dedican a prometer generalidades, que tienen los protocolos listos y que aprovecharán la tecnología para “reinventarse”. Pero todo parece indicar que seguiremos esperando la solución a la crisis que se generó a partir de la ley 30 y la consecuente mercantilización de la educación, porque muchos todavía creen en los discursos oficiales u oficiosos que repiten que el futuro de las universidades "está en la informática, en la promoción de la innovación y la internacionalización del conocimiento, para atender a los nuevos retos del desarrollo científico tecnológico que nos plantea la globalización”.

Todo eso lo señalan como si estuviéramos condenados a seguir formando a las nuevas generaciones para la reproducción perpetua del modelo social y económico de este capitalismo depredador. Si bien las universidades privadas funcionan con esa perspectiva, porque son unidades de negocio, los colombianos deberíamos esperar que en las universidades públicas pudiéramos encontrar personas interesadas en asumir el reto de ayudar a construir un mundo mejor, pues aunque nadie sabe cómo será el futuro, los hombres tenemos la posibilidad de imaginar y luchar para que las cosas sean diferentes.

Surge entonces la pregunta: ¿están los profesores y los trabajadores de las universidades públicas interesados en emprender esa lucha? En términos generales no, porque como ya es sabido, en nuestras actuales estructuras burocráticas las personas se dedican a esquivar los posibles inconvenientes para conservar con tranquilidad el cargo y tener la posibilidad de ir mejorando su escala salarial. Cuando han estallado las crisis financieras ha sido posible encontrar, transitoriamente, algunas voces discordantes frente al poder y hasta se reorganizan en sindicatos pero, infortunadamente muchos no utilizan esas agremiaciones para sacar a delante sus instituciones sino para salvaguardar los intereses particulares. De ahí que sea equivocado pensar que los problemas universitarios se resolverán con más presupuesto.

En los últimos meses la avalancha de los acontecimientos ha resultado tan abrumadora, que pocos se han dado cuenta que de hecho el gobierno continúa, mediante decretos, implementando las reformas que necesita para centrar la educación superior en la promoción de la tecnología y la innovación orientadas a la maximización de la rentabilidad económica que el empresariado necesita. En consecuencia, todo parece indicar que tenemos tres opciones.

1. Seguir optado por la estrategia del avestruz, es decir que cada cual atienda los asuntos de su día a día, esperando que pase el temporal, mientras los de arriba toman las decisiones, cuales quiera que ellas sean.

2. Podemos continuar con el remedo de la virtualidad, teletrabajo o trabajo en casa, hasta que el último de los estudiantes sea vacunado.

3. Hacer uso de la autonomía para construir un cambio real y retomar labores. Aunque esa es una palabra que las directivas genuflexas prefieren evitar.

Lo más obvio sería, hipotéticamente, que antes de cualquier decisión que se tome, en las universidades se abriera la discusión amplia sobre su futuro porque la democracia consiste en eso, en abrir o crear los espacios para que los seres pensantes puedan escuchar, deliberar y decidir, pero tal cosa no sucederá. Hoy, mientras unos creen, como de costumbre, que este no es el momento oportuno para teorizar sobre una nueva universidad, los políticos-empresarios siguen tomando las determinaciones que se les antojan, afectando a miles de personas que no tienen acceso a una educación de calidad.

Ahora bien, ¿cuáles serían los aspectos sobre los cuales podríamos discutir para sacar a las universidades de las crisis cíclicas? Para trascender los aspectos procedimentales del inmediato futuro, tales como el de la alternancia y los protocolos de bioseguridad deberíamos aspirar a una educación superior ya no centrada en los ideales del crecimiento económico ilimitado, la competitividad y la empleabilidad sino en la austeridad, el bienestar colectivo, la solidaridad, el amor desinteresado por el conocimiento y en el respeto hacia el medio ambiente. En ese nuevo contexto la universidad tendría que reestructurarse para dejar de funcionar como una entidad feudataria y debería formalizar a los profesores que laboran a destajo para poner en práctica los elementos reales de la participación democrática y así, entre otras cosas, garantizar transparencia en el manejo de los recursos y dejar de reproducir el odioso clasismo de discriminar a sus estudiantes según el supuesto estrato socioeconómico al que pertenecen.

Una vez alcanzada la gratuidad la siguiente tarea a emprender consiste dejar de convertir a los elementos tecnológicos (teléfonos, SIG, muñecos clínicos) en fetiches porque, la educación no es la transmisión de información instrumental sino el fomento del intercambio de las diversas experiencias entre las distintas generaciones para la construcción de comunidad. En ese orden de ideas y pasando a considerar a los universitarios como personas adultas, deberíamos aprovechar el internet para hacer un giro, no tanto hacia la virtualidad, sino hacia la implementación de los postulados de la andragogía para potenciar la formación permanente y la investigación de alto nivel.

Con relación a las bibliotecas tenemos que la tendencia es a convertirlas en mini “centros culturales” para proyectar espectáculos de consumo, pero su misión deberá ser la recuperación del libro impreso, aunque suene a anacronismo. El culto por los artículos de resultados de investigación ha desmejorado el amor por el conocimiento “inútil”, la lectura pausada y la reflexión profunda. Bien puede el lector hacer la consulta de cuántos libros están leyendo los profesores universitarios por año y le dirán que ni siquiera los leen completos porque prefieren consultar las quince páginas que aparecen en las revistas de moda. La tarea entonces debería ser conectar a las bibliotecas con los centros editoriales para la creación, promoción y distribución de los libros.

Por último, y esto es muy importante, si de verdad queremos que la universidad pública se conecte con la sociedad que le da vida, en el futuro deberá permanecer siempre abierta y funcionando. Pero no como reza la consigna callejera, sino de verdad, poniéndola a disposición de los ciudadanos en vacaciones, los sábados, los domingos e incluso en ciertas áreas de los campus las 24 horas del día. Piénsese que si no miramos como un tabú las clases los fines de semana, podremos incluso considerarlas como una buena estrategia formativa en tiempos del “distanciamiento social”.

En fin, para recuperar la educación superior es mejor no evaluarla con las tendencias actuales para trascender hacia lo político y pensar en la sociedad que queremos porque será ella, bajo otras circunstancias, la que determinará las características de la nueva universidad.

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