Como una lucha a muerte, sin resquicio de error: así se vive el actual debate por la presidencia de la República. Como dos gladiadores, en un ring de boxeo, se imaginan los votantes a Petro y Fico, los dos principales aspirantes a mandar el país durante los próximos cuatro años desde la Casa de Nariño. Nunca antes, quizá, desde la confrontación Ospina Pérez y Gaitán, se habían confrontado tan radicalmente dos imágenes de país.
La polarización se extrema en la medida en que pasan las semanas que nos separan del decisivo 29 de mayo. Los grandes medios de comunicación hacen su agosto (para informar y sobre todo desinformar las veinticuatro horas del día), mientras las redes sociales (que se volvieron tan necesarias como el cepillo de dientes desde el Paro nacional del 2021) se contraponen desde las márgenes y logran generar una opinión contrahegemónica. Pero también en las calles, en los parques (por descuidados que estén), en los bares y en las conversaciones de mesa familiar, se recrea este espectáculo público, como una lucha a muerte, sin resquicio de error.
Esta lucha por la presidencia es, en efecto, la más decisiva desde los inicios del Frente Nacional. Pase lo que suceda, marca ya un antes y un después en la historia política contemporánea de Colombia. No es esto, me parece, solo una frase bombástica, sino una percepción afirmada en el interés y compromiso de todos contra todos (todas contra todas), sin tregua ni medias tintas, que solo delata una madurez de la sociedad colombiana. Por paradójico que suene, gane el que gane se va a ver en una situación límite, pues va a tener que soportar una opinión pública irritada (¿cómo puede ser de otra manera?) que respira en su nuca y que estará por tanto bajo ese ojo de Polifemo cuya mirada no podrá evadir.
El próximo presidente debe ser un equilibrista, que camina por una cuerda floja a metros y metros del suelo, sin un colchón que lo resguarde en su caída. El espectáculo de la vida política se parecerá a ese equilibrista en medio de una embarcación en la tormenta, en busca de un puerto firme en medio de océano sin orillas. De principio a fin.
No tendrán las actuaciones y las omisiones del próximo presidente un efecto teflón, efecto mágico-culinario que protegió los períodos presidenciales de Uribe Vélez y que le sirvió para firmar cheques sin fondos, durante ocho años. Para su prestigio por dos décadas y su actual desprestigio, en barrena.
No. El próximo presidente debe actuar como un jefe de Estado, no como un chef con recetas para comensales privilegiados. Presidir la nación sin odios ni la retórica nefasta de ser un salvador soberano que divide la nación entre amigos y enemigos; de hacer de la política una dialéctica destructiva de amigo a enemigo.
El cáncer de la doctrina del "enemigo interno", que nos gobernó desde la declaratoria de la Guerra Fría (la guerra más prolongada y que más muertos ha puesto para los países tercermundistas), y que nos rige, en toda regla y sin enmiendas, desde la Alianza para el Progreso, debe extirparse y restituirse un lenguaje de paz.
En la fiesta de la paz se convida a la mesa, sin artificios, a los dioses, a los hombres y a los amigos y enemigos, por igual. Sin distintivos, a los vivos que queremos o malqueremos como a los muertos que nos duelen y que no deseamos volver a sepultar sin las honras fúnebres merecidas. Cena pública, abierta a todas y todas, amistosa, bajo los auspicios de la confraternidad, la cooperación, la reconciliación después de tantos dolores, de tantos sufrimientos colectivos y sin una razón de ser.
"La insociable sociabilidad" con que Kant caracterizaba la sociedad burguesa moderna, también contenía ya esa reconciliación en una "paz perpetua". Esta paz no era el fin del conflicto, sino el reconocimiento de que la reconciliación subyacía en la base del conflicto. Una especie de comunión secular. O como se escribió de una manera propia de un poeta de la talla de Hölderlin: "La reconciliación está ya en la propia discordia y todo cuanto está dividido se unirá de nuevo. Las venas se separan y vuelven al corazón, y todo es única, eterna y ardiente vida".
Lo que llamamos lucha a muerte por el poder presidencial es solo el abreboca (o debe entenderse como esto) de una ocasión a la reconciliación de todos con todos y de todas con todas, de abajo hacia arriba, sin héroes en conserva, ni malos sacados de la manga, con un espíritu joven y jovial, llenos de esperanza, esperanza que fulgura en la comunidad colombiana, y que vive y perdura en cada uno de nosotros y nosotras.