¿La lógica de la división condenará al país a cuatro años más de caciquismo?

¿La lógica de la división condenará al país a cuatro años más de caciquismo?

¿No es hora de dejar los egos a un lado y armar una agenda política con estrategias comunes que apunten más a los problemas estructurales de la nación?

Por: Daniel Cantor López
octubre 28, 2020
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¿La lógica de la división condenará al país a cuatro años más de caciquismo?
Foto: @registraduria

Para entablar este debate, es importante señalar que dentro de poco se cumplirán dos décadas del juego estratégico de Álvaro Uribe Vélez por retener el poder ejecutivo en sus manos. Desde su despegue electoral en 2002 con una gran coalición junto con el Partido Conservador y los recién fundados Cambio Radical y la U, entre otros, sumó elección tras elección una asociación con los liderazgos tradicionales de la política nacional, apoyado en el clientelismo y en el padrinazgo. Además de ello, logró una reelección e imponer su candidato en 2010, para luego construir un espacio propio en las elecciones de 2014 y 2018. En estas casi dos décadas, cabe preguntarse: ¿dónde han quedado las coaliciones y divisiones de los partidos de izquierda?, ¿con la salida de Jorge Robledo del Polo y una nueva división dentro de la izquierda/centroizquierda se avizora un nuevo triunfo para el uribismo en el 2022?

A lo largo de la historia, los partidos políticos de izquierda no han tenido gran relevancia en el sistema de partidos colombiano. Razones obvias de ello, pueden ser el controlado y riguroso bipartidismo desarrollado desde finales del siglo XIX, reafirmado con el Frente Nacional a partir de 1958, la radicalización de los movimientos de izquierda, que en su mayoría optaron por la vía armada para reivindicar sus reclamos y, desde hace casi 20 años, la lógica de división entre la izquierda para afrontar las elecciones presidenciales.

Hacía 1972 la Unión Nacional de Oposición aglutino algunos partidos y movimientos políticos para respaldar candidaturas como la de Rojas Pinilla en 1974, Julio Pernía en 1978 y Gerardo Molina en 1982, nunca llegando a superar el 5% del total de los votos en estas tres contiendas electorales. Movimientos de este espectro ideológico no han sido fuertes a la hora de institucionalizarse y más aún, de agruparse en torno a estrategias y agendas comunes que permitan construir una fuerza que dispute el poder al establishment político. Las tácticas guerreristas de las organizaciones armadas y el aniquilamiento de la Unión Patriótica demostraron que, en la segunda mitad del siglo XX, no fueron acertados los mecanismos de participación para la oposición, ni tampoco las negociaciones de paz que se impulsaron desde 1982 en adelante.

Puede decirse que hasta 1991, tras la reforma constitucional, se dio un pequeño paso a la pluralidad de expresiones políticas. Sin embargo, en 1994 y 1998 siguieron triunfando candidatos de los partidos tradicionales. Para 2002, bajo un actor clave como la Confederación Unitaria de Trabajadores y con ella su máxima figura, Luis Eduardo Garzón, se aglutinaron el Partido Comunista, Unión Patriótica, entre otros, creando así el Frente Social y Político, el cual logró un 7% aproximadamente del total de los votos en las elecciones presidenciales. Luego de esta contienda electoral y de algunos triunfos en cargos regionales, se perfilaron nuevos movimientos dentro de la izquierda que dieron paso al Polo Democrático, que posteriormente se dividió en 2003 tras la Reforma Política de ese año, dando paso al Polo Democrático Independiente, iniciando así, idas y vueltas en la organización de un espacio que disputara el poder político a los sectores de derecha.

Así pues, desde entonces se ha venido dando una misma lógica de división dentro de la izquierda y centroizquierda, por diversas estrategias, diferentes aspectos ideológicos y personalismos, dificultades que hasta el día de hoy siguen planteando un problema serio para la alternancia en el poder ejecutivo. Pequeños triunfos como los de Carlos Gaviria en el 2006 con el 22% del total de los votos (una cifra muy importante para entonces), el 15% obtenido por Clara López en la primera vuelta de 2014, más el factor clave de dar paso a un gobierno que diera más cuerpo y desarrollo al proceso de paz con las Farc, fueron de alguna forma la base de lo ocurrido en 2018 bajo la figura de Gustavo Petro, cuando logro obtener el 41% de los votos en segunda vuelta.

En estas elecciones fue donde más se sintió la dañina lógica de división dentro de la izquierda, cuando el mismo Jorge Robledo se decantó en primera vuelta por Sergio Fajardo para luego, en el mano a mano entre Petro y Duque, decidirse por el voto en blanco. ¿No es esa misma lógica la que va a condenar al país a tener cuatro años más de un gobierno ineficiente, manejado por amiguismos y clientelismo político? ¿No es hora de dejar los egos a un lado y armar una agenda política con estrategias comunes que apunten más a los problemas estructurales por los que atraviesa a la nación, apartando ciertos rasgos ideológicos? Si históricamente los partidos tradicionales anularon la posibilidad de que la izquierda se constituyera como una fuerza política real, den un salto hacía una verdadera coalición para no quedar en manos “del que diga Uribe” cuatro años más.

Faltan dos años aún, pero para construir un movimiento fuerte que desde el arranque se consolide como una segunda fuerza, es necesario que algunas figuras clave de la izquierda y centroizquierda cambien sus personalismos por la grandeza de constituir un gran espacio que dé cabida a diferentes vertientes que estén dispuestas a disputarle el poder al caciquismo que nos ha gobernado hasta el día de hoy.

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