En días recientes, el gobernador del Quindío nos sorprendió contándonos que él había puesto en manos de Dios la problemática situación derivada del COVID-19 en su departamento. Decía él que daba gracias al creador porque había escuchado las miles de oraciones elevadas por los quindianos que obedecieron la recomendación de hacerlo, junto a las demás directrices conocidas, como lavarse las manos y guardar distanciamiento social.
Es raro en estos tiempos escuchar o ver a un gobernante arrodillarse o suplicar a Dios, más en un país compuesto (al igual que el resto del mundo) por un altísimo porcentaje de no creyentes, agnósticos, ateos y hasta satánicos. Por eso ese comentario, aun más al ser proveniente de alguien que ostenta el poder regional en la región cafetera, se recibió con estupor y con algún nivel de sorna.
Los creyentes pero con fe incierta dirán que nada se pierde con orar, pero algunos, incluso así sea íntimamente, creerán que el buen resultado en el manejo de la emergencia, anunciado por el gobernante cuyabro, sería una coincidencia.
Está demostrado que los milagros sí existen, ejemplo de ello fue cuando Moisés vio brotar agua en el desierto, producto de la mano milagrosa de YHWH. Sin embargo, el propio Moisés debió golpear la roca con su cayado para que brotara, probando de esta manera que quien solicita el milagro necesita hacer algo para que el gran señor actúe. Y esto fue exactamente lo que hizo el gobernador que despacha desde Armenia.
Mostró gran humildad al darle todo el crédito y la gloria al Todopoderoso, pero al tiempo que pedía a sus coterráneos orar con vehemencia puso en marcha el plan adecuado y lo ejecutaba, esto para garantizar suministro y disposición de camas UCI, ventiladores, equipos de protección, capital humano, recursos, alimentación a los más pobres, entre todas las cosas que se requieren para esta situación.
No importa la religión, YHWH, que fue el nombre revelado por el propio Dios al líder hebreo en la escena de la zarza ardiente que no se consumía por el fuego (Éxodo 3:14), significa "yo soy el que soy y el que hace que las cosas lleguen a ser". Es decir, el creador de todo, la fuente de vida, la fuente de energía inteligente organizada inacabable, el soplo de vida de todas las creaturas existentes o, en palabras de mi hija Eddyhana a sus 4 años, “el que manda manda” del universo.
Este artículo no pretende ser religioso, solo busca dos cosas: primero, agradecer a los gobernantes que ponen a Dios en sus planes, al menos así lo dicen, y sus esfuerzos en hacer que, como Moisés, su cayado golpee la roca para permitir hacer el milagro a YHWH; segundo, resaltar el hecho de hacerlo valientemente en este país de cafres, donde muchos políticos se aprovechan de la situación para enriquecerse o enriquecer ilícitamente a terceros, mientras cientos de pobres en la costa roban desde pollo, pescado y cerveza hasta explosiva gasolina, so pretexto de “llevar algo a mis hijos” (según palabras de uno de los fallecidos en Tasajera, recogidas por la prensa, minutos antes de ir a saquear y a morir).
De verdad, este es un país situado en un mundo repleto de arrogantes y ególatras que sacan relucir sus títulos académicos (sean verdaderos o falsos) y nobiliarios, sus gruesas chequeras o sus falsos méritos dizque de influenciadores de redes sociales para justificar su rapiñismo; donde se requiere de un policía para cada ciudadano para obligarlo a que use tapabocas bien puesto y no colgado a manera de corbata o encima de la cabeza como pañoleta; inundado de fiestas de alcaldes en plena cuarentena, mercadeo de alcaldesas con sus parejas contradiciendo sus propias normas, orgías de mafiosos de tercera en moteles que se prestan, viajes a parques nacionales con la consentida de papá y la familia en avión oficial, y miles de violaciones más. En consecuencia, en ese contexto, no deja de sorprender que un gobernante de provincia nos hable de Dios.
Y este gesto de humildad es el que quiero resaltar. Y lo resalto tanto, que para no quitarle la gloria a Dios, como el mismo gobernante quiere, no daré su nombre. Solo señalaré que es el gobernador de un pequeño departamento llamado Quindío, en la región cafetera de un país llamado Colombia, que, aunque me duele admitirlo, ni con esta pandemia quiere aprender a mejorar sus comportamientos sociales y dejar de ser esa nación de cafres que no queremos ser ante el mundo, de boca para afuera, al tiempo que escondidos, donde creemos que nadie nos ve, muchos siguen haciendo de las suyas y descuajando ilegalmente selva virgen en el Guaviare.
En país donde, como Carlos Iván Mantilla Velásquez mencionó ayer aquí mismo, no hay tatequieto que valga, como dice el presidente Duque al final de su programa diario sobre la pandemia, YHWH Dios les bendiga y YHWH Dios nos bendiga.