Todas tus preocupaciones desaparecen, pones un pie en la marcha y ves cómo todos a tu alrededor sonríen, con cada paso la alegría te desborda a ti y a quienes te rodean que cantan y bailan con emoción, haciendo escuchar aquello en lo que creen y crees. De repente un estruendo modifica el ambiente, que se llena de la emoción más primitiva del ser humano, el miedo. Guiados por él muchos empiezan a correr, sombras negras se arremolinan alrededor, han estado observándonos desde el cielo. Decididos a incrementar aquel temor lanzan objetos con el fin de lastimarnos, la gente se dispersa.
Una voz en medio de aquel remolino de temor emerge “volvamos a la marcha” y aun por intrincados caminos e ignorando aquella primera emoción que nos hizo correr, nuestra fuerza de voluntad vuelve aún más fuerte. El deseo de no dejar solos a los que consideramos nuestra manada y de seguir hasta el final luchando por aquello en lo que creemos firmemente vuelve más fuerte que antes y aun con temor nos unimos nuevamente a la marcha. Sabemos que hay peligro inminente pero la satisfacción que genera el solo pensamiento de llegar hasta el final disuelve cualquier temor.
Las sombras negras vuelven una y otra vez atormentándonos, persiguiéndonos cual cazador a su presa, incansables, sedientos de sangre y desesperación. Su odio intenta aplacarnos, pero aquello no nos detiene. Sabemos que nuestra petición es justa, todos merecen la libertad que genera la educación, todos merecen acceder a ella y esta creencia es la que nos hace avanzar y luchar a pesar de todo, sin rendirnos. Aun si ellos nos persiguen e intentan dispersar una y otra vez en cada marcha, sabemos que no estamos haciendo nada ilegal aunque ellos nos quieran hacer sentir como criminales, solo hacemos valer nuestros derechos. Por ello salimos una y otra vez a la calle para que la gente escuche lo que pedimos y en lo que creemos, aun si podemos salir gravemente heridos en el proceso.